Me encuentro con esta cita budista:

No te enojes con el pozo que está seco porque no te da agua, más bien pregúntate por qué sigues insistiendo en querer tomar el agua donde ya has entendido que no puedes encontrarla.

(Máxima budista)

Me ha hecho pensar en lo que supone empeñarnos en algo que sabemos no tiene solución o futuro. Son esos proyectos en los que te comprometes, te ilusionas, comienzan a caminar, no sin dificultad, torcidos, nadie quiere darlos por finalizados y, según pasa el tiempo, van acumulando problemas, tensiones y desdichas.

Normalmente es porque no queremos reconocer los errores o, simplemente, porque tenemos demasiado cariño a la esencia del proyecto; si lo analizas con frialdad, sabes que de dónde no hay no se puede sacar.

Tiempo, dinero y vida, es lo que te sueles dejar en ello por un empeño en algo que a todas luces no tiene solución.

¿Estamos para perder tiempo, dinero y vida? Decididamente no.

Lo único bueno del covid es que nos ha hecho bajar un poco el ritmo, ordenar ideas, nos ha dado más tiempo para la reflexión; hemos podido, al menos algunos, repasar con tranquilidad todo aquello en lo que estamos metidos, lo que merece la pena y lo que no.

Algo sobre lo que más he reflexionado, sinceramente, es sobre el tiempo. No el tiempo como algo medible en minutos, horas y días; el tiempo aprovechado o el tiempo perdido.

En los días de confinamiento masivo, unos han estado parados, por elección propia o por obligación; otros han estado moviéndose, por obligación o por elección propia.

Ha llegado el momento de despertar. Lo digo por aquellos que continúan en el letargo, maldiciendo lo ocurrido, envueltos en la incertidumbre o el miedo. Ya está. Mientras unos siguen así, otros están dando pasos, caminando desde hace tiempo, hacia lo que realmente quieren.

No es fácil. Pues claro que no. Lo más fácil es decirlo, como en todo. Yo mismo comentaba, unas líneas más arriba, que me cuesta dar pasos adecuados y me mantengo donde tal vez no debería mantenerme.

Eso sí, donde he creído que debía aumentar mi esfuerzo y caminar, decidí hacerlo y aprovechar un tiempo que parecía que la vida me regalaba. Proyectos para los que nunca encontraba tiempo hasta que, mira por donde, el tiempo me vino regalado: el estado de alarma.

Y todo depende de la motivación, no cabe duda.

Y la motivación debe venir dada por uno mismo. Si esperamos que la motivación venga de fuera, mal lo llevamos.

La motivación es un hábito. Si esperas que los demás te motiven, al final terminas dependiendo de los demás y, en momentos de adversidad global, donde prima la desmotivación, tú terminarás también desmotivado.

Todo en la vida son propósitos y metas. No nos van a regalar nada. Nadie da nada, todo lo contrario. Te quitan tiempo, te quitan dinero y te quitan motivación. Nadie te facilita absolutamente nada.

Cada uno de nosotros tenemos nuestros propios talentos. Simplemente podemos aprovecharlos, o dejarlos dormidos.

Claro que viene, ha llegado ya, una crisis importante. Claro que cada uno, dependiendo de sus circunstancias, la vivirá de una manera o de otra. Desde luego que, al que se quede con los brazos cruzados, se lo llevará por delante.

Repito, nadie nos va a venir a dar nada.

Si te marcas metas, las tuyas, lo que sea, sin duda que te encontrarás y enfrentarás con mil dificultades, pero, sinceramente te digo, mientras el mundo esté parado, tú estarás moviéndote y eso llevarás adelantado.

Lo fácil es dejarnos vencer por el miedo y la incertidumbre. Nos dejamos llevar y bueno, ya vendrá alguien a salvarme. ¿Y si no es así? ¿Y si nadie viene a salvarte, que pasa? Si nadie viene a salvarte, que normalmente es lo que ocurre, te quedas más tirado que una colilla, como diría aquél.

Lo fácil, en esta situación que vivimos, es dejarnos llevar por lo que hace el resto: la queja. Quejarnos de todo, culpar a todos y todo, al mundo entero, de nuestros problemas. Mientras hacemos esto, perdemos el tiempo.

Si perdemos este momento, habremos perdido un momento extraordinario.

Piensa en ti, escúchate. No escuches nada de ahí fuera. Simplemente, quédate en silencio contigo mismo y reactívate. Piensa qué quieres. Destierra de tu vocabulario estas dos palabras: no puedo. Escribe, llena páginas y páginas, hasta que lo interiorices, con estas otras dos: quiero y puedo.

Desafíate. Busca tus límites. ¿Qué tienes que perder? Nada. ¿Qué tienes por ganar? Todo. Y lo primero que tienes que ganar, es tu autoestima.

Valorarte tal y como tú lo vales. Agarrarte a ese poder, que todos tenemos dentro, pero que no lo utilizamos a no ser que nos pongamos al límite.

Borra todo lo anterior a hoy. Eso en lo que te empeñabas, a lo mejor ya no vale. Ábrete al cambio. Todavía nos quedan muchas páginas por escribir. Vamos a ello.

Escribe tu plan. Ponte a escribirlo, vomitarlo y luego levanta, da pasos y a cumplirlo. Que no es fácil, que ya lo sé; también sé que, si tienes un plan, se convierte en una brújula para ti que marca tu destino. Que tendrás momentos de flojera, de ganas de abandono, claro que sí. Pero agárrate a él tan fuerte, que hasta que no hayas dado el último paso y estés en tu meta, no lo dejes ir.

Deja de quejarte. Deja de hacerte la víctima. Es verdad que muchos están muchísimo mejor que tú, son unos privilegiados, la vida les va de rosas. También es verdad, que otros están mucho peor que tú y, otros muchos, en estos 80 días, nos han dejado con muchos de esos planes escritos que jamás podrán cumplir.

Tienes una oportunidad. Otra oportunidad. Tal vez sea la última, aprovéchala.

Y si necesitas referentes, ayuda, búscala. Que no te de vergüenza. Otros han hecho ya lo que tú vas a hacer. Si ellos lo han conseguido ¿por qué tú no? Lee, estudia, sigue aquellos ejemplos de personas y proyectos que han crecido tal y como el tuyo, de la nada, de querer.

Lo peor que hay en la vida, es el desánimo y la falta de motivación. De ti depende.

¡Adelante!