Una vez, unos 20 años atrás, inicié una dieta, comiendo solamente una vez al día. La seguí por varios meses y el resultado fue que bajé considerablemente de peso. En realidad, la dieta fue una decisión impulsiva basada en la reducción del consumo de calorías: mis cálculos eran que un déficit entre lo ingerido y lo consumido en actividad de 800 calorías equivalía a 100 gramos y para bajar un kilo de peso el déficit tendría que ser de 8.000 calorías.

A la postre, descubrí que el mecanismo detrás de la pérdida de peso está determinado por una reducción de los carbohidratos y azúcares en la sangre, que precipita un proceso llamado cetosis que, a su vez, conlleva a la combustión de las grasas en los tejidos, transformándolas en cetonas, para suplir las células del cuerpo con la energía necesaria, que ya no reciben directamente de los carbohidratos.

Este proceso, que es activado después de un ayuno o por una reducción de carbohidratos en la dieta, activa también procesos de regeneración celular y fortalece el sistema de inmunidad y, por estos motivos, se aconseja siempre más, a las personas que padecen de cáncer y otras enfermedades como artritis. Recientemente, se ha puesto de moda la dieta paleo, basada en el mismo mecanismo, la cetosis. Nuestras actuales costumbres alimenticias implican un alto consumo de carbohidratos y azúcares, que crean una fuerte dependencia y causan, además de la obvia obesidad, inflamaciones incontroladas que debilitan el organismo. Esto reivindica las dietas del pasado, donde el azúcar no estaba presente ni menos los carbohidratos simples.

Recuerdo que, al inicio, comer una vez al día me causó vagos dolores de cabezas, un poco de cansancio e irritabilidad, pero a las pocas semanas, estos síntomas desaparecieron. La intensidad de los malestares reflejaba mi dependencia de azucares y mi falta de libertad en este sentido. Estos, los síntomas, eran provocados por la abstinencia. La habitud se impone en lo cotidiano con toda su fuerza y si abandoné la dieta fue, sobre todo, por aspectos sociales, ya que comer es uno de los espacios importantes de la sociabilidad. Después de esta experiencia, inicie mi dieta vegetariana, que se convirtió en vegana y posteriormente en crudivegana.

La dieta crudivegana representa una reducción total de los carbohidratos simples y del azúcar refinado, además de los productos de origen animal, prohibiendo también las comidas preparadas con todos sus aditivos. Pero detrás de cada dieta encontramos aspectos interesantes, como nuestra relación con el ambiente y otros de carácter ético.

En estos días, he comenzado a experimentar el ayuno intermitente con la dieta crudivegana y mi interés personal es constatar el tipo de cambios que se producen en mí, sea a nivel físico que psíquico. Por estos motivos ayer hice un ayuno de 24 horas que continúo con la idea de comer una sola vez al día. Un viaje a mí mismo que abre y cierra puertas y ventanas, ayudándome a vigorizar mi fuerza de voluntad y curiosidad, ya que exponerme a estas situaciones me obliga a informarme y entender mejor nuestra fisiología, hábitos y dependencias. Por otro lado, la dieta cetogénica reduce el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer, ya que esta depende de una deficiencia en el trasporte y metabolismo de la glucosa en el cerebro.