Algunos especialistas están alarmados y temen que el sexo se va a acabar. En un artículo en el periódico El País calculan que si la tendencia continúa, ya no habrá, en Occidente, más sexo para el año 2030. El declive augura que las poblaciones de ciertos países van a reducirse y hasta desaparecer. Si seguimos bajando la tasa de nacimientos, imitaremos a los dinosaurios. David Spiegelhalter, experto en estadísticas de la Universidad de Cambridge, observó cómo diversos estudios corroboran la tesis de que la frecuencia en la actividad sexual ha disminuido notablemente en el Reino Unido, en Japón y en Suecia. La actividad sexual, en los últimos 20 años, ha bajado en un 40%. Los jóvenes en Estados Unidos, igual que estos otros, tienen menos sexo del que tenían sus padres a su misma edad, según apunta un estudio de la Universidad de San Diego (EEUU), publicado en Archives of Sexual Behavior (prefieren más cazar pokemones que quitarse los calzones).

Al principio, esto no causó preocupación porque estos países nunca ha tenido fama de ser muy calientes y las malas lenguas dicen que Dios mandó terremotos a algunos de ellos para que sus habitantes se movieran en la cama, pero cuando los estudios demostraron que los mismos datos se dan en España, la ansiedad subió. Y al corroborarse que los italianos, ¡horror de los horrores!, han dejado de hacerlo, cundió el pánico. Aunque aún no se ha hecho una encuesta en América Latina, es casi seguro que se encontrará lo mismo. Se sabe que las parejas prefieren, en la noche, ver a la doctora Polo en Caso Cerrado. Y desde que regresó don Francisco a la televisión, los varones han perdido su interés en sus esposas.

Se culpa de todo esto a la tecnología. Se nos dice que no teníamos tanta distracción con los tablets, móviles y redes sociales y la tele terminaba a las 11 de la noche. Otros opinan que la gente dejó de hacer sexo por las más agotadoras y mal pagadas jornadas laborales. Otros creen que la sociedad moderna ha domesticado al sexo: «Nuestros padres y abuelos tenían la actividad sexual incorporada en su día a día», explica Francisca Molero en El País, «hoy debemos buscar espacios para ella, hacerle un hueco en la agenda porque no surge espontáneamente. O sea, es como el ejercicio: este se hacía en la vida diaria, mientras que ahora hay que hacerlo solo en el gym» (la periodista no toma en cuenta que una de las razones para ir al gym es tener sexo en la oficina del entrenador).

El que haya menos sexo, no implica que estemos tan mal. Tenemos que tomar en cuenta que el sexo hace cuarenta años duraba cuarenta y cinco segundos y que nuestras abuelas descubrían el orgasmo cuando se montaban en las bicicletas, iban a los carros chocones o paseaban a caballo. El sexo que está en peligro de extinción es el de la pareja. Si en América Latina visitáramos los moteles de paso, nos daríamos cuenta que están llenos hasta en Semana Santa. Y lo que está matándolo, fuera del aburrimiento de la rutina, es la lejanía. El deseo conyugal necesita el cuerpo presente y en nuestros países esto es cada día más difícil. Las presas de vehículos son las responsables. Cada vez se nos hace más largo el viaje de ida y vuelta a nuestros hogares. Y a como va la cosa, para el año 2030, como las tristes golondrinas, una vez que salimos a trabajar, ya no podremos regresar.

«¿Por qué lloras?» pregunta una mujer en la Ciudad de México a otra en el estacionamiento del edificio.

«¡Porque mi marido se fue a la oficina y no volveré a verlo jamás!», responde, desconsolada, la otra.