No tengo ningún superpoder. No vuelo como Superman, ni tengo la fuerza de Hulk. En realidad, soy una persona común y corriente. Es lo que siempre he creído. A menudo me pregunto cuáles son las cualidades que más aprecio en una persona y la respuesta es su fuerza de voluntad, perseverancia y capacidad de concentración. Con el tiempo, he llegado a la conclusión que estos son los verdaderos superpoderes a que podemos anhelar.

En nuestros días, todo es distracción, pérdida de tiempo. Pasamos de una actividad a otra sin profundizar y nuestra capacidad de atención ha disminuido enormemente. Pocos o casi nadie se concentra por unas 5-6 horas a la vez, el mundo nos bombardea constantemente con estímulos sin sentido y estar excluye ser. En el sentido que, para ser uno realmente, uno tiene que elegir, fijarse objetivos, dar dirección a lo que se hace y la forma en que utilizamos nuestro único recurso, el tiempo.

Nuestra fantasía y contenido mental pasa de un tema a otro, pensamos en tantas cosas, que en realidad no pensamos. Todo se vuelve superficial y repetimos los mismos temas de siempre, las mismas respuestas sin detenernos unos minutos para reflexionar. Mentalmente, reina la flojera y la falta de disciplina. Uno es parte de un grupo, porque todos dicen lo mismo y nadie nos empuja a pensar sistemáticamente sobre cada argumento y así es que vamos construyendo un mundo lleno de ilusiones, urgencias irrelevantes y conversaciones vacías.

Somos una imagen reflejada en un espejo, hemos crecido en un mundo donde todo es apariencia y donde a menudo se pierde el sentido de las cosas y el contacto con la realidad. Cada vez más débiles y volátiles, sin un centro, ni intereses visibles. Huérfanos de pasiones, nos dejamos llevar o arrastrar. Este estilo de vida, si así lo llamamos, inició con la omnipresencia de la televisión, con la invasión acústica de música sin sentido y se ha multiplicado con las redes sociales y el populismo, ya que este último no es más que el reflejo de una desorientación casi total, una falta de raíces, una deficiencia ética y comportamental. En situación de desnudez y sin superpoderes nos sentimos vulnerables y tenemos miedo.

La juventud hoy en día presenta graves síntomas de ansiedad y depresión. Es sólo una minoría la que tiene un motivo fuerte para vivir con un plan de desarrollo personal y esto en un espacio donde faltan modelos y pautas comportamentales.

La distinción entre realidad y fantasía se ha diluido y el resultado se manifiesta en fragilidad. La sociedad liquida que algunos postulan tiene un impacto enorme en nuestra vida personal y la debilidad se manifiesta en ilusiones, sueños sin dimensión real y en tragedias humanas como el feminicidio, suicidio e incapacidad de oponernos a la adversidad.

Por estas razones, invito a cada lector a recuperar sus superpoderes para conquistar positivamente el tiempo disponible, dándole calidad a sus actividades, relaciones y existencia. Las personas están divididas en incontables dimensiones, pero entre ellas hoy hay una que se hace más urgente y vital: la capacidad de focalizar, dejar de distraerse y ser uno mismo, sin dejarse llevar, superando la impotencia que engendra la falta de contacto con la realidad.