Uno de las características más relevantes del trastorno obsesivo compulsivo (TOC, en adelante), es el miedo a resultar contaminados por algo, por lo que sea. De ahí que la práctica de lavarse las manos excesivamente se convierta en un ritual para quien padece este peculiar trastorno de ansiedad. Cada vez que viene a consulta algún paciente diagnosticado de TOC, dejo espacio para que pueda realizar su ceremonial, para sentirse seguro. Hay quien necesita cambiar de silla y renuncian a la comodidad de mi sofá para pacientes. Las conductas cargadas de cierto grado de obsesión no son infrecuentes en la población en general, cuando alguna de ellas se eleva hasta un nivel patológico, suele requerir ayuda profesional.

Ahora, en estos tiempos de pandemia y rebrotes de coronavirus, todos nos lavamos, o deberíamos lavarnos las manos varias veces al día, es una medida profiláctica muy eficiente contra cualquier tipo de contagio. Para los que lo hacemos, resulta un hábito que debemos practicar, no es difícil que nos olvidemos de lavarnos las manos al llegar de la calle o al ir a dormir, como nos olvidamos de llevarnos la mascarilla al salir a la calle por las mañanas. Lavarnos las manos tiene un componente obsesivo, es natural, el miedo al virus y a las enfermedades que puede provocar o promover, está detrás de toda conducta repetitiva de evitación. Los temores con los que llegó el coronavirus y con el que nos amenaza en cada nuevo rebrote difuminan las líneas que separan el trastorno obsesivo-compulsivo y la seguridad debida a un agente patógeno tan peligroso.

En situación de confinamiento y en las secuelas que padecemos tras el desconfinamiento, muchos y muchas podemos estar transitando por el mismo camino que lo hacen los que padecen un TOC clínico diagnosticado. Es decir, no andamos muy lejos de esos pensamientos intrusivos que desarrollan un paciente de TOC, que le generan sufrimiento psicológico y la obsesión ante un malestar insoportable. La obsesión por la limpieza que nos insufla el miedo al Covid-19 es, sin lugar a dudas, un comportamiento excesivo, ciertamente no saludable que, sin embargo, adoptamos como forma de actuar normalizada para afrontar la ansiedad que nos genera el riesgo al contagio de coronavirus. Parece que un poco de obsesión y de compulsión ya no lo estigmatizamos como cosa de ansiosos, de gente nerviosa que pierde la calma y acaba orbitando alrededor de la realidad, sin ajustarse a ella.

Sin embargo, y en general, lavarse las manos cinco o diez veces al día como medida profiláctica contra el coronavirus, no nos va a poner al filo de una patología adictiva resultante del confinamiento y la práctica habitual adaptada a nuestra realidad cotidiana.

Sin embargo, con el coronavirus también llegaron algunas situaciones más complicadas, complejas y difíciles de resolver relacionadas con los comportamientos obsesivos. Entre ellas, el abuso de sustancias, el incremento de conductas de acoso psicológico, el maltrato, el consumo excesivo de pornografía y el incremento de la adicción al juego patológico. Sobre esto último quiero centrarme en este artículo.

Aislamiento y adicción

Difícilmente, por dura que haya sido la situación de aislamiento, alguien pasará de la adaptación a las medidas de contención del virus a una compulsión patológica o adictiva de lavarse las manos. De hecho, lavarse las manos, usar mascarillas y mantener la distancia social, así como pasar más tiempo en Internet con nuevos límites en las interacciones personales, son algunas de las nuevas formas de comportamiento que tenemos que asimilar. Y nos adaptaremos a ellas sin demasiadas complicaciones. En la población en general, los trastornos y complicaciones psicológicas debidas al confinamiento, pueden existir, pero también son muy superables sin necesidad de ayuda profesional. No nos vamos a engañar, los problemas psicosociales generados por la pandemia pueden afectar a numerosas personas, pero no son una nueva forma dañina de la pandemia.

Sin embargo, el uso de la tecnología durante la pandemia sí ha propiciado problemas relacionados con las conductas obsesivo-compulsivas. El confinamiento ha tenido una influencia muy negativa en aquellas personas que padecen algún tipo de relación adictiva en su relación con Internet y las Redes Sociales.

José es un joven que no pasa de los veinticinco y lleva casi un año sin salir de su habitación. Sus escapadas al baño del piso, a la cocina para asaltar la nevera, son las actividades que más se salen fuera de su rutina. Su mundo es el mundo de los juegos y las apuestas por Internet. Desde que quedó en el desempleo, la búsqueda de la fortuna se instaló en su vida. Pare él, el confinamiento parecería algo de poca relevancia, acostumbrado como está a estar solo entre cuatro paredes, rodeado de tecnología. Pero no, al contrario. José es, probablemente, una de las personas más afectadas negativamente por la pandemia de coronavirus, el decreto de alarma y el confinamiento estricto vivido durante tres meses en España.

La tecnología de la comunicación a través de la red ha jugado un papel esencial en las largas horas y días del confinamiento por el coronavirus. Internet nos ha permitido mantener contacto social con familia, amigo y conocido, trabajar desde casa y divertirnos. Quiero pensar que la mayoría de nosotros ha estado ahí, en ese lado. Pero, también, hacemos cosas mucho más extrañas e insospechadas hasta hace bien poco. Con el confinamiento han aparecido términos novedosos, como el zumping, que define las rupturas sentimentales a través de videollamadas. Con el desconfinamiento el hábito se ha «normalizado». De «locos». Internet y las redes sociales, que desde hace ya décadas, es el planeta de los encuentros y las citas amorosas o simple aventura, ha perdido empuje. Por el contrario, la cara oculta del mundo virtual ha estado más presente que nunca durante la pandemia. El abuso de los ingenios tecnológicos se ha disparado, la pornografía ha reinado y el juego patológico se ha agravado peligrosamente. Los datos nos superan, las conductas adictivas a través de la red han crecido exponencialmente durante el confinamiento y continúan siendo práctica compulsiva en el momento presente.

Los trastornos relacionados con las conductas adictivas por el consumo de juegos de azar y apuestas online o en diferentes plataformas y casas de apuestas, al contrario de lo que podría parecer por el cese de la actividad productiva y laboral no esencial para la lucha contra el coronavirus, ha crecido enormemente. Muchas personas huyendo del aburrimiento consumieron mucha lotería y timbas en red. Ahora que pueden salir de casa, continúan haciéndolo y haciéndolo pasando más horas en casa. En muchos de nuestros jóvenes, el juego patológico se ha convertido en un trastorno emergente. En ellos y ellas el riesgo de adicción al mismo es elevado. Jugar para evadir responsabilidades o situaciones personales de inseguridad, es una forma de escape de los problemas, se suele convertir en un callejón sin salida lleno de depresión...

Suelo utilizar la metáfora de la cama para explicar visualmente la depresión clínica. Cuando alguien está en una situación de depresión su mundo se reduce al espacio de una cama. Entre sus cuatro paredes, el mundo virtual de José estaba lleno de tristeza, ansiedades y obsesión. Las deudas de juego le arrasaban, a él y también a su familia, que era su madre, con quien mantenía una relación de cariño distante. De ese tipo que mantienen los niños consentidos en familias permisivas. Ella le ayudó un tiempo con dinero para evitar denuncias. Su hijo, pese a todo, era la única realidad afectiva tangible que le quedaba. Desde que pasó a una situación de regularización temporal de su empleo de gobernanta de un hotel, como consecuencia del estado de alerta por la pandemia, las deudas a José le tienen al filo de lo delictivo. Él no la atosiga con esto, ella prefiere dejarle en su mundo y suplicarle al padre de su hijo que le ayude, una vez más. Sentirse culpable por la conducta obsesiva de su hijo con los juegos por internet, le causaba a su vez una tristeza que arrastraba como quien arrastra un saco de piedras.

Los juegos de apuestas no solo juegos son. Con mucha frecuencia pasan de ser una diversión a convertirse en una prisión. O lo que viene a ser lo mismo, una enfermedad biopsicosocial, influye sobre todas las esferas de la vida. La adicción afecta a toda la familia. En situaciones de desestructuración o depresión familiar el juego patológico suele desintegrar el microsistema familiar. La familia, sin embargo, es un factor relevante de protección y de disminución de patologías asociadas con el juego. Los adolescentes y hombres jóvenes (utilizamos mayormente el masculino porque mayormente son varones los que sufren este problema. Las mujeres juegan infinitamente menos y cuando lo hacen compulsivamente, están motivadas por conflictos emocionales, mayormente) con problemas de hiperactividad, depresión y TOC, son más propensos a desarrollar situaciones de riesgo de adicción a sustancia y conductuales. Esto no es algo nuevo. El aislamiento por coronavirus, sin embargo, lo ha convertido en un fenómeno que se nos ha ido de las manos. Las más optimistas de las estadísticas sitúan el juego patológico por Internet como un impacto directo en el bienestar de las personas y de la sociedad. Al paso que vamos normalizando conductas de riesgo del juego, tal vez pronto estaremos considerándolo «la heroína» del siglo XXI.

La nueva normalidad

Para un psicólogo, hablar de normalidad es algo que siempre se acaba complicando. La normalidad suele ser una suma de complejidades. El desacuerdo con las definiciones estereotipadas es confesional en mí, especialmente en referencia a la concepción de lo anormal. Entiéndame. Entiendo la normalidad como un billete de ida y vuelta que depende de la diversidad de las personas y la variabilidad de las cosas, el tiempo, la cultura, las situaciones y las experiencias.

Para la madre de José, volver a incorporarse a su trabajo era un alivio, bocanadas de aire fresco y, a la vez, un mar de incertidumbre. El joven continuaba más aislado que nunca después del confinamiento, del exilio en casa que hemos vivido casi el planeta entero. Para ella, el juego patológico de su hijo es un agujero que no para de cavar. Como José, otras muchas personas están padeciendo las secuelas del impacto mental del confinamiento. Las cuarentenas suelen ser experiencias desagradables a las que subyace la ansiedad por el hecho y por la hiperinformación, miedo y apatía. Potencia la psicosomática de los hipocondríacos y algunos síndromes psicológicos e incluso cierta fobia social. Pero Sara, la madre, sabía que la obsesión de José lo había alejado de cualquier normalidad, nueva o vieja. El confinamiento, para las personas ludópatas como José, solo han traído nuevas y mejores condiciones para seguir con los pensamientos distorsionados que le llevan a seguir apostando.

Desde luego nadie en su sano juicio desea volver a pasar por un nuevo confinamiento, aunque sea de carácter local. La nueva normalidad nos invita al orden social a través de los nuevos hábitos para interrelacionar con los demás. Para los humanos... que nos hacemos a base de abrazos y de besos, no resulta fácil mantener ciertas distancias, pero nos vamos acostumbrando. También, al juego patológico parece que nos tendremos que adaptar. Pasa como con el tabaco, destinamos sus impuestos para curar el cáncer de pulmón y a cubrir gastos de carreteras y ferrocarriles. En esta nueva normalidad, sería entonces normal entender que las inversiones en políticas de prevención e intervención sobre el juego patológico también mejorarán con lógico aumento de los impuestos al aumento del consumo de loterías, timbas y todo tipo de apuestas por Internet. No será fácil, las depresiones, las ruinas que llevan a la desesperación y el suicidio, siguen siendo más difíciles de aceptar que la radiografía de un mieloma o la enfermedad pulmonar obstructiva crónica.

Para personas vulnerables a las conductas compulsivas, como José, las nuevas plataformas digitales de juego, esconden la promesa de un futuro desolador de adicción difícil de superar. Ellos no la suelen ver. El juego patológico está lleno de puertas con falsas salidas que siempre invitan a apostar más, a vivir en un y permanente último intento que puede perpetuarse. Con el salto desde los salones de juego y las máquinas tragaperras de las cafeterías, al ciberespacio recreativo de juegos reunidos, el afán por apostar se ha subjetivado aún más por el reclamo de las expectativas de dinero. El juego patológico es ahora que podemos salir a la calle, una adicción de bolsillo.

Paradójicamente preferimos la seguridad de nuestra habitación para interactuar con todo el mundo de los engoes y las apuestas múltiples. Las apuestas deportivas y las timbas de póker online tienen hoy más don de la ubicuidad que el mismo Dios.