Desde la teoría del apego, los seres humanos estaríamos predispuestos a necesitar a otro que nos aporte confort y seguridad, especialmente en aquellos momentos en que sentimos miedo o percibimos amenazas. Como afirma Fonagy, ya en nuestra infancia la activación de conductas de apego dependerá de la evaluación por parte del infante de un conjunto de señales del entorno que dan como resultado la experiencia subjetiva de seguridad o inseguridad.

En este sentido, con respecto a la vivencia de peligro o amenaza y activación de vínculos de apego, se puede señalar que según Feeney Noller (2001) el estilo de apego se ha relacionado con las respuestas ante situaciones que podemos considerar amenazantes como son los estresores ambientales, las separaciones amorosas y los síntomas físicos.

Según Feeney Noller (2001), Bowlby (1984) planteó que, en el caso de los niños, los estilos de apego serían activados por condiciones ambientales, situaciones que generan alarma y rechazo en los adultos o en otros niños, condiciones propias de la relación de apego , como la ausencia , la partida, o la evitación de la proximidad por parte del cuidador, y condiciones propias del niño , como fatiga, hambre, dolor o enfermedad.

Al hacer la extrapolación a los adultos de estos factores que aparecen como elicitadores de nuestros estilos vinculares , podríamos observar, como afirman Feeney y Noller (2001), que, por analogía, las situaciones que más podrían elicitarlos en los adultos serían: condiciones sociales o ambientales estresantes, condiciones que representan una amenaza para el futuro de la relación de apego (ausencia o rechazo de la proximidad por parte de la pareja sentimental, conflictos con la pareja), y condiciones propias del individuo como la mala salud.

Por tanto, la evaluación que hacemos de las amenazas que vivimos pueden estar pasando por el grado en que sentimos que poseemos los recursos y red necesaria para enfrentar esas amenazas.

¿Qué sucede con el apego ante un escenario de incertidumbre o amenazas?

Ante un escenario de incertidumbre y amenazas, las redes y nuestras relaciones pueden funcionar como un factor protector ante el estrés. La existencia de otro que evaluamos como más capaz que nosotros, con más experiencia o conocimientos ante una situación, y disponible para responder a nuestras necesidades o simplemente con la capacidad de contenernos emocionalmente, puede brindar a las personas un espacio desde el que operar desde la seguridad.

Junto a ello, hay que recordar que la forma en que gestionamos el estrés – confiando en recursos propios, pidiendo ayuda si hace falta, expresándonos o no- tiene que ver con el grado en que consideramos que contamos con una red que pueda responder a esas necesidades, tiene que ver con el grado en que sentimos que nuestras necesidades pueden ser escuchadas y entendidas por otro, como también tiene que ver con el grado en que logramos una imagen realista de los recursos con los que contamos así como límites.

Normalmente la base de estas estrategias ante situaciones que nos generan amenazas se construyen desde la infancia, pero su desarrollo se mantiene a lo largo de todo nuestro ciclo vital.

En este sentido , es importante considerar la seguridad como experiencia subjetiva, al tener en consideración el hecho de que según Marrone «la seguridad del apego, en realidad, se refiere a la percepción que tiene el individuo sobre sí mismo como un agente competente para promover una respuesta positiva de las figuras de apego». En este sentido, Bowlby habría afirmado que un individuo que se encuentra bajo la predominancia de modelos internos positivos tendrá probablemente un sentimiento de confianza en otros y seguridad en si mismo, como a su vez mejores habilidades para manejar la ansiedad.

La consideración de los elicitadores del apego con el fin de definir una estrategia de prevención, como a su vez una educación que dé cuenta y permita vivenciar e identificar los factores protectores a nivel de salud mental, desarrollo de herramientas y bases sólidas para el logro de una mayor seguridad personal y establecimiento de vínculos sanos consigo mismos y con otros, se convierten en aspectos urgentes si consideramos que las características de nuestro entorno nos hablan de diversos tipos de amenazas presentes que podrían estar funcionando como elicitadores de apego, pero ahora de poblaciones completas (amenazas y atentados terroristas, desastres ambientales, inseguridad laboral, pérdidas, etc...).

En este sentido, si algo ha traído los niveles de violencia que observamos, la posibilidad de una guerra o las desestabilizaciones económicas vividas en el último tiempo es posible y justamente la vivencia de falta de seguridad, el miedo y la sensación de vulnerabilidad, ante la caída de muchos símbolos que por años hemos tenido asociados al concepto de seguridad en un entorno en que el bienestar se ha construido desde lo externo.

Si consideramos que la experiencia de seguridad es el objetivo evolutivo del sistema de apego, que es, por tanto, primero y por encima de todo, un regulador de la experiencia emocional (Bowlby,1969), podremos comprender la importancia de intervenir y considerar estos aspectos en el desarrollo de una educación emocional y en la definición de políticas sociales preventivas y de reeducación de la población.