La psicología feminista y el feminismo en general han estado a la vanguardia de la discusión sobre la dinámica de la vergüenza. La vergüenza se utiliza en muchas culturas como un sistema conductual y psicológico de control. La crianza en la cultural oriental, por ejemplo, depende en gran medida de ella. En Occidente, aunque el uso de la culpa puede ser más común, también se ha utilizado para mantener las conductas estereotipadas del género y para combatir lo que se ha querido prohibir.

Existen diferencias importantes entre la vergüenza y la culpa. Las personas dominadas por la vergüenza creen que hay algo intrínsecamente malo en ellas como seres humanos, mientras que las que tienen sentimientos de culpa piensan que han hecho algo malo que debe castigarse. La vergüenza trabaja en el nivel más profundo de la psique y del yo. Ambas pueden dar pie e influir en determinadas conductas y causar un grave daño psicológico, pero cada una lo hace de diferente manera.

La vergüenza es una especie de cárcel psicológica que se puede establecer fácilmente en casi todos los individuos, con la posible excepción de aquellos psicopáticos y narcisistas. No doy a a entender con esto que estos últimos no sientan también la vergüenza, pero por lo general, debido a su rígido sistema de defensas, no los afecta de la misma manera.

Es obvio que una disciplina que se especializa en el estudio del género y de la objetivación de los cuerpos de las mujeres en particular estará profundamente preocupado por el uso de la vergüenza como instrumento para mantener las relaciones de poder y el estatus social. Gran parte de la literatura científica y clínica nos ha hecho estar conscientes, en la crianza de los hijos y en la disciplina escolar, de los efectos perjudiciales del uso de la vergüenza.

Los cuerpos de las mujeres, por ejemplo, son convertidos, por la omnipresente y conocida «mirada masculina», en fuente de admiración pero también de vergüenza (ver Referencias al final del texto). Los enfoques feministas y otros que son conscientes de la construcción cultural estudian, en sus modelos psicoterapeúticos y en su epistemología, los efectos incapacitantes de la vergüenza. Cuanto menos un individuo se sienta avergonzado, de más posibilidades dispone para tolerar los cambios. Cuando se reduce el sentimiento de vergüenza, la persona tiene un mayor acceso a sus propias fortalezas.

La vergüenza desencadena una serie de respuestas físicas como son calor en el rostro, imposibilidad de sostener la mirada, aceleración del pulso, vacío en el estómago e incapacidad para expresarnos. Tenemos la sensación de hacernos cada vez más pequeños e insignificantes frente a los demás que se hacen más grandes, más fuertes y peligrosos. Es como si nos encogiéramos, lo cual es real ya que, al sentir vergüenza, instintivamente encogemos brazos y piernas tratando de protegernos y de pasar desapercibidos. Se dice coloquialmente que la persona «quiere marchitarse y morir».

La ridiculización del cuerpo y de la gordura son traumas de gran importancia para las mujeres y para otros grupos marginados. La reacción ante esta es un deseo incontrolable de desaparecer, hacerse invisible, purgarse o mutilarse, lo que puede llevar, en su forma extrema, al suicidio. Por supuesto, todos desarrollamos varias formas de defendernos del peso de lo que es sentir el dolor de la vergüenza, pero estas imponen un precio psicológico que implica la desconexión y la negación de lo que somos.

Últimamente, hemos visto como los políticos han empezado a usar la vergüenza para destruir a sus contrincantes y ni qué hablar de los ataques de todos los días en los grupos sociales en el Internet. Ridiculizar a tus enemigos es una forma de proyectar la vergüenza propia y hacer que esta descompense a tus rivales.

La vergüenza no es una herramienta eficaz para la madurez psicológica y mucho menos una forma de disciplina para los niños o los adultos. Es más bien un arma psicológica letal. Esta incluye ridiculizar por cuestiones de género, del cuerpo o de las habilidades e incapacidades. Las personas venimos en diferentes tamaños, formas, colores, géneros, etnicidades y habilidades. Esto es parte de la diversidad de la humanidad que debe respetarse. Parece que aún no hemos aprendido la lección y por ello, como sociedad, no vamos a alcanzar un desarrollo mental óptimo. Es nuestra obligación entonces apoyar y ayudar a sanar a aquellos que han sufrido los peores vejámenes por la práctica de usar la vergüenza como maestra. Solo así alcanzaremos nuestro bienestar psicológico.

Referencias

Kaschak, E. (1992): Las vidas engenerizadas: una nueva psicología de la experiencia de la mujer, Basic Books.
Kaschak, E. y Bruns, C. Terapia feminista: historia y geografía. En J. C. Chrisler & D. R. McCreary (Eds.), Handbook of Gender Research in Psychology Volume 11: Gender Research in Social and Applied Psychology. Nueva York: Springer 2009.