En los hospitales privados de América Latina se están descubriendo los primeros casos de una rarísima enfermedad que se extiende desde Estados Unidos. Aunque el primer enfermo fue diagnosticado hace dos años, el número de personas con los mismos síntomas se ha elevado a docenas. El síndrome de Cotard es un desorden mental en el que el sujeto se percibe a sí mismo como algo que, en cierto modo, no existe o está separado de la realidad. Las personas con este síndrome son capaces de percibir sensorialmente su propio cuerpo (por ejemplo, pueden verse en un espejo, al igual que todas las personas sin alteraciones de visión) pero lo notan como algo extraño, como si no existiera. Una cantidad significativa de las personas con síndrome de Cotard, por ejemplo, cree estar muertas, literal o figuradamente, o estar en estado de descomposición. El dueño de un restaurante, por ejemplo, en México, fue hospitalizado luego de decirle a su familia que su pene se había acortado hasta desaparecer. Una vez internado le dijo a los médicos que no tenía ojos, asegurando que habían sido removidos por un doctor en la sala de emergencias.

El síndrome de Cotard recibe su nombre del neurólogo francés Jules Cotard, quien a finales del siglo XIX acuñó el término de Síndrome de Negación para describir el caso de una mujer que creía estar muerta y tener podridos todos los órganos internos. Esta persona, al creer que estaba suspendida en algún punto entre el Cielo y el Infierno, no creía necesario comer, ya que el planeta Tierra había perdido todo su significado para ella (varios que han sido acusados de quitarse el preservativo, aseguran que son inocentes porque la parte culpable, el pene, no pertenece a ellos).

Existe, sin embargo, una diferencia entre la enfermedad en la forma que se manifiesta en Estados Unidos y en América Latina. En esta última, tenemos una variación del Cotard: la persona está viva y se siente bien pero son los demás quienes la miran como muerta. Según los médicos de los centros privados (la enfermedad afecta solo a los estratos de ingresos alto), tenemos desde la Colonia evidencia del síndrome de Cotard pero no lo habíamos reconocido. América Latina eliminó la pena de muerte, sin embargo, surgió la muerte simbólica que es el asesinato público de un personaje, en que este sigue respirando y camina pero para los demás, está ido, terminado, fallecido.

Esta muerte simbólica crea personajes «no vivos» (los undead en inglés), o sea muertos vivientes. Lo peor es que ellos no lo saben. Aún sueñan con asociarse con un narcotraficante y permitirle burlar la ley, otorgar una concesión pública a una compañía que le paga por ello, utilizar sus conexiones para adquirir préstamos millonarios de la banca, adquirir propiedades de forma ilícita, auto recetarse salarios exorbitantes o establecer iglesias con fondos ilimitados. La ambición sigue matando a estos pobres enfermos y por corteses que somos, nadie se atreve a decirles que ya no están entre los vivos.

El síndrome de Cotard no tiene cura. En varios de los hospitales privados, después de largos tratamientos para convencer a unos y otros que los internados están vivos, muchos tienen una mejoría. Pero cuando les llega la cuenta, se hacen los muertos.