El problema que condenaba a un extraño exilio interior al Jonás de Camus es que fantaseaba con pintar en lugar de pintar. Dejando a un lado que la obra de Albert Camus está llena de historias de exiliados, o se estructura narrativamente en torno al sentimiento del exilio, muchas veces relacionado con la búsqueda del espacio personal, sin que necesariamente implique desplazamiento territorial, Jonás se había autoexiliado de su talento, o lo empezó a despilfarrar, según se mire. Su vocación era la pintura; pensaba constantemente en pintar en vez de pintar.

El hombre que está detrás del artista no tiene que explicar nada, la pintura establece su relación con el mundo. Esta convicción de Jonás resulta inconsistente con las frecuentes escusas para enfrentarse a las telas. «Me encanta pintar» se decía a sí mismo, y la mano que sostenía el pincel colgaba a su costado mientras escuchaba una radio lejana. (Camus 1996:132) No es que el joven pintor parisino no intentara pintar, solo que se rendía con facilidad.

Para una persona que se autosabotea (que obstaculiza la consecución de sus propias metas) siempre hay una u otra razón que justifica esta acción. Como le pasaba a Jonás, que aplazaba para mejor ocasión su responsabilidad como artista, a muchas y a muchos de nosotros nos puede suceder, con mayor o menor frecuencia, que nos saboteamos. Intentamos cosas que parecen motivarnos, que incluso nos entusiasman, pero que, finalmente, acabamos abandonando.

Deja de ser tu peor enemigo

No resulta fácil entender por qué lo hacemos, lo de ponernos obstáculos en nuestro camino. Si alguien sabotea nuestro trabajo, nuestras relaciones, o socava nuestros esfuerzos, podemos llegar a entender sus motivos: tal vez nos desprecia, quizá siente envidia o celos de nosotros, tal vez actúa motivado por una ofensa infligida por nosotros. Pero, que alguien que ha solicitado un trabajo se presente tarde o vestido de manera inapropiada el día de la entrevista resulta difícil de entender, salvo que conozcamos cómo actúan esos mecanismos mentales inconscientes que dan origen a esas acciones poco lógicas e incluso dañinas contra nuestros intereses. Las estrategias de autosabotaje son peculiares y diversas.

Dejar las cosas a medias y no acabarlas es algo muy común entre los humanos, quien más y quien menos hemos dejado para el día menos pensado alguna tarea, alguna disculpa, una dieta o una gran ilusión. Cuando el día menos pensado resulta ser mañana mismo, procrastinamos; detrás de un buen sabotaje a nosotros mismos encontramos nuestra humana tendencia a la satisfacción hedonista que nos distrae de las obligaciones. Buscar excusas, ya lo hemos mencionado antes, es otra de esas estrategias comunes que son como rendijas por las que nos escapamos.

De entre todas las estrategias que en ocasiones usamos para sabotearnos la vida, quiero llamar la atención particularmente sobre la que, a mi juicio como especialista en medicina psicosomática y psicología de la salud, tiene una especial repercusión negativa sobre nuestro bienestar emocional, y es la del perfeccionismo.

En la búsqueda o consecución de lo mejor de sí mismo, cabe la posibilidad de quedarse corto o, por el contrario, de sobrepasarse. Uno de esos riesgos de no lograr «lo mejor» para cada quien ya no es solamente la mediocridad, sino el perfeccionismo. Un ingrediente importante en las manifestaciones de quien exagera en la búsqueda de la perfección, es la insatisfacción, casi siempre «falta» algo o «sobra» algo…, eso o aquello «podría» o «debería» mejorarse: tanto en las cosas como en las personas. Como consecuencia de estas actitudes, se suelen desarrollar conductas obsesivas. El perfeccionismo clínico puede causar un importante malestar personal, dificultades en el ámbito social y laboral, así como también acabar cursando con diferentes problemas psicológicos. El perfeccionismo es, sin duda, una de las características dominantes de nuestro peor enemigo.

¿Por qué trabajamos contra nosotros mismos?

Toda estrategia se sustenta en un plan o en una causa que motiva su diseño o su puesta en práctica. Las del Jonás del relato de Camus, resultaban de la desconexión con su mundo interior de artista, dudas e interrogantes que le llevan a autoexpatriarse del territorio creativo, en el que había tenido su éxito antes de empezar a procrastinar y a echarle la culpa de su infecundidad creativa adquirida a todo y a todos, desde la intervención de las estrellas hasta el divorcio de sus padres.

En realidad, como puede pasarnos a muchos, Jonás no podía con su falta de motivación, con su inseguridad, ni mucho menos, con el pobre concepto sobre sí mismo en el que se había instalado tras imaginar éxitos que nunca habrían de llegar porque no tenían base en que sustentarse; no pintaba, aunque lo deseaba y proclamaba, mientras su alma vivía en almoneda.

Aunque Jonás es un personaje de ficción bastante inusual, debido a que los personajes de los relatos y las novelas usualmente difieren de las personas en no ser autosaboteadores, comparte con las personas reales bastantes de los motivos que nos conducen, generalmente de manera inconsciente, a ponernos palos en las ruedas o piedras en el camino. El personaje inventado por Albert Camus en Jonás ou l´artiste au travail experimenta creencias intrusivas que no nos resultan desconocidas a este lado de la realidad.

No toda baja autoestima detona el autosabotaje, pero hace de nuestra capacidad para herirnos, para empequeñecernos, algo tan inestable como la nitroglicerina. Desde un punto de vista freudiano diríamos algo así como que al autosabotearnos lo que hacemos es castigarnos a nosotros mismos fracasando, y para eso hay que tener una imagen de nosotros mismo muy deteriorada y el concepto de lo que somos y de lo que somos capaces de hacer arrastrándose por los suelos.

Aunque tampoco toda falta de motivación equivale a sabotear nuestras vidas, el autosabotaje típicamente se manifiesta como una falta de motivación adecuada para abordar las iniciativas y cambios necesarios para alcanzar nuestras metas. La falta de motivación posterga indefinidamente el trabajo requerido para mejorar una situación. Es un terreno que se no va volviendo farragoso poco a poco. Jonás no empieza desconfiando de sí mismo o pensando que no merece o no puede ser pintor. De igual manera, en nuestras realidades de autosaboteadores, la desmotivación nos va desconectando de la tarea de hacer y progresar hacia nuestras metas, cualesquiera que sean.

Aunque perfectamente podemos relacionar, incluso incluir el factor inseguridad con los problemas con la autoestima muy propios de quien se dinamita los puentes bajo los pies, conviene tenerlo en cuenta independientemente. La inseguridad es un mecanismo mental que provee de pensamientos rumiantes a nuestra psicología, y a través del cual nos negamos la felicidad, renunciamos al amor o contemplamos el éxito desde lejos. La inseguridad, como a Jonás, nos lleva al ensimismamiento, a pasar más tiempo soñando despiertos y menos trabajando.

La profecía autocumplida es dinamita para el autosabotaje

El Jonás de Camus acaba equivocando la batalla contra la ociosidad y se da a la bebida. Finalmente, enferma. Duele caer en la cuenta de que compensar lo que no es verdad imaginando que es verdad, solo es una forma cruel de engañarse a uno mismo. ¡Y además nunca funciona bien! El autoengaño no resulta suficiente para evitar que nos demos de frente con la realidad de que aparentar algo y serlo a menudo son cosas diferentes. Jonás sabía que los pintores son personas que pintan, no personas que se dicen a sí mismas que les encantaría pintar, aunque se reconozca en ellas talento para ser buenos pintores.

En psicología hablamos de profecía autocumplida al referirnos a aquellos pensamientos de carácter predictivo que las personas tienen y que, una vez emitidos, se convierten con mucha probabilidad en la causa de que tal pensamiento ser realice, de alguna manera. Es decir, el mecanismo que hace funcionar las profecías autocumplidas reside en el hecho de que, si creemos que algo de lo que hacemos, o dejamos de hacer, va a tener cierto resultado de éxito o de fracaso, la tendencia de nuestra conducta será a maniobrar en ese sentido con actividad o con inactividad. Que Jonás acabara compadeciéndose y tomando alcohol, fue el resultado de su profecía insoportable de aceptar la contradicción entre la fantasía imaginada de seguir siendo pintor de éxito y la realidad de un mediocre pintor. Y es que cualquiera puede convertirse en un autosaboteador gradualmente.

Las expectativas (las profecías) que tenemos sobre nosotros (y sobre otros) pueden resultar dañinas cuando el equilibrio entre la ilusión y el trabajo están en franca asimetría. En esta situación podemos boicotearnos muy seriamente, e incluso llevarnos a conflictos serios en relación con lo que sentimos y hacemos. La buena noticia es que el autosabotaje es una cuestión de hábitos adquiridos progresivamente y, en consecuencia, reversibles. La modificación de la conducta es algo que tenemos por la mano los psicoterapeutas. Jonás podría haber sido el buen pintor que imaginaba que era cuando ya no pintaba casi, de haber dedicado cada día unos pocos minutos a pintar sustrayéndolos progresivamente de las varias horas dedicadas a soñar despierto.

¡La inspiración existe! Pero tiene que encontrarte trabajando.

(Pablo Picasso)

Nota

Camus, A. (1996). L’exil et le royaume. París: Gallimard/Folio.