Íbamos en busca de las toninas.

Era nuestra primera noche sobre La Barcaza, que navegaba el Arauca, este río que hace de frontera entre Colombia y Venezuela.

No podía dormir muy bien porque los zancudos picaban muy duro y a través de la hamaca que había colgado dentro de La Barcaza, así que tuve que ponerme repelente, doble pantalón y doble franela para poder dormir mejor.

A las 10 de la mañana sentí que alguien había movido mi hamaca, como si la hubieran sacudido para bromear conmigo, pero me pareció extraño porque todos estaban dormidos.

Luego supe que había sido una ola producida por un sismo que ocurrió no muy lejos de ahí.

Logré conciliar el sueño de nuevo pero no por mucho tiempo ya que empecé a escuchar voces, personas caminando, moviéndose, saliendo del barco y la tripulación nos pidió que hiciésemos lo mismo. Yo no entendía muy bien qué hora era ni por qué había empezado la faena tan temprano, pero al bajar del barco me di cuenta que el nivel del agua había bajado extrañamente durante la noche y que en ese momento el barco estaba montado sobre un banco de arena.

Probablemente el nivel del agua seguiría descendiendo así que debíamos intentar mover La Barcaza hacia una zona más profunda ya que se estaba inclinando peligrosamente y podía volcar.

Salimos de la embarcación para ayudar a empujar desde la orilla vertical del río, ese alto escalón que se elevaba más de 2 metros sobre el nivel del agua, pero al principio sólo empujaban los hombres, luego se sumó una “voladora” (así se les conoce a las embarcaciones pequeñas con motor) y luego yo. Finalmente a la 1am empezó a moverse un poco la gran embarcación mientras las chicas que trabajaban en la cocina nos repartían leche con panela, pero por una falta de comunicación y coordinación La Barcaza se devolvió al mismo sitio por la corriente y quedó atascada de nuevo. Ya los ánimos estaban tensos porque cada minuto que pasaba disminuía más el nivel del agua.

Logramos empujarla hasta que quedó de forma perpendicular con la orilla y gracias a la ayuda de la voladora que estaba amarrada en la punta empezó a salir del banco de arena que la tenía atrapada. Se movía y se iba a alejar pronto de la orilla así que tomé una decisión rápida y subí a la embarcación, siguiendo con la regla de no separarme de mis cosas. Me siguieron tres personas más, parte del equipo científico y 2 marinos. El resto de las personas quedaron en la orilla viendo cómo nos alejábamos en la oscuridad.

Empezamos a quedar a la deriva, ya libres de nuestra trampa. El motor prendió y empezamos a remontar el río que nos quería alejar del lugar donde estaban nuestros compañeros. Debía hacerse con toda la potencia ya que la corriente era bastante fuerte, pero unos gritos nos indicaban que algo estaba mal.

Un amigo corrió hacia la popa y confirmó mis sospechas: estábamos a punto de arrollar con la gran Barcaza a la voladora que nos estaba ayudando y que estaba amarrada a la punta de la embarcación sin posibilidades de escape.

Los gritos desde adelante no cesaban y el motorista me veía confundido pero sin desacelerar mientras yo, con señas y gritos le decía que parara y que dejara de avanzar. Pero el ruido del motor era muy fuerte hasta que oímos el golpe.

Un sonido fuerte hizo que el motorista apagara finalmente el motor, seguido por una serie de golpes que retumbaban en toda la embarcación provocados por la voladora que pasaba por debajo del casco del barco. Nuestros ojos miraban el agua mientras las linternas alumbraban los canaletes (remos de madera), papeles y envases pasar flotando hasta que vimos a quien conducía la voladora, que pudo saltar justo a tiempo para salvarse de una desgracia.

Un alivio momentáneo, ya que el motor no encendía y quedamos a la deriva, bajando a la velocidad del río en la oscuridad, tratando de encontrar una orilla para amarrarnos.

Los arbustos de la orilla pasaban rápido ante la luz de nuestras linternas mientras buscábamos un tronco que pudiera aguantar a la embarcación y su inercia. Logramos ver uno y el capitán se lanzó al agua con un cabo o cuerda y nadó rápidamente a la orilla para amarrarlo al tronco, logró hacer el nudo y esperamos el frenado agarrándonos del barco, pero nunca llegó, porque el cabo no estaba amarrado a la embarcación.

El capitán desanudó el cabo y se lanzó con él al agua para tratar de alcanzarnos nadando. Logró con mucho esfuerzo llegar y esperamos de nuevo hasta ver un arbusto fuerte. Se lanzó en una segunda oportunidad para amarrar la embarcación y esta vez sí tuvo éxito.

La desaceleración brusca hizo que las mesas se voltearan. Envases, teléfonos, vasos y demás cosas estaban por todo el piso, pero ya no estábamos a la deriva. Ahora debíamos sacar la voladora que seguía atascada bajo el barco y tratar de ver si el motor era reparable o seguía funcional.

Ahora estábamos sin motor (porque el del barco se quedó sin batería) amarrados a un arbusto que con cada tirón de la marea quería ceder, en la madrugada, muy poca visibilidad por la oscuridad que había, con la mitad de nuestros compañeros a varios metros (o kilómetros, no lo sabíamos) río arriba, en una zona de conflicto armado y con nuestra lancha de rescate bajo la embarcación.

Por el lado positivo estábamos con todo nuestro equipaje (los demás habían quedado en la orilla solamente con sus pijamas) teníamos comida, agua, baño y me encontraba con compañeros Venezolanos, así que no estábamos tan mal como parecía (3:30 am).

Como vi que la situación ya estaba mas o menos bajo control me acosté en mi hamaca y me desperté cuando estaban llegando los demás. Lograron rescatar y reparar el motor que se había hundido junto a la voladora. Con ella fueron río arriba para buscar al resto de los compañeros que estaban en la orilla y aproximadamente a las 4:30 am todos estaban de nuevo con nosotros y listos para descansar un poco antes de empezar a trabajar con el amanecer.

Estuve acompañando a los especialistas, aprendiendo sobre el trabajo que estaban desempeñando en esta gran expedición. Logramos ver grupos de monos y centenares de aves en la orilla del río, y cerca del mediodía vimos un grupo de nutrias nadando seguidas por una curiosa tonina.

He logrado aprender mucho sobre estos animales que forman parte del río y de cómo cada uno cumple una labor fundamental dentro del ecosistema y del equilibrio del mismo. Ver tanta fauna y flora nos indicaba que no había mucha intervención humana en ese lugar.

Más adelante tuvimos la oportunidad de conversar con algunas de las fuerzas que se encargan de mantener la paz en el sector y oímos algunas historias sobre los fuertes enfrentamientos que ahí se producían entre grupos armados. Este peligro mantenía a la gente alejada y por ello, de cierta forma, esta zona estaba “protegida” de la fuerte devastación para hacer ganadería extensiva, que en otras áreas parecidas han acabado con la biodiversidad local.

Una de las cosas que más me gustaba sobre esa expedición era ver cómo las diferentes especialidades se integraban entre sí para poder hacer un estudio completo de los seres que habitaban en el río y sus adyacencias.

Justo estaba hablando sobre las diferentes especies de aves y qué indicaba su presencia o ausencia en el ecosistema que habitan, cuando llegó el grupo de ictiólogos con algunos de los peces que habían capturado para su estudio. Entre ellos peces que emitían electricidad, pero les contaré sobre ellos en un próximo artículo.