Si a cualquier padre o madre le preguntamos si le gustaría que su hijo/a fuera un buen lector/a, lo más seguro es que obtengamos un rotundo sí. No obstante, cuando hablamos de inculcar el amor por la lectura a los más pequeños, la mayor parte se queda por el camino; esto es porque difícilmente podemos hacer que nuestros hijos lean si los adultos no damos ejemplo. Y en nuestro país, casi el 40% de los españoles no lee un solo libro al año, según el barómetro del CIS de 2016.

La lectura es uno de los mejores ejercicios para nuestro cerebro y, aunque en un principio pueda parecer que se trata de un pasatiempo que o te gusta o no, lo cierto es que el amor por la lectura es más bien un hábito que se puede adquirir, para lo cual lo mejor es cultivarlo desde la infancia.

Las maravillas del leer

Hacer que nuestros hijos lean es uno de los mejores regalos que podemos hacerles. No es solo que con ello les abramos todo un mundo de historias y aventuras, en el que encontrar horas y horas de entretenimiento, sino que la lectura tiene múltiples beneficios a nivel cognitivo y emocional: desarrolla la creatividad, mejora la capacidad lingüística y de comunicación y tiene efectos muy positivos para el desarrollo cerebral, pues se estimulan numerosas áreas del mismo y lo habitúa a trabajar intensamente, favoreciendo la concentración, la memoria y la lógica.

Además, a nivel emocional y de desarrollo de la personalidad, leer permite a los niños explorar diferentes situaciones y sentimientos, así como enfrentarse a conflictos y sus posibles soluciones sin ser ellos los protagonistas.

En definitiva, con los libros los niños sueñan, viajan, crecen, aprenden, maduran, disfrutan… y si lo hacen junto a sus padres, además, fortalecen el necesario vínculo afectivo. ¿No merece esto que nos esforcemos por conseguir que nuestros hijos lean?

¿Cómo lograrlo?

Lo primero que tenemos que tener claro es que no podemos obligar a nadie a que le guste leer; podemos motivar o facilitar el hábito, pero nuestro papel, como en muchas otros aspectos de la paternidad, se limitará a dibujar un camino lo más atractivo posible, de manera que despierte en el niño la voluntad de seguirlo.

Lo segundo es que tenemos que respetar las diferentes etapas del proceso, sin tratar de acelerar ninguna; muchas veces tenemos demasiada prisa porque nuestros hijos logren determinados hitos que no corresponden con su edad. En España, los niños suelen iniciarse en la lectoescritura sobre los 5 o 6 años, aunque hay países con otros modelos de enseñanza que no recomiendan empezar hasta los 7 años, por ejemplo. Así que prisas mejor pocas.

Sin embargo, esto no significa que no debamos comenzar con la estimulación mucho antes. Hay que recordar que tratamos de crear un hábito, por lo que los libros deben aparecer en la cotidianeidad de la vida del niño desde que es un bebé. Y en esta primera etapa nuestra herramienta mágica será el cuento y nosotros mismos como narradores estrella.

La constancia será también clave. La lectura formará parte de nuestras rutinas diarias, por lo que es preciso organizarse bien para poder otorgar un ratito cada día a esta actividad. ¡Que no pase un día sin una buena historia!

Este tiempo compartido puede ser, además, muy enriquecedor para la relación entre padres e hijos, por lo que intentaremos rodearlo de magia, complicidad y disfrute; que no sea una obligación tampoco para nosotros, sino un rato para pasarlo bien y estar a gusto. ¡Nada de leer cuentos rápido y corriendo para cumplir con el protocolo! Recordemos que la lectura debe ser, ante todo, un placer, y que nosotros transmitiremos el entusiasmo y la ilusión con nuestra manera de relatarles la historia.

Al principio, cuando es un bebé de uno o dos años, obviamente escogeremos nosotros el cuento, pero a medida que el niño vaya mostrando preferencias, le alentaremos para que sea él mismo quien lo elija, así irá adquiriendo un rol cada vez más activo. En este sentido, respetaremos también su cansancio o apetencia, nos fijaremos en sus reacciones y movimientos y atenderemos sus preguntas, comentarios y pausas, para que la actividad sea lo más libre y gratificante posible.

Los cuentos deben estar siempre al alcance y la vista de los niños, que pueden cogerlos siempre que les apetezca y que aparezcan ante ellos como un recurso habitual para pasar el tiempo. Cuando son más pequeños, es mejor que el libro tenga grandes y llamativas ilustraciones, que capten su atención y faciliten la comprensión. Poco a poco, los textos se irán haciendo más extensos y los dibujos más escasos.

En cuanto a qué tipos de cuentos leerles, por ejemplo, a los dos o tres años podemos elegir libros sobre conceptos básicos, como los colores, las formas los animales… y tener en cuenta que a esta edad les gusta mucho participar, por lo que son apropiados aquellos que les permiten repetir frases o señalar objetos. A los cuatro años, podemos elegir cuentos que les ayuden a entender situaciones determinadas y sus soluciones o maneras de enfrentarlas, con personajes que expresen diferentes emociones. A los cinco o seis años, las tramas tendrán argumentos más complejos pues, a esta edad, los niños ya tienen mejor comprensión de las secuencias narrativas y temporales.

Y cuando el niño sepa leer por sí mismo, también será conveniente que le acompañemos de vez en cuando, participando con él del placer de leer. Ir juntos a la biblioteca, regalar libros, llevar siempre un libro con nosotros… son hábitos que fomentan este disfrute. Y lo más importante: dar ejemplo. Así que ahora mismo, ve, coge un libro y a leer. ¡Y que tus hijos te vean!

Artículo elaborado con el asesoramiento del equipo pedagógico de Alaria Escuelas Infantiles.