El devenir de los tiempos no suele propiciar las relaciones intergeneracionales entre los jóvenes y los mayores. Circunstancia que se acrecienta en estas últimas décadas. La brecha entre ambos sectores de edad: la juventud que intenta abrirse camino y los más veteranos que están de vuelta es incluso mayor que en etapas pasadas.

Y la principal consecuencia es la falta de comunicación. En el día a día observamos estas diferencias. Un niño de corta edad maneja con destreza un terminal móvil desde el momento que entra en contacto con él, mientras que a su abuelo le cuesta enviar un simple WhatsApp (si es que tiene instalada la aplicación) desde el mismo aparato.

Muchos millennials (jóvenes nacidos entre 1980 y 2000) escuchan horrorizados cómo lograban concertar las citas sus padres a través de un teléfono fijo y sin acudir a una agenda digital donde archivarlos. «Tenías que aprendértelos de memoria… o tenerlos apuntados en un papel». Historias de abuelos, responden los más jóvenes con sorna.

Experiencias como las que acabo de relatar u otras muchas deja intuir las enormes diferencias entre los niveles de edad más jóvenes a punto de entrar en el mundo real y las de los más mayores. Una diferencia que puede verse acrecentada en los próximos años con el aumento de la esperanza de vida.

Los jóvenes de hoy, los mayores de mañana

Así, en un futuro intuimos una brecha más grande entre personas cada vez más longevas con las de los niños del mañana. Y muchos de los que hoy no entienden las historias del pasado reciente serán los que cuenten las historias que ocurren hoy en el día de mañana… y también serán «historias de abuelos» para los jóvenes del mañana.

Esta realidad (que se ha dado en todas las épocas entre generaciones) es quizás más significativa hoy en día. El sociedad ha sufrido grandes transformaciones en poco tiempo, y quizás la brecha generacional sea más acusada en estos tiempos que corren que en etapas anteriores.

La principal consecuencia de esta lucha intergeneracional es que los jóvenes obvian a los mayores. A cambio, los últimos no toman en serio a los primeros y les deniegan o retrasan en el tiempo cualquier tipo de empoderamiento en la toma de decisiones. Así tenemos que jóvenes y mayores son dos “clases” que miran hacia lugares distintos.

Es una realidad tan palpable que el divulgador científico Eduard Punset ha advertido en un blog que «nadie estudia la ausencia total de transferencia de conocimiento y valores entre la juventud por una parte y los mayores que hoy son ya mayoría en muchos países. Un abismo insondable los separa. Son dos civilizaciones totalmente incomunicadas»

Programas de relaciones intergeneracionales

Desde luego, esta pérdida de comunicación intergeneracional es perjudicial para nuestras sociedades, porque estamos perdiendo una cantidad ingente de información y de interpretaciones basadas en las experiencias vitales que desaparecerán en el momento que sus portadores nos abandonen si no ponemos “paz” entre ambas “civilizaciones”.

La Universidad de Valladolid aporta su granito de arena en evitar este desastre con sus programas de relaciones intergeneracionales. Dos de ellos se basan en la convivencia cotidiana entre jóvenes y mayores ya sea a través del alquiler de una habitación a un estudiante en la casa de una persona mayor o de un apartamento.

La web de la Universidad de Valladolid explica que el primero de los programas tiene como objetivo en alojar a un alumno universitario en el domicilio de una persona mayor con unas necesidades determinadas. El estudiante puede ayudar a esta persona a resolver alguna de esas necesidades.

A cambio, el estudiante no deberá pagar alquiler por alojamiento, pero correrá a cargo de los consumibles que gaste (agua, gas, luz y teléfono). Se trata de una buena iniciativa que aporta supervisión a la persona mayor y un alojamiento barato al estudiante. «Una experiencia diferente que no limita ni tu libertad ni tus estudios», reza la publicidad del programa.

Sin embargo, el segundo de los programas de relaciones intergeneracionales de la Uva no ha tenido tanto éxito. Se trata del alquiler de apartamentos en edificios donde residen personas mayores, gracias a un convenio firmado entre la alma mater y el ayuntamiento de la capital del Pisuerga.

El pasado 21 de marzo la Universidad publicó una resolución en la que se comunicaban los baremos de los dos únicos solicitantes de un apartamento. Días después (27 de marzo) publicó una nueva resolución en la que comunicaba al Ayuntamiento que renunciaba a ocupar la vivienda que tenía asignada por convenio.