Muchos habréis oído hablar de los denominados sueños premonitorios, aquellos que, por razones que la ciencia todavía no alcanza a explicar (todo llegará), anticipan un suceso que tendrá lugar en un momento (in)determinado.

Personalmente, lo que despierta mi admiración es la voluntad de ciertas personas para remangarse y hacer que un sueño se cumpla, en especial aquellos que, a priori, catalogaríamos de rocambolescos. Uno de estos valientes anónimos, hoy ya brillando con luz propia, es Christina Noble. Irlandesa de nacimiento, creció en uno de los barrios más humildes de Dublín en la década de los cuarenta. Su madre murió cuando tenía diez años y se convirtió en la madre de sus hermanos pequeños y de su propio padre, un alcohólico incapaz de enfrentarse a la realidad, lo que finalmente derivó en la intervención de los servicios sociales y el ingreso de los menores en distintos orfanatos.

La adolescencia de Noble concatenó un drama tras otro. Tras huir del orfanato sobrevivió a duras penas en las calles y fue violada por una pandilla de jóvenes. De regreso a otra institución de acogida se vio obligada a dar en adopción al hijo fruto de aquella violación. Años después contrajo matrimonio y tuvo otros tres hijos, pero la felicidad inicial derivó en abuso físico y psicológico por parte de su marido.

Con todo, el espíritu de supervivencia de Noble parecía surgir de una fuente misteriosa e inagotable. En la década de los setenta, una noche, tras haber visto en las noticias la situación sobre la Guerra en Vietnam, tuvo un sueño impactante sobre toda aquella destrucción, caos y gente indefensa ante aquella realidad oscura y asfixiante. Al despertar supo que Dios (con quien había mantenido sus encuentros y desencuentros espirituales desde la niñez) tenía un plan para ella en aquel país y se prometió a sí misma averiguar de qué se trataba, llegado el momento.

Años después, y tras ser rechazada como voluntaria por varias agencias de ayuda humanitaria, se subió a un avión con destino a Ho Chi Minh City dispuesta a demostrar que poseía la cualificación básica para resultar útil en un contexto tan desolador como el de los niños de la calle, huérfanos o abandonados tras nacer con múltiples taras por efecto del agente naranja, un producto químico utilizado por los norteamericanos para defoliar tierras forestales a fin de imposibilitar la ocultación a la guerrilla del Vietcong.

Una vez allí, y siendo testigo directo de la realidad imperante, Noble se propuso hacer lo imposible para aliviar el sufrimiento de aquellos que consideraba sus iguales. Sus biografías podían diferir en la forma, pero ella era capaz de conectar con el sentimiento de abandono y miedo que personificaban aquellos pequeños ávidos de afecto y calor. Sus vidas eran la versión actualizada de su propia infancia. Nadie pudo o quiso cambiar la suerte de Noble por aquel entonces, pero ella estaba determinada a alterar el rumbo de esta historia.

Finalmente, tras llamar a demasiadas puertas sin resultado alguno, una compañía petrolífera apostó por su proyecto y se construyó el primer centro de atención a los niños de la calle.

A día de hoy, la Fundación de Christina Noble ha puesto en marcha más de cien proyectos de ayuda a niños en situación de desprotección, hasta el punto de sobrepasar las fronteras vietnamitas extendiendo los programas de asistencia sanitaria y educación a Mongolia.

Historias fascinantes solo al alcance de seres humanos que creen en los seres humanos.