¿Qué esperamos cada uno de nosotros? ¿A quién? ¿En quién confiamos cada uno de nosotros? ¿En qué?

Escribimos nuestro propio guion con las elecciones que llevamos a cabo en cada momento. Nadie lo hace por nosotros aunque, muy a menudo, tengamos la sensación de que somos víctimas de las circunstancias. En realidad no somos víctimas de nada. Somos creadores de nuestro propio mundo y, a la vez, herederos del mundo creado por los otros.

A veces, quizá más de las deseables, la actitud de los adultos es un ejemplo nefasto para los jóvenes. Bien sea por estar demasiado pendientes de responder a las expectativas que los demás tienen respecto a nosotros, o por esa necesidad de ser aceptados dentro del grupo, o porque nos hemos dejado llevar por las prisas de un ritmo que nos arrastra y nos impide detenernos a reposar, a pensar en lo que realmente nos conviene.

Nos hemos ido metiendo, hasta el cuello, en el engranaje de esta red de miedos, competición, manipulación y agobios, que no nos permite recordar la esencia de lo que realmente somos: seres maravillosos cuya mayor responsabilidad es ser felices.

¿Os habéis preguntado alguna vez a qué sonamos por dentro? ¿A qué nos suena lo que vemos, lo que olemos, lo que saboreamos? ¿Con qué ritmo se introduce en nuestra piel lo que palpamos? ¿Con qué música se forjan los pensamientos?

Todo, hasta el más insignificante detalle, hasta el acto o sentimiento más mínimo, se va añadiendo y adaptando a esa increíble y armoniosa partitura que constituye nuestro ser. ¡Es tan especial, tan irrepetible... pues es única en cada uno! Y, sin embargo, qué lejana, cuánto desconocimiento tenemos de ella.

Echemos una mirada a nuestro alrededor: ¿Por qué no somos felices? ¿Por qué tanta apatía, tanta desconfianza, tanta violencia?

Las causas son múltiples y de algunas se habla mucho: crisis de valores, dificultad de las familias para poner límites, leyes obsoletas, corrupción en el poder, consumismo, ensalzamiento de la mediocridad, de lo superficial, afán desmedido por alcanzar la fama a cualquier precio, temor a salirse del rebaño.

Urge pasar de las palabras a los hechos. La sociedad entera debe reaccionar, movilizarse.

La familia ha de asumir en serio la tarea de educar. Las leyes han de servir y proteger al ciudadano, incluso a pesar del ciudadano mismo. Pocas cosas son tan nefastas como el sentimiento de impunidad, la sensación de que no pasa nada, sea cual sea la gravedad de la falta cometida. El derecho a vivir en paz y dignamente debe estar garantizado frente a una minoría que distorsiona el normal funcionamiento de la sociedad.

Es imprescindible poner toda nuestra atención y voluntad en una buena educación emocional: el niño feliz tiene muchas posibilidades de ser un adulto feliz.

No se trata de ser especiales. Es tan simple y tan grande como ser sinceros con nosotros mismos y reconocer que estamos más acostumbrados a reparar en los defectos del otro que en sus cualidades. Es tan simple y tan grande como convencernos de que la naturaleza humana en su origen es esencialmente buena y armoniosa y, por tanto, lo humanamente natural sería ser más positivos que negativos (¿por qué llevarle, entonces, la contraria a la naturaleza?).

Es tan grande y tan simple como comprender que si nuestros niños se ejercitan en el precioso arte de percibir las cualidades propias y ajenas, por fuerza, inevitablemente, el resultado será una sociedad positiva en la que los valores no resultarán ya rasgos extraños, sino las mágicas notas que emanan de nuestro interior.

Solo valorándonos, descubriendo la magia que llevamos dentro, podemos ser mágicos con los demás. Porque la magia es posible cuando creemos en ella y escuchamos cómo suena en nuestro interior.

¡Cuesta tan poco extender las manos y comprobar que no están vacías, que todavía nos queda mucho por ofrecer!

La vida es una continua sucesión de esperas. Casi de un modo permanente, la mente está centrada en el porvenir. Es una enfermedad que padecemos todos desde que abandonamos la infancia, esa etapa en la que la única ocupación es el presente.

¿Qué esperamos de la vida?

Me atrevería a decir que la mayoría de nosotros responderíamos a esta pregunta con la palabra Felicidad.

Pero ¿qué formas, qué rasgos precisos, qué color atribuiríamos a la felicidad? Sin duda, el color, la forma, los rasgos de todos los hombres, mujeres y niños a los que amamos y por los que somos amados. Es maravilloso sentirse querido, saber que le importamos a alguien. Sin embargo, no podemos olvidar que, para sentirnos así, primero debemos amarnos a nosotros mismos.

Hemos nacido para escribir el guion de nuestra propia vida y nuestra mayor responsabilidad para con ella es Crear.

En palabras de Colin Wilson:

La mayoría de los hombres esperan pacientemente, como las ovejas en los prados, pensando que no hay nada que hacer, que la realidad es una especie de prisión de la que es imposible salir. Mas lo cierto es que las puertas de esta prisión están abiertas de par en par y lo único que impide la huida es la pasividad del hombre, comparable a una especie de hipnosis. El comienzo de su salvación está en los atisbos de libertad que suelen hacerse sentir en momentos de éxtasis o de crisis.

Descubramos la poesía que late en lo que nos rodea. Creemos poesía en nuestro día a día. La poesía entendida no como el poema escrito o recitado, sino como la energía que nos envuelve y que apenas percibimos, tan acostumbrados como estamos a caminar casi a ciegas, envueltos en el uniforme de las prisas, los prejuicios, el ansia de poder, el miedo al fracaso.

No tengamos miedo a las caídas, porque… «a veces, es el lodo el que restaña/ nuestra sangre. /A veces, el sonrojo/ de descubrirnos sucios/ nos impulsa a buscar/ el abrazo del agua» (Dioses de papel, A. M. Castillo).

A veces, necesitamos desnudarnos de todo para mirar con ojos nuevos, para ser nosotros, para crear.

Crear nuestro guion otorgando importancia a los pequeños detalles. No se trata de deslumbrar con fogonazos. El verdadero éxito es ser pequeños-grandes héroes cada día. Todo es importante, tanto lo aparentemente sencillo como lo majestuoso.

No se me ocurre mejor modo de finalizar que con algunos fragmentos de Walt Whitman en su magnífica obra Hojas de Hierba:

Sabias y hermosas palabras en las que el autor nos invita, desde su propia experiencia, a vivir sintiéndonos uno con la Naturaleza: observándola, admirándola, respetándola, imitándola, creando constantemente:

Creo que podría vivir con los animales, son tan secretos y tan plácidos. Me detengo y me demoro mirándolos.
No se atormentan ni se quejan de su condición. No se quedan despiertos toda la noche ni lamentan sus culpas. No me abruman con discusiones de sus deberes para con Dios. Ni uno solo está descontento, ni uno solo está dominado por la locura de tener cosas.
Ni uno solo se arrodilla ante otro, así fuera de su especie que vivió hace miles de años.

Creo que una hoja de hierba no es menos que el camino recorrido por las estrellas, y que la hormiga es perfecta, y que también lo son el grano de arena y el huevo del zorzal, y que la rana es una obra maestra, digna de las más altas. Y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo. Y que la menor articulación de mi mano puede humillar a todas las máquinas, y que la vaca paciendo con la cabeza baja supera todas las estatuas. Y que un ratón es un milagro capaz de confundir a millones de incrédulos.

Creemos nosotros un mundo luminoso y cubramos, así, el nuestro de destellos. Seamos transparentes. Seamos felices.