La imagen de mujer sumisa y encargada del hogar se comienza a trasmitir en los dibujos y en casa. El otro día acompañaba a mi sobrino en una de las actividades favoritas de cualquier niño, y de cualquiera de sus padres: ver los dibujos. Dejando para otro momento cómo logran producir ese efecto sedante capaz de tumbar paquidermos, siempre que sean paquidermos en su primera infancia, una escena llamó poderosamente mi atención. En un lugar bajo el mar, de cuyo nombre no quiero acordarme, un personaje al que andaban buscando por un ajuste de cuentas se disfrazaba de mujer con objeto de pasar inadvertido. Una vez trasmutado en fémina, llamémosla por ejemplo Patricia, el resto de los personajes, todos de género masculino, comenzaban a intentar conquistarlo, o más bien conquistarla. Lo curioso del asunto era la insistencia inagotable que mostraban estos personajes. A pesar de las repetidas negativas de Patricia, persistían en su intento una y otra vez, la rodeaban con sus brazos y aparecían allá donde iba ella sin mella en su cacería. Únicamente el descubrimiento final del verdadero sexo masculino de Patricia, llamémosla ahora, por ejemplo, Patricio, pone fin al acoso y derribo.

Los personajes de estos dibujos, mundialmente conocidos, se cuelan en nuestra vida cotidiana a través de mochilas, estuches, muñecos, globos, pijamas y un largo etcétera del que solo el imparable e impagable merchandising infantil es capaz. Lo preocupante del asunto es que estos amiguitos animados ejercen algo más que un fuerte poder anestésico. Constituyen una gran influencia a la hora de inculcar roles a seguir. Mientras que aquellas princesas Disney de antaño, siempre dulces y rescatables, han sido necesariamente cuestionadas, la crítica parece no haber calado en dibujos infantiles de creación actual y moderna como los descritos.

No deja de sorprender cómo ciertos dibujos escapan a la censura de actitudes de índole machista cuando su protagonista es de género masculino.

¿Quién ha reparado en que en la archiconocida Dragon Ball los héroes absolutos eran chicos? ¿Y qué me dicen de Oliver y Benji? ¿Cómo puede ser que hasta para criticar el machismo en los dibujos se centre el objetivo en los personajes femeninos y no en los masculinos?

Conviene tener presente que si queremos un mundo más igualitario, debemos empezar a transmitir los modelos adecuados desde la más tierna infancia. La tele es un poderoso agente educativo, que aun en forma de tiernos dibujitos animados, ejerce su poder.

Es evidente que una educación en la igualdad debe comprender todos los ámbitos de la vida, no solo en televisivo, empezando por el familiar. Si un dibujo animado posee un influjo casi mágico en los niños imagínense el efecto que puede tener una performance en directo, como puede ser la que representen sus padres en casa en su vida cotidiana.

El papel de la mujer como principal encargada del cuidado del hogar y de los niños sigue presente. Y esto se aprende principalmente en casa.

Si a alguien ha de parecer exagerada esta afirmación, sepa que hace poco, en una clase con alumnos de 15 años, no era solo un alumno el que no hallaba nada extraño en el hecho de que los cambiadores para bebés se sitúen mayoritariamente en los aseos femeninos.

Una madre es una madre, decían, y sin quitarles razón, me asombraba el papel que otorgaban a la mujer como encargada de la crianza y atención del hijo. Lo raro sería, bajo su visión, que el padre se encargara de estas labores.

Los mismos adolescentes manifestaban como plenamente vigente el viejo estereotipo de chica joven con minifalda y prendas sugerentes equivalente a chica que va buscando, y no precisamente el resto de la falda que otros creen que le falta. Del mismo modo, expresaban que la creencia de que un joven puede demostrar actitud de macho alfa en celo sin menoscabo de su reputación, sigue tan de moda como los dibujos de Bob Esponja, por ejemplo.

Para que germine la semilla de la igualdad es necesario abonar muchos campos, empezando por aquellos en los que germinan los más tempranos aprendizajes. Sin olvidarnos se arrancar las malas hierbas, aunque estas crezcan en una piña debajo del mar.