Intuir: mirar hacia dentro o contemplar.

La intuición es una sensación que nos cuesta describir. Aparentemente confusa, pero persistente, crea un espacio interior de descubrimiento que podemos integrar en los procesos de toma de decisiones. Reconocida o no, inconscientemente permanece en ellos.

Cuando las personas experimentamos sensaciones intuitivas solemos someterlas a un análisis lógico porque necesitamos entender. Y al intentarlo, puesto que no estamos entrenados para modos de razonamiento en los que la creatividad y la apertura nos expongan a la incómoda incertidumbre, reaccionamos de forma natural con miedo o rechazo por el desajuste entre lo que intuimos y nuestras circunstancias. Tendemos naturalmente a la estabilidad del sistema. Es lo que se conoce como homeostasis.

Sin embargo la intuición persiste y además impulsa a la toma decisiones que después justificamos a través de una narrativa mental especialmente creada para explicarnos a nosotros mismos por qué hacemos las cosas que finalmente hacemos, especialmente cuando actuamos fuera de lo convencional o esperado.

Antonio Damásio, neurólogo experto en Neurología del Comportamiento Humano, que dirige el Instituto para el Estudio Neurológico de la Emoción y la Creatividad de la Universidad de California, analiza en su libro El error de Descartes cómo el razonamiento humano a través de la mente está relacionado directamente con las emociones, los sentimientos y las sensaciones. Se trata de aquello que en la práctica del mindfulness se denomina el triángulo de la experiencia; una secuencia triangular interactiva y dinámica para explicar cómo cada individuo procesa sus experiencias subjetivas.

En este sentido podría hablarse del mindfulness no sólo como un método eficaz de regulación emocional sino como una técnica de apertura de amplitud de conciencia, en tanto que mientras desarrollamos su práctica, observamos el juicio, el apego y la aversión a nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestras sensaciones, por más incómodos que puedan resultar.

En mis talleres de comunicación personal los alumnos experimentan a través de ejercicios sus reacciones ante determinados estímulos y cada persona narra lo que ocurre de una forma diferente. Hay para quienes el pensamiento crea la emoción o para quien la sensación marca el resto de las pautas, lo cual nos llevaría a pensar que no existe una secuencia sino una interacción cuyo resultado, eso sí, coincide: aprender a escucharnos redunda en un mayor conocimiento y consciencia sobre lo que queremos y rechazamos ante cualquier asunto.

Al final la intuición es el resultado de todas estas señales inexactas y nos aporta capacidad de decisión, porque la mente no existe de forma independiente al cuerpo, a pesar de que demos más poder a lo que nos dice que a cualquier otra indicación que parta de nosotros mismos y que a menudo puede resumirse en “el caso es que tengo la sensación de qué”.

Nada vale más y nada vale menos. Cuántas decisiones habrán sido grandes errores en nombre de la razón y cuantas en nombre de la intuición. Es más, valorar algo bifocalmente en términos de acierto o error nos limita si no priorizamos la necesidad de extraer aprendizaje.

Sin embargo, integrar y entender lo que la intuición es amplía el objetivo, lo que puede conducirnos a decisiones más acertadas en términos de plenitud, es decir, al hecho de tener una experiencia de vida más acorde con nuestra verdadera naturaleza y valores.

Gerd Gigerenzer, autor de Decisiones Instintivas que dirige el Centro de Comportamiento Adaptativo y Cognición del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano de Berlin, apuesta por la intuición de forma entregada y se refiere a ella como “la inteligencia del inconsciente”. Es más, Gerd Gigerenzer trata de demostrar que es más eficaz ignorar información que consideramos útil en base a la lógica y basarnos en lo que nos dice nuestro instinto porque lo que parecen limitaciones de la mente pueden ser en realidad sus puntos fuertes. Las decisiones instintivas explican cómo la mente se adapta y economiza al basarse en el inconsciente y en facultades ya evolucionadas y de ello, su éxito.

Estudiando el dominio intuitivo ya sabemos que hay capacidades que se asocian a él como la clarividencia o la clariaudiencia. Es una especie de desplazamiento del nivel perceptivo desde los sentidos exteriores a los interiores.

Mi propia historia de una intuición realizada es la que empezó hace muchos años cuando leí en un libro “Narcisos para el alma”. Desde entonces los narcisos han sido mi flor sólo porque sí. Como si hubiese cosas que te eligieran a ti. Los tuve de fondo de pantalla, en las portadas de algunos cuadernos y como foto de perfil.

Cuando llegué a esta tierra, a Irlanda, por lo que fue un puro impulso y una especie de huida hacia delante, vi que había narcisos por todas, todas, todas partes. Entonces me di cuenta de que la Tierra de los Narcisos, al menos para mí, estaba en el camino de mi propio Norte. No se trataba de un viaje, sino de un momento de la vida donde estar viajando, un lugar del mapa donde recorrer un tramo de mi territorio.

Fueron imágenes, palabras, frases robadas de conversaciones ajenas que resonaron de forma recurrente y que no supe cómo describir pero que me empujaron hacia aquí. A ésta Tierra de los Narcisos, un lugar de tránsito donde la duda es fértil y por la que pasamos en diferentes etapas, se llega a través de la intuición para ayudarnos a pasar a un lado diferente de la vida.

“Si tienes dos reales, cómprate un real de pan para tu cuerpo y otro real de Jacintos para tu alma”, ¿O fueron Jacintos?