No es el móvil, sino lo que hacemos con él.

Tres mesas más allá, en el mejor lugar de toda la pequeña trattoria, delante de un enorme ventanal con vistas a dos mil y pico largos años de historia de la humanidad, una familia sentada a una mesa para cuatro. Madre, padre y adolescentes. Desde el Gianicolo, una atalaya entre el Trastévere y el Vaticano, en la que nos encontrábamos para comer, la panorámica de la Roma antigua y de parte del Barroco y el Renacimiento raya lo prodigioso. Pese a las manadas de turistas que deambulan en verano por la Ciudad Eterna, nuestro lugar de almuerzo estaba tranquilo, diría predispuesto al sosiego de la contemplación, la conversación y la escucha. Sorpresivamente, los cuatro de la mesa en la que te podías comer el paisaje con los ojos, ni levantaron la mirada de la pantalla de sus teléfonos móviles. Fue entonces cuando se me ocurrió lo de una familia play móvil.

Mirar tu móvil cuando alguien saca el suyo es el bostezo de esta generación

Ocasionalmente los adolescentes intercambiaban información, escasamente verbal, mayormente indicaciones táctiles sobre el dispositivo del otro, con habilidad. Leí, no hace mucho, informes de la IAB Spain sobre las tendencias digitales de «nuestra» generación millennial (la familia play móvil al completo parecía pertenecer claramente a esta generación) que señalan la enorme capacidad de estas personas para atender varios dispositivos a la vez, al tiempo que consumen contenidos streaming (conexiones, reproducciones, descargas). Absortos o incapaces de prescindir del teléfono móvil, ya se podría estar viniendo abajo la columna de Trajano, al fondo del ventanal, que ni hubiesen pestañeado.

Si hacemos abstracción del entorno, la escena ya empieza a no ser ajena para casi nadie en casi ningún sitio. En cualquier lugar a la hora que sea las relaciones pueden ser reemplazadas por las conexiones. El ingenio tecnológico que conocemos como móvil (o celular) no solo ha venido para quedarse, sino para cambiarnos también. Todavía la dirección de esos cambios depende mucho de nosotros, aunque no sabemos bien por cuanto tiempo.

La comunicación digital se está instalando de tal manera en nuestras vidas y en nuestras relaciones sociales, familiares, profesionales e íntimas, que encontrarse de repente sin el smartphone supone, para algunos, una situación embarazosa, insoportable, casi trágica. En muchas ocasiones se mueve al filo de lo absurdo. M.M., conocida vecina de años, tuvo serios problemas generados por el dilema de no saber qué hacer con su teléfono móvil, que consultaba cada medio minuto, cuando iba a la playa nudista. La actividad, que practicaba desde su juventud, requería tal simbiosis con la naturaleza que la tecnología, como las prendas de baño, estaba mal vista. Ponerse bikini y cambiar de lugar de baño fue su solución.

El uso de los dispositivos de comunicación digital tiene, o debería tener, un objetivo claro de reducir distancias, aproximarnos al otro cuanto sea posible para enriquecernos con su presencia virtual. La tecnología de la comunicación digital tiene una enorme capacidad de acercarnos a espacios de conocimiento y desarrollo personal y profesional. Las ventajas del ocio digital están claras. La utilización adecuada de la tecnología permite mejoras competenciales, reconocimiento e integración social, aprovechamiento psicológico que facilita una mayor motivación, creatividad, memoria y procesos atencionales a nuestro favor. La geolocalización nos guió por el laberinto de calles en Roma. En mi ámbito profesional, programas de geolocalización están permitiendo mejoras en la calidad de vida, a partir de la comunicación en igualdad, de personas con disfuncionalidades cognitivas, deterioro cognitivo leve, e incluso, en algunos casos, sobre demencias degenerativas tipo alzhéimer, vasculares o frontoparentales. Las mejoras en memoria de trabajo, planificación, lenguaje, atención y habilidades visuoespaciales son algunos logros a los que contribuye bienhechoramente la tecnología de la comunicación.

Ocurre, sin embargo, que el mal uso, el abuso o la dependencia de la tecnología de la comunicación más desarrollada de la historia de la humanidad, al menos hasta el momento, no solo no nos aproxima a quienes están al otro lado de la pantalla, sino que puede volver invisible, y de hecho lo consigue, al que tenemos enfrente mismo. Las conductas obsesivas en la utilización de este ingenio tecnológico, nos hacen pobres de miradas, de voz y de capacidad para escuchar. Nos focaliza en el ego.

Cuando la mamá de los adolescentes sentados en la mejor mesa de la pequeña trattoria del Gianicolo, interrumpió su trayectoria hacia el servicio de señoras, para volver sobre sus pasos y recuperar el móvil «olvidado» sobre la mesa, y retomar el viaje al aseo con una mueca de alivio, como la de quien encuentra un objeto perdido, recordé la charla con mi amigo, colega y profesor de psicología P. Ribó de Barcelona, a propósito de ese concepto cada vez más extendido de nomofobia.

Como nomofobia se pretende definir o atribuir un conjunto de características y síntomas que nos situaría ante una posible «adicción» al uso del teléfono móvil. El primero que se baraja es la imposibilidad de realizar actividades cotidianas si uno se ha dejado el móvil en casa o lo ha perdido. Con el profesor Ribó comparto y cuestiono la mayor; es decir, hablar de adicción requiere que se cumplan una serie de realidades objetivas y contrastables características de una situación patológica por adicción, que a día de hoy no están claras en relación al uso del móvil. Más abajo hablamos de ellas con calma. Lo que sí es indudable es la existencia de un patrón de conducta ansiosa que el uso y abuso del móvil genera en algunas personas. Fenómenos emergentes como el phubbing (al que por el momento basta consideraremos como ninguneo), nos ponen tras la pista de la capacidad de la tecnología de última generación en las comunicaciones, para producir desajustes sociales y psicológicos.

De esas nuevas alteraciones que acompañan al uso del smartphone, te hablo ahora mismo, si tienes la deferencia de continuar leyéndome.

Abducción

A golpe de pulgares o de la yema del dedo índice se abre un mundo enorme de posibilidades de conectividad. La atracción a lo que nos llega a través de redes sociales, diferentes Apps de mensajería o por los correos electrónicos, puede resultar tan poderosa que hasta nos jugamos la vida por saciar nuestra curiosidad. Ya casi nada nos resulta inverosímil. Soltamos las manos del volante y quitamos los ojos de la carretera, jugándonos la vida o poniendo en riesgo la de otros, por ver el guiño de un emoticono, un mensaje del trabajo, la descarga de un video, o en la ansiedad por contactar con alguien.

El uso inadecuado del móvil puede constituir una vía de acceso para el desarrollo de nuevas conductas problemáticas, como en el caso del consumo abusivo de internet, las compras compulsivas o la adicción al juego patológico.

En cualquier paso de peatones de Roma te la juegas. Los conductores y muchos viandantes se saltan un montón de señales de circulación y normas elementales de comportamiento. En muchas, muchísimas, de las ocasiones, la atención al teléfono móvil está por medio; en medio minuto pasan hasta cinco manipulando su móvil. Podríamos pensar que ¡están locos estos romanos!, como gritaba Obélix en las historietas de Goscinny y Uderzo, cuando los disciplinados legionarios romanos se lanzaban sobre la aldea gala, resultando siempre mal parados y maltrechos, a pesar de lo cual siempre repetían su asedio. Pero no. La utilización del teléfono móvil es una actividad gratificante que oscila entre el mero hábito y la adicción, dependiendo de la desaprobación social que se le otorgue. En consecuencia, los comportamientos desajustados pueden afectar a cualquiera, donde quiera. Esta es una realidad objetiva, por mucho que nos aflore esa manera de autoengaño humano conforme al cual, lo malo le pasa a otros, o nos convencemos de nuestra capacidad para controlar la situación. Pero lo cierto es que el móvil nos abduce y hasta es capaz de secuestrarnos la voluntad. En este sentido se ha asociado el uso del móvil, en función de las motivaciones subyacentes, a seis categorías de conducta: habitual, voluntaria, dependiente, obligatoria (impuesta por los usos sociales), compulsiva (abusiva) y adictiva. Tomemos las realmente problemáticas u objeto de discusión profesional y popular.

Abuso

Derrotado por el empedrado de los vestigios de calzada romana, regresamos al hotel justo a tiempo de sumergir los pies en agua fría con un puñado de sal. Después de cenar bajamos al espacio común donde la conexión inalámbrica es más potente. Buscamos la wifi como quien busca aire para respirar cuando una ola lo revuelca a orillas de la playa. Cómodo en un sofá tomé notas del día, de lo que vi y sentí, de lo que me enteré; ¿sabías que de cómo bebes de los Nasoni (caños de las fuentes de agua potable y fresca que hay por toda la Città) se sabe si es la primera vez que visitas Roma? Muchas de mis impresiones tenían también que ver con la familia play móvil del ristorante. Pensé en reflexionar sobre esto cuando volviera a Canarias (que es lo que hago ahora), pero en aquel momento seguía de vacaciones. Así que saqué mi smartphone y me puse a revisar mensajes y leer publicaciones.

Creo que me embelesé (me abdujo sin duda), porque cuando levanté la cabeza observé que mis hijos llevaban ya un buen rato jugando con sus móviles. Les miré, ni se dieron cuenta que lo hacía. Sentí una especie de sacudida mental cuando caí en la cuenta que sentados, al socaire de la red inalámbrica, no habíamos cruzado ni una sola palabra. Dudé, entonces si nosotros, no seríamos también una familia play móvil. Me pareció, al menos, que estábamos abusando del móvil. Dejar de compartir vivencias con alguien de la familia es una característica destacada del abuso de la telefonía móvil.

La literatura científica, el marco conceptual en el que se estudia el impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación en nuestras vidas, considera adecuado la utilización del término «abuso» del móvil cuando no se producen cambios emocionales rápidos y alternancia de falsas identidades, como sucede en Internet y en Redes Sociales. Sin embargo, esta posición comienza a tambalearse desde el mismo momento, especialmente los actuales, en que el teléfono móvil ha adquirido un especial protagonismo por su capacidad para absorber y movilizar otros medios, como el propio Internet. El abuso, el uso excesivo del móvil, si lo prefieren, responde a un patrón que no conjuga – como en los que apuestan por el término adicción – con asociación a la baja autoestima y a los estados de fluctuación severa del ánimo, como ansiedad patológica o depresión. Tampoco obedece este patrón a estrategias para solucionar problemas afectivos; de lo contrario, y conforme a los resultados de diferentes instrumentos de evaluación de la dependencia al teléfono móvil, nos situaríamos en territorio de una presunta adicción.

El uso desproporcionado de la tecnología, como de tantas otras cosas, muchas veces tiene que ver con la falta de comunicación y con el aburrimiento. Veamos. En varios estudios (yo me decanté para escribir este artículo en el de Choliz y Villanueva, 2012 1), el uso abusivo del teléfono móvil correlaciona con la disposición para superar la soledad y el aburrimiento, la falta de interacción con el entorno y, especialmente en los adolescentes, la creencia o realidad de falta de empatía de los mayores hacia ellos y las situaciones de disforia, particularmente las acometidas de la tristeza, la irritabilidad o la inquietud.

Conviene tener en cuenta estas situaciones en nuestros adolescentes (también en quienes no son ya tan jóvenes), para que el uso del móvil no se convierta en herramienta psicológica singular para abordar los estados de ánimo displacenteros. De lo contrario, esta inapropiada utilización del dispositivo puede acentuar los factores, o generar otros nuevos, que predispongan la dependencia a una dependencia tecnológica. El abuso tecnológico produce aislamiento. En la edad de la hipercomunicación, el lenguaje ya casi es ruido, las redes sociales no toleran otra cosa que el espíritu subjetivo. Pero ni una cosa ni la otra hacen que nos sintamos menos solos. Con demasiada frecuencia la percepción del otro, del de enfrente, desaparece. El abuso, en el que se teclea más que se habla, también produce efectos físicos sobre nuestra salud. El aumento de la excitabilidad del sistema nervioso al pasar mucho tiempo “machacando teclas” o conectados, propicia la aparición de tendinitis diversas, síndrome de túnel carpiano o dedo pulgar en resorte. Por otro lado, y teniendo en cuenta que la telefonía móvil funciona mediante radiofrecuencias y que éstas penetran en la superficie craneal, su enconada utilización puede dar origen a problemas neurológicos y neuropsicológicos.

Pero, ¡ay, amigos! lo que realmente más nos trae de cabeza en el consumo de tiempo y móviles, es el fantasma de la adicción.

Adicción

El la Fontana de Trevi hay unos tipos con silbato situados en sitios estratégicos del famoso monumento. Cuando los vi me pregunté por qué no los había también en los pasos de peatones; mejoraría, la percepción de caos que se vive en esta ciudad. ¡Dios sabe bien la situación de su ciudad, pero esto parece que esto tampoco es de su competencia! Comprensiblemente, el trabajo de estos vigilantes era contener a la gente para que no trepara a la fuente, con el consiguiente deterioro del mármol y el traventino de que está hecha, en su carrera loca del selfie más inmortal, testimonial y, como no, promocional. Los móviles nos permiten difundir nuestra imagen por la nube virtual en tiempo real, en el preciso instante que ejecutamos una acción. Probablemente algunas de las personas que cada día forman marabunta en este lugar, formarían parte de esa hipótesis de que las personas con baja autoestima pueden utilizar el móvil para evitar los contactos cara a cara y expresarse con más facilidad en la comunicación mediada. Probablemente. Jugar con el móvil (play móvil) da mucho juego.

Los problemas de autoestima, las necesidades de aprobación por los demás, las depresiones, las personalidades alexitímicas (incapacidad de hacer corresponder las acciones con las emociones), la incapacidad de autorregulación, en el uso del teléfono móvil, son algunos factores por lo que estudiosos de este tema plantean la existencia de una adicción conductual al móvil. Aseguran que se producen vulnerabilidades psicológicas importantes que producen esa conducta adictiva. Situaciones anormales como phubbing, o estado de conciencia por el cual prestamos más atención al teléfono móvil, aunque no suene, no haya notificaciones o no vibre, que a las personas, los objetos o las situaciones del entorno se percibe como un indicio de dependencia grave. En mi opinión esto está por demostrar. No obstante, dejar a cuadro a los que te rodean por atender a tu móvil, resulta algo mucho más problemático que una mera práctica descortés. De igual manera se argumenta a favor del criterio de adicción al móvil la denominada conducta nomofóbica, o como lo acuñó la empresa británica SecurEnvoy en 2011: “miedo irracional a salir de casa sin un teléfono móvil…”, por extensión se ha venido utilizando el termino para describir la adicción al teléfono móvil, intento por lo demás insuficiente.

Bueno, entonces ¿existe o no existe la adicción al móvil?

No. Oficialmente no, quiero decir.

La adicción al móvil no existe porque no está descrita, referenciada ni reconocida como una enfermedad. Existe quien la ha querido situar en la órbita del Trastorno del Control de los Impulsos, y más recientemente ubicarla en el epígrafe de Uso de sustancias y trastornos adictivos en la 5ª edición del DSM. Pero, finalmente, en este manual de diagnóstico, solo se incluye como adicción sin sustancia, el juego patológico. El resto de propuestas, como la adicción a Internet y la adicción al móvil, han quedado excluidas. Claro, que no conviene tener al DSM como el santacsantórum de las adicciones, ni de nada. Pero ayuda en la nosología del problema.

Las adicciones se manifiestan por la imperiosa necesidad de continuar practicando una conducta determinada no saludable y por los efectos negativos que ésta conlleva. Utilizar el término adicción quizá le dé una dimensión al problema que aún, al menos, parece que no tiene, o le quite relevancia a lo que sí realmente la tiene, y que no es otra cosa que, como a la familia play móvil de la trattoria romana en lo alto del Trastévere, como a mi familia y quién sabe si como a la tuya, no poder vivir sin el móvil, nos puede obligar a expulsar de nuestras vida a lo distinto, a lo diferente. Porque en lo virtual, cada vez parecemos más patéticamente iguales.

Nota

1 Mariano Chóliz. Verónica Villanueva. Ellas, ellos y su móvil: Uso, abuso (¿y dependencia?) del teléfono móvil. Departamento de Psicología Básica. Universidad de Valencia. 2012.