Si alguien hoy en día no sabe quién es Elon Musk puede deberse a que esa persona viva en un lugar sin acceso a Internet o a que haya estado los últimos quince años viviendo completamente ajena a la sociedad contemporánea. Y es que el cofundador de SpaceX, Tesla Motors o SolarCity parece comprometido a cambiar el mundo para la humanidad -y a la humanidad de mundo- y, contra todo pronóstico, puede que lo consiga.

Salvar este mundo

A través de sus compañías, Musk ha enfocado sus esfuerzos hacia la mejora en la utilización y aprovechamiento de las energías renovables, el abandono de los combustibles fósiles y la exploración espacial; y en los tres campos ha conseguido importantes avances.

Desde su creación en 2003, Tesla Motors ha estado a la vanguardia en la fabricación de vehículos completamente eléctricos. A pesar de lo arriesgado de su apuesta, la compañía ha conseguido crecer exponencialmente y sus acciones han pasado de valer 17 dólares en 2010 a 324 dólares a fecha de diciembre de 2017 . Su ejemplo ha animado al resto de compañías a diseñar sus propios modelos eléctricos, dándole un giro a la industria a favor del abandono de los combustibles fósiles. Asimismo, en junio de 2014 Tesla Motors liberó todas sus patentes, seguramente ahorrando a más de una compañía un buen dinero en I+D+I.

En lo relativo a la utilización de enerías renovables, la compañía SolarCity comercializa sistemas fotovoltáicos tanto para empresas y organizaciones gubernamentales y sin ánimo de lucro como para viviendas privadas. Estos sistemas permiten el almacenamiento de la energía gracias a las baterías Powerball creadas por Tesla y permiten que incluso pequeños hogares puedan prescindir en gran medida del suministro eléctrico.

Sin embargo en España, país con alguna que otra hora de sol además de unas tarifas eléctricas muy elevadas, estos sistemas se han encontrado con el Real Decreto 900/2015 del 9 de Octubre, comúnmente conocido como impuesto al sol. Este decreto ha frenado drásticamente la proliferación de esos sistemas al establecer la «obligación de las instalaciones de autoconsumo de contribuir a la financiación de los costes y servicios del sistema en la misma cuantía que el resto de los consumidores». Esto se traduce en el pago por la energía que no se consume de la red. No es precisamente una apuesta por las energías renovables y por ello ha chocado con la Comisión de Industria y Energía del Parlamento Europeo, pero no parece que se vaya a derogar en un futuro próximo.

Poblar nuevos mundos

En 2002 Elon Musk fundó SpaceX con el objetivo de fundar una colonia permanente en Marte, al considerar la colonización de otros mundos como un paso imprescindible para evitar la extinción del ser humano. Hasta la fecha SpaceX no solo ha sido la primera compañía privada en poner un cohete en órbita y recuperarlo, sino que además han sido los primeros en conseguir el aterrizaje vertical de un cohete de clase orbital además de haber conseguido reducir significativamente los costes y, tras la jubilación en 2011 del transbordador espacial, la compañía ha sido la encargada del envío de suministros a la Estación Espacial Internacional.

Este éxito de la compañía ha propiciado una carrera espacial privada entre SpaceX y Boeing, aunque a Musk parece importarle más que el ser humano se establezca en Marte lo antes posible que el hecho de qué compañía consiga hacerlo primero. Prueba de esto es que ante la afirmación del CEO de Boeing, Dennis Muilenburg, de que la primera persona en pisar Marte lo haría a bordo de uno de sus vehículos, la respuesta de Musk a través de Twitter ha sido escueta: Do it.

Colonias privadas

Teniendo en cuenta esta carrera espacial a cargo de empresas privadas sería lógico pensar que los futuros emplazamientos humanos fuera de este planeta llevarán el sello de una u otra corporación. Esto llevará a su vez un dilema implícito puesto que todo aquello que se colonice pertenecerá a las empresas colonizadoras, desde la tierra que pisen sus pobladores hasta el aire que respiren. Como además estas empresas no estarán obligadas a regirse internamente por sistema democrático alguno, las sociedades que allí se desarrollen dependeran en gran medida de la política corporativa que se le antoje al mayor accionista.

Poco podrán hacer entonces los Gobiernos democráticos de la Tierra a millones de kilómetros de distancia, aunque también es cierto que actualmente esos Gobiernos democráticos no están esforzándose en la preservación del planeta y hasta podría decirse que han catalizado la destrucción de su ecosistema. Cabe preguntarse hasta qué punto estos Gobiernos están capacitados para tomar las decisiones acertadas en lo que respecta a los nuevos mundos que se consigan colonizar.

En el caso de que estas colonias propiedad de corporaciones se convirtieran en una realidad no serían pocas las preguntas que habría que hacerse; quienes nazcan en esas colonias ¿qué nacionalidad tendrían? ¿Sería la del país de la Tierra donde esté ubicada la sede de la empresa dueña de esa colonia? ¿Y si la empresa cambiase su sede a Marte? ¿Se seguirían rigiendo entonces por las leyes terrestres? ¿Tendrían los allí nacidos derecho a irse de la colonia? La educación que se les diera ¿estaría orientada desde el principio a un trabajo específico dentro de la corporación o se les daría una educación abierta? ¿Estarían obligados los allí nacidos a trabajar para la empresa? ¿Se podrían considerar a esas colonias como naciones? ¿Tomarían entonces esas corporaciones la denominación de Estado?

Llegado ese punto en el que las colonias privadas sean autosuficientes y la Tierra haya sufrido un enorme deterioro, se podría afirmar que el futuro de la humanidad descansaría sobre las manos de los dueños de esas empresas. Quizá todo esto suene mucho a ciencia ficción y puede que aún sea pronto para hacerse estas preguntas, pero lo cierto es que hace veinte años Marte era tan solo un sueño y puede que dentro de tan solo otros veinte estas mismas cuestiones demanden una respuesta urgente.