Haces unas semanas una curiosa noticia saltó a todos los medios digitales. Un hotel de Dublín decidió vetar a todos los influencers después de que una youtuber intentara alojarse cinco días gratis con su pareja.

Como es habitual en este tipo de casos todo partió de una amable solicitud por email de Elle Darby, la youtuber que gracias a esta polémica ha conseguido superar los 100.000 suscriptores en su canal de YouTube. En ella alababa el aspecto del hotel y ofrecía a su dueño la opción de comentar en redes sociales su estancia (a cambio de que ésta fuese gratuita, claro).

El dueño del hotel, posiblemente harto de este tipo de «intercambios», respondió de forma airada y contundente, con un mensaje que rápidamente se hizo viral. En resumen venía a decir que su local es un negocio y que deber pagar a sus empleados, las facturas y todo lo que conlleva poder seguir subsistiendo. Además, con una argumentación aplastante, afirmaba que si le ofrecían todo gratis, por supuesto que hablaría bien de su hotel, pero no sería una opinión «real» válida para futuros huéspedes.

El conflicto es realmente interesante porque ambas partes llevan parte de razón. Por un lado, la influencer está haciendo su «trabajo» que consiste en contar sus experiencias a sus seguidores, de la forma que éticamente considere más oportuna, y dando una visibilidad a negocios y marcas que necesita algún tipo de contraprestación para que la rueda pueda seguir girando. Por su parte, el dueño del hotel es totalmente libre de no pasar por este aro si considera que no es la publicidad que quiere o necesita para su negocio.

Quizá el matiz más importante y el que podría abrir un conflicto global viene del sentimiento de imposición. Eso sucede cuando la persona que recibe el «ofrecimiento» del influencer siente que no tiene salida, que el mundo «funciona» así y que debe atender sus solicitudes de la forma más aduladora posible para evitar cualquier tipo de publicidad negativa, aunque suponga un gasto para su negocio con el que no contaba.

La clave por tanto es que no exista ese sentimiento negativo, si no que ambas partes entiendan la naturaleza de la relación que van a crear. El empresario debe verlo como una posible inversión para su negocio, totalmente libre y sin consecuencias en caso de no aceptarla. Al tiempo que el influencer debe ser transparente y justo en su proposición, adaptando sus peticiones al mercado y siendo consciente de que, como en cualquier negocio, habrá tratos que se cerrarán felizmente y otros que no prosperarán.