Observando a los chimpancés hemos aprendido mucho. Por ejemplo que usan herramientas. Una de las primeras observaciones hechas en este campo fue cuando Jane Goodall se percató que un chimpancé dobló una rama y la deshojó para usarla posteriormente para pescar hormigas. Este hecho implica capacidades cognitivas avanzadas que hasta eso momento eran consideradas privilegio exclusivo de los humanos. Usar un instrumento significa distinguir entre medio y fin, adaptar el medio al fin y conservar una idea del uso para poder transmitirla.

Posteriormente se ha observado el uso de musgo como esponja para beber agua y también el uso de lanzas para cazar. La transmisión de estos conceptos implica además cultura. Es decir, la existencia de soluciones, tradiciones y rituales pasados de generación en generación independientemente de la genética. La cultura como tal implica además representaciones y símbolos y ambos permiten la posibilidad de planificar. Este hecho ha sido observado en alianzas «políticas» entre machos dominados por un alfa agresivo, que juntos planificaron una trampa para asesinarlo y liberarse del «dictador».

La capacidad de planificar y «pensar en grupo» nos lleva no sólo a confirmar el uso de símbolos y operaciones cognitivas abstractas que requieren condicionales como si y entonces, sino que además la capacidad de pensar, comunicar y resolver problemas. Recientes observaciones hechas en relación al uso de símbolos para comunicar, han demostrado que estas capacidades son dominadas sin mayores dificultades por toda la familia de subespecies que denominamos chimpancés.

Otro aspecto que ha sido observado es que en los grupos de chimpancés existe una tendencia a poner piedras, una sobre la otra, para indicar lugares específicos, que podrían tener la función de rituales, como también la conciencia de la muerte, cálculos y juicios morales, que permiten incluir o excluir individuos en un subgrupo o castigarlo con la expulsión o discriminación social. Los chimpancés muestran además empatía y ayudan a los que tienen dificultades. En verdad muchos de lo que hemos considerado como humano, lo reconocemos en los chimpancés, confirmando la relación evolutiva entre ellos y nosotros, que nos obliga a redefinir las distinciones entre humanidad y no humanidad y reconocer también la individualidad en los animales.

Estudios de primatólogos, que comprenden varios grupos de chimpancés, han individualizado y registrado 31 manifestaciones de actividades culturales que son transmitidas socialmente. Al mismo tiempo, estamos empezando a descubrir la complejidad en la estructura social de estos primates, que confirman la existencia de la individualidad personal. Es decir, la existencia de un mundo simbólico y representativo amplio, que permite una diferenciación de roles e interpretación personal, distinta de los otros miembros del grupo y a su vez perceptible y catalogable por estos.

La definición de cultura basada en el uso de herramientas, que se transmiten de generación en generación, evidencia también las consecuencias de la destrucción progresiva del ambiente, que en este caso es seguramente un crimen mayor, pues mata destruyendo las condiciones mismas que permiten el florecer de la cultura y su desarrollo entre los chimpancés. Se ha notado que ciertas actividades humanas que alteran violentamente el hábitat de los chimpancés provocan una incapacidad de transmitir ideas y cultura a otras generaciones, mostrándonos, con anticipación, lo que podría a suceder a la humanidad con el cambio climático y los consecuentes desastres ambientales. Esto confirma dos aspectos innegables: toda destrucción es autodestrucción y la diferencia entre humanos y no humanos es cada vez más una ilusión. Evidenciando al mismo tiempo la frágil interdependencia entre hábitat y cultura y la función de esta última en garantizar la sobrevivencia y el bienestar de las especies.