Para entender por qué la gente no es feliz, tendríamos que partir de lo que definiríamos como felicidad. Se ha confundido la felicidad con un estado emocional de satisfacción que ocurre cuando obtenemos algo deseado. Pero la realidad anda mucho más lejos. ¿Y qué es?, nos hemos preguntado todos en alguna ocasión. La nada. Sí, con el paso de los daños he aprendido que la felicidad consiste en estar bien, en sentirse bien en medio de la nada. En medio del vacío. ¿Por qué? Porque la felicidad es -y debe ser- un estado interior y no exterior -como nos han malvendido durante toda nuestra vida-. Vivimos en una sociedad donde reina el consumismo. Una sociedad donde eres más «feliz» en cuanto más posees, ya sean cosas materiales (coches, relojes, dinero) o emocionales (sexo, parejas…) y todo está bien, nada merece ser sometido a juicio si realmente eres feliz. Pero es bien sabido que el apego -material o emocional- genera un bucle donde cada vez queremos más y más, pues llega un momento en el que solo nos sentimos afortunados de esta forma.

Pero ocurre -habrá a quien no- que a medida que te vas llenando externamente te vas vaciando internamente. Aumenta el vacío y algo se rompe en nosotros, dándole paso a la famosa crisis existencial. Ese precipicio interior que da tanto vértigo y, a la vez, es tan necesario en nuestra excursión por la Tierra. Porque estamos aquí para evolucionar, sino, ¿qué nos diferenciaría del resto de los seres vivos? Si no nos cuestionamos quiénes somos, adónde vamos, cómo podemos mejorar, por qué actuamos de una determinada manera, qué hay después de la muerte, y así un sinfín de cuestiones, ¿para qué carajos nos dejaron un legado de sabiduría personajes como Platón, Unamuno, Kant, etc.?

Las crisis existenciales son necesarias, ya se den a los veinte, a los treinta o a los noventa años. Nos ayudan a madurar. A despertar a la consciencia. Son realmente sanas, siempre y cuando se acepte lo negativo de ellas. Lo negativo de nosotros y estemos abiertos al aprendizaje. Porque no hay crisis sin aprendizaje. ¿Y si no asimilamos? ¿Y si sufrimos una crisis existencial, nos lo cuestionamos todo y no aprendemos nada? Entonces ya es más jodido. Estamos jodidos. Si no aprendemos no será una crisis existencial, sino permanente. ¿Se puede vivir en un trance ad perpetuam? ¿Se puede ser feliz en ese estado? ¡No! No se puede vivir -o no se debe- en un estado de insatisfacción indeleble, que yo visualizo como un charco de lodo en el que nos vamos hundiendo. A veces nos deja asomar la cabeza, coger resuello, para luego volver a sumergirnos en..., en la desdicha. Porque hay gente así, que no logra ser feliz nunca; «ni con lo que tiene ni con lo que deja de tener».

Leonard Cohen cantaba en su canción Anthem: «hay una grieta en todo, así es como entra la luz», y yo creo que la felicidad es esa grieta. Ni siquiera la luz, sino la grieta. Esa hendidura que somos cada uno de nosotros y de quien único depende nuestra felicidad. Y no lo digo yo, lo dijo Neruda: «algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y esa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas».