Cuando se trata de nuestros hijos hay muchas decisiones importantes que debemos tomar: qué silla comprar, a qué colegio llevarle o si dar el pecho o no. El número de decisiones cambia conforme van creciendo los niños, pero no disminuye.

Una de las decisiones más importantes que tienen que tomar los padres llega cuando hay que vacunar a los niños. Actualmente está creciendo una tendencia que dice que es mejor no vacunar a los pequeños, que no es necesario. Sin embargo, el Ministerio de Sanidad tiene establecido un calendario de vacunaciones con aquellas vacunas que considera que los niños deben ponerse a partir de los dos meses.

Los calendarios de vacunación pueden cambiar de una comunidad a otra o incluso puede que haya algunas que desaparezcan, pero todas las que están incluidas en el calendario oficial se administran a todos los niños de manera gratuita. Las que están excluidas son las vacunas contra el rotavirus y la del meningococo B. En algunas comunidades autónomas también está excluida la del neumococo, aunque tanto esta como las de la varicela y el meningococo B están financiadas para niños con un alto riesgo.

Las vacunas son productos biológicos que están hechos a base de microorganismos muertos (inactivados), atenuados o partes de ellos, que se inoculan para preparar al sistema inmune de las posibles enfermedades, para que cuando realmente se infecte sea capaz de “luchar” contra los virus y las bacterias.

Actualmente existen cuatro tipos de vacunas:

  • Vacunas de virus vivos: para su elaboración se emplea la forma del virus debilitada (o atenuada). De este tipo son por ejemplo la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubeola (triple viral) y la vacuna contra la varicela.
  • Vacuna inactivada: se hace a partir de una proteína u otros pequeños fragmentos tomados de un virus o bacteria, como por ejemplo la vacuna contra la gripe.
  • Vacunas toxoides: contienen una toxina o un químico producido por la bacteria o virus. El objetivo de esta vacuna es volver a la persona inmune a los efectos de la infección en vez de a la infección. Como ejemplos tenemos las vacunas antidiftérica y antitetánica.
  • Vacunas biosintéticas: contienen substancias artificiales que son muy similares a pedazos de virus o bacterias, por ejemplo la vacuna conjugada Hib (Haemophilus influenzae tipo B).

Cuando nacen los bebés, la única protección que tiene su sistema inmune les proviene de su madre, que se lo pasa a través de la placenta en el momento del nacimiento. Pero esta protección natural no dura mucho tiempo y desaparece a las pocas semanas. Con la lactancia materna también reciben anticuerpos y sustancias que les protegen, pero sigue sin ser suficiente.

Por este motivo es tan importante vacunar a los niños, al menos las vacunas obligatorias del calendario. Las otras ya son a elección de los padres y consejo de los pediatras. Gracias a las vacunas, enfermedades que antes eran muy comunes casi se han erradicado o por lo menos ahora aparecen muy raramente como el tétanos, la difteria, las paperas (parotiditis), el sarampión, la tos ferina (tos convulsiva), la meningitis y la poliomielitis. Estas enfermedades podían llegar a ser mortales o incluso producir deformidades y problemas físicos de por vida.

Sin duda, todas estas enfermedades están controladas en la actualidad precisamente porque se vacuna a los niños, de forma que se impide que estos se contagien. Si se deja de vacunar es probable que estas enfermedades reaparezcan. El argumento de muchos padres ahora para no vacunar a sus hijos es que las vacunas son potencialmente peligrosas por los efectos adversos que pueden producir.

Es cierto que algunas vacunas pueden producir una pequeña reacción, pero eso no hace que sean menos seguras. Sin embargo, a no ser que la persona o el niño que reciba la vacuna no tengan el sistema inmune debilitado, es casi imposible que las vacunas le produzcan alguna infección.