«El preguntar es la piedad del pensar»

(Heidegger)

  • ¿Es cierto que donar órganos salva vidas?

No es del todo falso porque nuestros órganos pueden ser usados para que funcionen en otra persona. No es del todo cierto porque no todos los transplantes son necesarios para salvar otras vidas. Y aún peor, la frase esconde una verdad más dura: para donar órganos no hay que estar muerto y aunque suene algo extraño, para hacerlo, hay que estar vivo.

Cuando se nos pide donar, se nos muestra una media verdad: una persona viva y agradecida por haber recibido un órgano. No miraremos en la televisión los fracasos, los rechazos, las vidas afectadas por las drogas, las estadísticas comparadas de mortandad entre seguir con la enfermedad y recibir un transplante (existe evidencia que los transplantes solo extienden la vida de algunos de los pacientes muy graves, pero no así de aquellos en estados intermedios).

  • ¿Por qué los doctores prefieren hacer las intervenciones de transplante en los menos graves y en aquellos que quizás podrían vivir sin ellos?

Pues posiblemente para ofrecernos más operaciones exitosas (estos reaccionan mejor porque están más fuertes) y así continuar con la industria. Sin embargo, estos transplantes no hacen diferencia en años extra de vida. Finalmente, no oímos de quienes les fue mal con un transplante porque están o demasiado enfermos para salir en la televisión o están todos muertos.

La organización en pro de los transplantes en Estados Unidos nos dice medias verdades, aún con las estadísticas.

Según UNOS, en el año 2004 hubo 2.016 transplantes de corazón y la supervivencia en dos años era del 79%. El único problema es que un renglón más adelante, ella misma reporta que de todos estos, solo quedan 68 vivos. Si 68 es el 79% de 2.016, yo soy la madre Teresa. Y menos se dice cuántos transplantes han recibido los que siguen vivos. Muchos de los grandes sobrevivientes de transplantes de hígado lo han hecho porque han tenido más de tres o cuatro de ellos.

Menos se nos dice que los muertos no son donantes, los órganos principales deben estar, para que sirvan, frescos como una lechuga. La cruda realidad es que los doctores tienen que matarnos. Para hacerlo, existen varios criterios con tal de declararnos en la categoría de "muertos en vida". Los principales son los de la muerte cerebral o , últimamente, la muerte cardíaca.

En el primero, los galenos tienen que probar que el cerebro no volverá jamás a la conciencia. En el segundo, no hay muerte cerebral pero los galenos estiman que la persona no sobrevivirá. Entonces, retiran los tratamientos como los respiradores y esperan a que el corazón deje de latir.

  • ¿Cuántos minutos deben pasar antes de decidir que uno está muerto del corazón?

No hay consenso, pero en Estados Unidos se recomiendan 5 minutos. Sin embargo, en estudios de comprobación se ha encontrado que en varios hospitales norteamericanos, la espera se ha reducido hasta 75 segundos, o sea demasiado temprano para no tratar de revivir al paciente.

  • ¿Cómo se establece la muerte cerebral?

Existen muchos exámenes para determinarlo, pero existen dudas acerca de su confiabilidad. Muchos galenos creen que la muerte cerebral es una ficción. No solo es impredecible sino que varía en el espacio. En un país, uno puede estar muerto y en otro no: cada uno tiene criterios distintos. En Inglaterra, con el fin de promover la donación, uno está muerto cuando su médico lo decida. O sea, fin al debate. En Estados Unidos, los requerimientos para estar muerto cerebralmente, son menores si uno está en la cárcel. Y en China, si uno está en la cárcel, está ya muerto.

Otros sostienen que los mismos exámenes dan un empujón al más allá.

Esto es así porque los tratamientos de "preparación" de un paciente aceleran la muerte cerebral. Las drogas provocan hemorragias y otros daños. Además, los galenos no usan otras que podrían salvarlos. Sabemos que algunas drogas pueden dar falsos estados de muerte cerebral. Pero si el equipo está para hacer un transplante, pues, debe escoger entre usar diferentes drogas: unas para revivir y otras para acelerar la muerte. Entonces, ¿quién y cómo se decide?

Algunos sostienen que si el corazón aún late, el cerebro debe estar funcionando. ¿Cuánto tiempo se necesita para que después (de que el corazón deje de latir) y no haya oxígeno en el cerebro, se de la muerte cerebral? Esto aún no está claro.

Si mujeres embarazadas y con muerte cerebral pueden dar a luz, ¿la mente aún funciona? Existen docenas de casos de personas que estaban cerebralmente muertas y que sus parientes se opusieron a la donación. Los «muertos cerebrales» se recuperaron y están vivos y coleando. No sabemos cuántos de los donantes pudieron haberse recuperado.

Muchos especialistas consideran que el examen más confiable para determinar una muerte cerebral es precisamente el que más escasea en los hospitales: el tiempo. Muchos galenos se quejan de las «presiones» de los equipos de transplantes para declarar la muerte cerebral.

En vista de que sacar un órgano es un espectáculo horrible (no lo voy a describir para evitar pesadillas, pero la gente que mira películas sobre esto tiende a no donar sus órganos), muchos hospitales recomiendan ahora lo que no hacían antes: usar anestesia. Pero si el paciente está muerto, ¿por qué los médicos creen que la anestesia es necesaria?

Pues porque muchos con muerte cerebral -cuando se inicia la operación- mueven sus brazos en señal de querer agarrar el bisturí o de estar rezando. Los hospitales que rehusan usarla lo hacen porque los parientes del donante se sentirían incómodos al saber que su familiar «ya muerto» necesita anestesia. Pero otros la usan para disminuir el horror del equipo médico ante los gestos «involuntarios». O sea, lo que menos ha importado es que el donante no sienta dolor.

Otros hechos me hacen pensar: ¿cómo es que en Estados Unidos el donador de órganos número uno es una persona de 24 años y sin seguro médico? O sea, en la que menos interés existe para mantenerla viva.

Recientemente, los hospitales de Costa Rica, sacaron una ordenanza que obliga a los médicos a mirar a sus pacientes en los ojos. En otras palabras, si los galenos no tienen empatía, ¿cómo es que vamos a confiar en ellos para que no tomen en cuenta el factor costo en el transplante de órganos? Mi maestra me decía: no confíes en alguien que no te mire en los ojos. Recientemente, se inició en Costa Rica el juicio contra cuatro médicos de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) y un comerciante de nacionalidad griega, sospechosos de operar una agrupación dedicada a la trata de personas con fines de extracción ilícita de órganos.

Entre los acusados destaca el exjefe de nefrología del Hospital Calderón Guardia (HCG). Si los doctores se prestaron para comprar riñones a personas pobres para venderlos en el extranjero, ¿qué podríamos esperar de sus decisiones en caso de decidir casos de transplantes que impliquen la vida de las personas?

Y supongamos que los galenos no todos se venden por dinero, pero: ¿no sería más atractivo salir en la prensa como médicos de transplantes (famosos y ricos) que ser ignorados y mal vistos por mandar a demasiados pacientes a los respiradores?

Como postula Derrida, donar órganos es un indecidible: quien lo necesita tal vez no lo necesite, quien lo dona, tal vez no esté muerto y quién decide, tal vez no esté cuerdo.