En un número reciente de Current Biology fue publicado un estudio de la Universidad de Viena sobre cómo los perros y los lobos reaccionan ante una «injusticia» o tratamiento desigual. El experimento diseñado fue simple: poner dos perros delante de una máquina, cada uno con la suya, que los premiaba cada vez que apretaban un botón, con la variante de premiar a uno de los perros más, o con mayores porciones de alimentos, o con carne fresca en vez de croquetas secas, penalizando al otro participante.

Las reacciones observadas en los perros fueron rápidamente evidentes. Al tratamiento desigual. Es decir, esa injusticia, causaba una protesta expresada como la falta de colaboración por parte del perro expuesto a este tratamiento, el mismo que, apretando el botón, recibía menos o una porción de calidad inferior. El dejar de colaborar, como reacción, era interpretado a partir del hecho de no apretar el botón con la pata 10 veces seguidas y así terminaba el experimento.

Estas reacciones fueron verificadas consistentemente exponiendo a una cantidad de perros a este experimento, donde uno era premiado con más bondad que el otro y los resultados, con este último, fueron siempre los mismos: dejar de colaborar y manifestar un repudio también a través de ladridos.

La motivación inicial a participar en este experimento, por parte de los cánidos, era alta, demostrando la «voluntad» de colaborar, independientemente de la gratificación o la no gratificación, ya que apretar el botón era en sí un juego. Pero el tratamiento desigual los llevaba a una reacción de protesta innegable. Una de las posibles interpretaciones fue que los perros hayan adquirido esta actitud de «justicia social» de sus «patrones», los humanos. Pero los lobos reaccionaron de la misma manera, en caso de injusticia, de modo más rápido y violento, ya que bastaban menos pruebas para hacerlos rechazar el experimento y la reacción misma fue más violenta. Uno de ellos rompió la máquina por protesta.

Las conclusiones son que los mamíferos sociales muestran, independientemente de sus relaciones con los humanos, un sentido de justicia y desaprueban la desigualdad; que los individuos del grupo que tienen un estatus más alto reaccionan antes y con más fuerza si son expuestos a este tipo de situaciones, y que esta «moral» es, con seguridad, el resultado de su vida en grupo, donde la sobrevivencia del individuo depende del grupo mismo y, por ende, la relación entre individuo y grupo tiene que ser subordinada a ciertas «reglas».

Se sabe que los animales demuestran un marcado altruismo, los miembros del grupo se ayudan entre ellos, aunque esto implique un riesgo para el individuo y pueda ser considerado un sacrificio. La colectividad tiene una importancia que, en muchas situaciones, está por encima del mismo individuo. Actos de evidentes altruismo han sido observados en los elefantes, delfines, chimpancés, en pájaros que defienden sus nidos y también en los insectos como las abejas y las hormigas. Esto nos lleva a observaciones muy interesantes. Una de ellas es que la aparente unicidad y superioridad de los humanos tiene que ser reconsiderada. Otra es la continuidad que existe no sólo en relación al sentimiento moral, sino además en lo que concierne al lenguaje, capacidades deductivas y la consciencia entre los animales y humanos. Estas propiedades no son exclusivamente humanas y, en realidad, es evidente que somos más animales de lo que queremos reconocer.

Por otro lado, tenemos un problema que aún resulta irresuelto y este es la relación entre humanos y «animales», ya que ha llegado la hora de aceptar que no podemos subordinar despiadadamente a los animales a los nuestros propios intereses y supervivencia. La ética tiene que afrontar con urgencia este problema, ya que los animales sienten, piensan y tienen una moral.