Recibir extrema y abundante diversidad de información, noticias y datos diariamente, provoca que estemos regularmente sujetos a expresar alguna, o varias simultáneamente, de las cinco emociones básicas de que disponemos para reaccionar ante ellas -asombro, preocupación, risa, indiferencia o «interés especial».

Esto no me parece saludable, sobre todo para el funcionamiento estable del principal órgano sexual de nuestra especie: el cerebro. Y no lo es por lo que contiene la última de aquellas emociones enumeradas: reglas del juego moral que nos han enseñado durante siglos, y que las hemos aceptado, construyendo con ellas paredes y techo de la cárcel donde nos encierra una Ética Civilizadora que afirma protegernos contra «El Pecado Original».

En la insilenciable noosfera urbana en que transcurre la existencia de quienes residen en las grandes ciudades, las noticias que con más frecuencia coinciden con el proyecto de felicidad que nos hemos autoinculcado –más allá de lo que nos regalan padres y maestros-, sin saber exactamente por qué, están las que conducen a razonamientos sobre «el Amor y el Sexo», sobre los cuales nos hacemos muchas preguntas, sobre todo en la adolescencia y primera juventud hasta que, sin haber encontrado respuestas que nos satisfagan, vamos olvidando esas interrogantes hasta aceptar «el Silencio» como la única y mejor de las respuestas. ¡Y así es, gústenos o no, disfrutémoslo con placer o aceptémoslo con resignación, sabiduría o por no tener otra opción!

Lo mismo sucede en sitios urbanos menos poblados, o en las innúmeras aldeas rurales y «sitios» de poco más o menos un centenar de personas, que en algunos casos no alcanzan siquiera la docena. El asunto amar y follar «funciona» en casi todas partes sobre la base de cánones de relación entre mujer y hombre muy antiguos aun cuando se haya perdido o no la «moral natural» que supone convivir con la Naturaleza y la espontánea lascivia de los animales de corral.

Tal y como me he formulado esta cuestión a lo largo de mi vida y en base a lo que pienso y creo sobre ella hoy -lo que he alcanzado a entender, sin haber agotado totalmente mi curiosidad por el desgaste intenso de energía y voluntad que supone la búsqueda y encuentros con la Felicidad de hacer el amor-, el conflicto supremo entre «ella y él», se inscribe y así lo he resumido para mi comprensión personal del problema, en el ámbito de lo que abarcan dos palabras: sexualidad y conocimiento.

El territorio cognitivo del Homo sapiens sobre este tema siempre está fronterizado, aunque puede alcanzar a muchos países –conocidos o no directamente-, gracias al crecimiento de la circulación de información sobre la sexualidad, sus mecanismos y formas de comportarse en esta o aquella cultura en particular -¡es decir, cómo funciona «la costumbre de hacerlo» en uno u otro lugar del planeta!-. En los ultimo 30 años y no solo por la invención de Internet, o el desarrollo de las reivindicaciones sociales feministas, sino, sobre todo, por la necesidad productiva de deshacernos de ignorancias y tabúes, ha crecido la divulgación sobre este asunto hasta el punto de que hoy «la sexualidad» está presente siempre entre los ítem temáticos que utilizan los medios para distribuir sus noticias. Y aun cuando se trate de «medio especializado» en otros saberes, las vibraciones informativas concurrentes con el «interés especial» que suscita tal temática contaminan todo el lenguaje oral y escrito, y las imágenes con que se complementa, con «lo sexual», o con aspectos conectados con ella mediante el erotismo. Ni siquiera «la política».

Cada humano se inclina y decide adquirir la ciudadanía moral de que presume cada uno a causa de lo que se ha enterado del cómo se hace eso allí o allá, u opta por más de un solo tipo de ética, según se lo dicten sus instintos, se sienta su cuerpo o le convenga a su ánimo. Y aun cuando “la normativa moral” está muy extendida y bien ordenada, según territorios culturales nacionales, siguen habiendo una parte de ellos y ellas “sin papeles”, por la inequidad que aun sobrevive en la distribución homogénea del aprendizaje de saberes y por lo difícil -¡más bien “imposible”!-, que es formalizar una ética y una moral única que funcionen de manera útil y eficaz en la inmensa variedad de medios ambientes y circunstancias a las que se deben adaptar los sapiens para sobrevivir.

La figura geometría/gnoseológica Sexo y Saber, atraviesa y convive en todo lo que hacemos a diario, tengamos una identidad cognitiva ética o carezcamos de ella. Es decir, es parte del motor que anima y, paralelamente, proporciona el combustible que mueve al Cuerpo Propio –sea para disfrutar de lo placentero, o resistir lo doloroso-. Todos los actos del sapiens, suponen algún grado de sexualidad. Y los mentales adjuntos a ellos, aprendizaje. Tal es la ecuación dentro de la cual viví, durante mucho tiempo, sin darme cuenta, ni alcanzar a razonarla, a causa de obviedades casi imposibles de identificar.

La «libertad sexual» es, o al menos así lo distingue mi percepción y experiencia personal, mito subsidiario de la primera palabra que define tal imaginario. Y si algo de cierto, real e incuestionable hay en ese concepto ideológico, únicamente se puede encontrar en los dos instrumentos con que nos dotó La Naturaleza para reproducirnos. Y ni siquiera la ciencia de «crear» nuevos sapiens –facilitar que un espermatozoide penetre en un óvulo en condiciones artificiales creadas en laboratorio-, puede prescindir de esa “«invención tecnológica» a pesar de que la moral del perfeccionamiento de nuestra especie eliminara del “proceso” la presencia más soez y sucia de los maravillosos instrumentos que nos regalo La Evolución para multiplicarnos.

Y cuál es «la consecuencia tangible de ese extraordinario poder de la materia»: la Interdependencia, única manera capaz de producir la Complementariedad de la que nacemos. Es decir, lo que nos convierte a cada uno de los seres que somos en Unidad Material Única.

Entender «lo qué significa estar vivo» –en su sentido literal absoluto, sin aliento metafórico o intencionalidad poética-, supone construir y asumir principios éticos que se deriven de esta perspectiva científica. Este es el mejor razonamiento que ha podido elaborar mi mente para comprender el dilema del gato de Schrödinger, porque los Seres Humanos somos consecuencia y no causa de que exista la física cuántica.