La libertad personal se basa en un simple hecho: la capacidad de vencer nuestras propias resistencias y saber cómo reconocerlas y superarlas en cada momento. Fácil decirlo, pero difícil hacerlo. En nuestra vida, los hábitos cotidianos se transforman lentamente en dependencia y la pregunta que tenemos que hacernos, es si somos capaces de cambiar y dejar de hacer todas esas cosas que nos atrapan en su red y crean monotonía, indolencia y también flojera.

Para ser protagonistas, para ser activos y tomar iniciativas nuevas, hay que salir de la jaula, traspasar la zona de confort, que nos adormece y volver a ser plenos. Paradójicamente la falsa comodidad de lo conocido nos adormece y no nos deja sentir ni vivir, ya que en vez de avanzar, retrocedemos, y este lento morir cotidiano se refleja en todos los niveles: afectivo, físico, de estados de ánimos, curiosidad y también cognitivo.

Vivir es un verbo activo y lo que nos frena es la complacencia ante lo logrado, lo ya hecho y experimentado. Miramos hacia atrás y no hacia adelante. Por este motivo, tenemos que someternos a cambios y forjarnos en nuevas formas para seguir siempre vivos. Deja atrás tus vicios mentales y de otros tipos, abandona tus prejuicios, comienza de nuevo, inicia otros proyectos y redefínete como persona en tu propio vuelo y es así, cambiando, que uno se descubre, se conoce y renueva en constante movimiento. Si no lo haces, día a día, ya conoces el precio. Serás un esclavo en esa jaula gris, que para engañarte, llamas sueño. Todo muere en las rutinas, hasta el amor y el fuego de un beso, porque al dejar de estar alerta, olvidas los detalles, las pasiones se apagan y te dejas llevar, ahogando en tu gris infierno.

Pero el cambio no es suficiente. Este puede ser superficial. Lo que hay que hacer es cambiar con dirección, tener un proyecto, que una vez realizado, se transforme en otro proyecto. Uno puede cambiar y ser monógamo, profundizando su relación, compartiendo siempre más, descubriéndose en ella, o también se puede cambiar proyecto en el medio, como por ejemplo en la pintura, música, ciencia, artesanía, escritura, culinaria. En las relaciones o en el trabajo, agregando nuevos aspectos o reorganizándose para empezar desde otra perspectiva, con otros objetivos y en cierta manera, re-empezar.

Tenemos que huir de las repeticiones, de las frases hechas, de las opiniones convencionales y ver el mundo con otros ojos y en nuestra aparente madurez, volver a ser niños y sorprendernos en cada momento. El mundo es un laboratorio, un terreno para descubrir y experimentar y en vez de cerrar puertas, hay que abrirlas para que entre aire y viento. Porque la única certeza con la que podemos contar, es que nuestras ideas, pensamientos, suposiciones son todas, en principio, falsas y para crecer tenemos que superarlas una a una, en un diálogo infinito e intenso.

No hacerlo tiene un enorme precio, encerrarnos en estrechos supuestos, que nos enceguecen completamente. Vestirnos de absurdas aberraciones hasta huir de la vida, la luz, la duda y todo posible experimento. Confundiendo el amor con el odio, la rutina ya gastada con la innovación, la ignorancia con el saber y lo nuevo con lo viejo. La verdad es sólo una, si no cambias, te superas cada día y en cada momento, estás ya muerto y la triste definición de muerto es no estar vivo o negar la vida, la novedad, la profundidad y el aprender eterno.