Miles de inmigrantes provenientes del este de un naciente Estados Unidos, invadían el Oeste. La mayoría buscaba oro y plata y los destinos principales eran las Montañas Rocallosas y la región de la costa del Pacifico, especialmente California. Muchos de estos impredecibles invasores se convertirían en granjeros luego de obtener tierras en lugares diversos de los estados de Dakota del Norte y del Sur, Nebraska, Wyoming, Colorado, Minnesota. Estados que conformaban buena parte de las denominadas Grandes Planicies, una alta y amplia meseta ubicada en la región occidental de Norteamérica y que va desde Canadá, en el Norte, hasta el estado mexicano de Coahuila.

Los nuevos colonos pronto descubrieron que estas praderas naturales, aunque de inusual belleza, eran tierras de extremos climáticos, muchas veces sorprendentes. Inviernos brutales con fuertes y recurrentes vientos, temperaturas bajo 0°C, capaces de promover la congelación instantánea. El invierno se alternaba con veranos de calor extremo con temperaturas por encima de 40°C, que fácilmente secaban el suelo. La tierra era frecuentemente chamuscada.

Los colonos encontraron también que estas praderas tenían suelos ricos y profundos, apropiados para la agricultura. El gobierno, luego de la guerra civil entre el Sur y el Norte, promovía la creación de asentamientos en estas regiones. Terrenos gratis para aquellos que quisieran establecer un futuro labrando la tierra. Pero había un gran problema, cada tanto tiempo, nubes de langostas de la especie Melanoplus spretus, mejor conocida como la langosta de las Montañas Rocallosas, se asentaban sobre los cultivos destruyéndolos. Estos saltamontes, provenientes de las Rocallosas, extendieron su rango hacia las grandes planicies gracias al cultivo de plantas mas apetecibles que los pastos originales de la región. Mientras las masas de inmigrantes inundaban las grandes planicies durante la década de 1870, se pudieron observar los números máximos de nubes de langostas.

En el segundo reporte de la Comisión Entomológica de los Estados Unidos, publicado en 1880, el reconocido entomólogo estadounidense, «Padre del Control Biológico», Charles Valentine Riley (1843-1895), junto a Alpheus Spring Packard Jr. (1839-1905) y Cyrus Thomas (1825-1910), reportaría que:

«The largest swarms covered a swath equal to the combined areas of Connecticut, Delaware, Maine, Maryland, Massachusetts, New Hampshire, New Jersey, New York, Pennsylvania, Rhode Island and Vermont».

Estos saltamontes devoraban todo lo que encontraban a su paso, incluyendo las mantas que los colonos colocaban encima de los cultivos, intentando protegerlos. Existen reportes que mencionan que los voraces insectos llegaron a comerse postes de cercas perimetrales, cuero, animales muertos... se comían entre ellos, en un evidente canibalismo insectil. El entomólogo Howard Ensign Evans (1919-2002), a cuya visión del comportamiento de insectos y estudio de las avispas me suscribo, por haber sido tutor de quien fue también mi tutor durante mis estudios de maestría, Robert W. Matthews, comentaría en su libro Life on a Little known planet que un dicho popular de la época era que «las langostas se comen todo, menos las hipotecas». Evans reporta también que en 1874 el efecto devastador de estos insectos habría logrado que:

«… only one family in 10 [had] enough provision to last the winter».

Durante los meses anteriores,

«Every vegetable, every weed and blade of grass bore its burden...».

En el libro On the Banks of Plum Creek, la escritora estadounidense Laura Elizabeth Ingalls Wilder (1867-1957) basada en el relato de familiares, testigos del desastre causado a los cultivos por estos insectos durante los años 1874 y 1875, describe la intensidad de la visita de una de esas nubes de langostas:

«... A cloud was over the sun. It was not like any cloud they had ever seen before. It was a cloud of something like snowflakes, and thin and glittering. Light shone through each flickering particle.

There was no wind. The grasses were still and the hot air did not stir, but the edge of the cloud came across the sky faster than the wind...

Plunk! Something hit Laura’s head and fell to the ground. She looked down and saw the largest grasshopper she had ever seen...

The Cloud was hailing grasshoppers. The cloud was grasshoppers... Their thin, large wings gleamed and glittered. The rasping whirring of their wings filled the whole air and they hit the ground and the house with the noise of a hailstorm».

Una vez destruidos los cultivos, los saltamontes se iban, poco a poco, como soldados que van dejando atrás las ruinas que quedan luego de la última encarnizada batalla,

«...Across the dooryard the grasshoppers were walking shoulder to shoulder and end to end, so crowded that the ground seemed to be moving ... Grasshoppers were … side-by-side, end-to-end, across the window sill and down the wall and over the floor.

...That whole daylong the grasshoppers walked west. All the next day they went on walking west. And on the third day they walked without stopping. ...They walked steadily over the house. They walked over the stable. They walked over Spot until Pa shut her in the stable. They walked into Plum Creek and drowned, and those behind kept on walking in and drowning until the dead grasshoppers choked the creek and filled the water and live grasshoppers walked across them.

...The fourth day came and the grasshoppers went on walking ... It was nearly noon when Pa came from the stable shouting: “Caroline! Caroline! Look out doors! The grasshoppers are flying».

Así fueron los últimos años de la presencia de la langosta de las Montañas Rocallosas en las grandes planicies. Sin embargo, «el trauma psicológico ejercido por estos saltamontes, lo caprichoso de sus visitas, la magnitud de sus agrupaciones y su voracidad, fueron para siempre incorporados al lenguaje y las vidas de las gentes de la frontera», según comentan los investigadores David Serlin y Jeffrey Lockwood en su libro Locust: The Devastating Rise and Mysterious Disappearance of the Insect that Shaped the American Frontier. Hoy, ya no se ven las nubes de esas langostas, poco a poco la especie fue desapareciendo y unos treinta y tantos años después de aquellos eventos los últimos ejemplares vivos conocidos fueron colectados al sur de Canadá en 1902. Hoy se considera a la especie extinta. Junto a otras especies de saltamontes podemos encontrarlas en el Glaciar del Saltamontes, así llamado desde su descubrimiento por algunos visitantes, quienes en los tempranos anos 1900 observaros esos insectos inmersos en hielo en las montañas Beartooth de Montana. En 1999, también fueron encontrados en el Glaciar Knife Point, en Wyoming. Estudios de datación por radiocarbono han determinado que estos saltamontes congelados tenían unos 400 años de antigüedad. Igualmente, estudios de ADN concluyeron que al morir no estaban en su fase de langosta o migratoria.

El entomólogo Daniel Otte, experto en saltamontes y similares de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia, comenta que es hasta posible que Melanoplus spretus no esté extinta, sino que podría estar viviendo y reproduciéndose en números relativamente limitados en algún remoto valle de las Rocallosas. Simplemente, alguna actividad relacionada con la agricultura de fines del siglo XIX y del siglo XX ha llegado a interrumpir los elementos ambientales que desencadenaban la transformación de saltamontes más o menos ordinarios, en langostas voraces y migratorias.

Toda esta información ha estado dando vueltas en mi cabeza desde que el pasado mes algunos amigos, entre ellos el biólogo Clemente Balladares, el mastozoólogo Omar Linares y el ecólogo Rafael Herrera me enviaron artículos acerca de la inminente extinción de varios insectos. Esos artículos se basan en una investigación realizada por investigadores radicados en Australia y China, quienes revisaron reportes históricos de 73 insectos, cuyos números han declinado notablemente alrededor del mundo. Según estos investigadores, las tasas de disminución tan dramáticas de muchos de esos insectos los llevará inexorablemente a la extinción. La preocupación por la evidente disminución de la biodiversidad entomológica ha sido una constante planteada desde los años 1980 en adelante. El hecho que las poblaciones de ciertos organismos declinen en ciertas regiones implica no solo una menor abundancia de los mismos, sino una restricción de su extensión geográfica. De alguna manera, estos parecen ser los primeros pasos hacia su posible extinción. De acuerdo a Francisco Sánchez-Bayo y a Kris Wycckhuys, la culpa de esta pérdida de biodiversidad recae en las diversas actividades humanas, incluyendo la cacería indiscriminada y la perdida de hábitats debido a la deforestación, la agricultura, la industrialización y las expansiones urbanísticas.

«There is compelling evidence that agricultural intensification is the main driver of population declines in unrelated taxa such as birds, insectivorous mammals and insects. In rural landscapes across the globe, the steady removal of natural habitat elements (e.g. hedgerows), elimination of natural drainage systems and other landscape features together with the recurrent use of chemical fertilizers and pesticides negatively affect overall biodiversity».

Esta posible futura y relativamente cercana extinción de insectos podría ser sumamente extensa. Es interesante pensar que la mayoría de la gente no lo notará, sino hasta que sea demasiado tarde. Ya sabemos, por estudios diversos muy serios, que los patrones de migración han venido cambiando debido al clima. El clima y otros factores también han influido en la desaparición de otras especies, al menos en ciertas regiones.

Yo recuerdo que, en 1983, tomé el curso de Comportamiento de Insectos con Bob Matthews y una de las prácticas de campo incluía el estudio del comportamiento de algunas especies de Cantharidae (aquí llamados soldier beetles), los cuales eran muy frecuentes de ver en la primavera y se encontraban abundantemente en las flores de ciertas plantas, siendo excelentes polinizadores. La primavera siguiente, yo estuve encargado de preparar y dictar las prácticas y laboratorios de la misma materia, repitiendo la investigación con los mismos insectos, abundantes y obsequiosos, permitieron que un nuevo lote de estudiantes aprendiera sobre el comportamiento de estos bichos. Unos 20 años más tarde, específicamente en 2002, luego de haber regresado a Estados Unidos a trabajar con Bob en su proyecto, el joven David Jenkins, también discípulo de Bob, era el encargado de dictar las prácticas y laboratorios de Comportamiento de Insectos. Le pregunté si por casualidad incluiría esa practica con los escarabajos polinizadores, comentándome que desde hacía algún tiempo no se había podido presentar dicha práctica, ya que cada primavera era menos frecuente observar a los escarabajos polinizadores en Athens, Georgia, y sus alrededores. Al preguntar por la posible causa, me indicó que el sospechaba que las hormigas de fuego importadas, Solenopsis invicta, invasoras provenientes originalmente del Sur de Brasil y el Norte de Argentina entre los años 1933 y 1945, habían llegado al centro-norte de Georgia desde hacía algún tiempo, eliminando poblaciones de numerosos insectos y otros artrópodos. Respuesta intrigante y muy posiblemente cierta, que pude corroborar tiempo después, cuando colectando avispas en la región central de Texas, luego de integrarme al laboratorio de Brad Vinson, algunos rancheros me comentaron que gracias a la presencia de Solenopsis invicta, al menos las garrapatas que en el pasado afectaban al ganado de la región, ahora eran mas escasas o ya no existían.

Mientras viví en California, entre 2013 y 2018, frecuenté varios lugares de hibernación de las mariposas monarca tales como Oceano, Pismo Beach, Sweet Springs, Pacific Grove, Lighthouse Field St., y Natural Bridges. Conversando con los voluntarios encargados de algunos de estos refugios, sin excepción, me comentaban que, en el pasado, eran muchos miles de monarcas que llegaban a hibernar. El número había declinado notablemente con el tiempo.

De igual manera, hace unos treinta años atrás, las publicaciones de Fred Urquhart (1911-2002), así como las de Lincoln Brower (1931-2018), sus colaboradores y sus discípulos, hablaban de mil millones de mariposas monarca migrando hacia México. Recientemente se hablaba de solo unos 50 millones. Preocupados, la Administración del presidente Obama, a través de la institución U.S. Fish and Wildlife Service, estableció una «autopista» migratoria que va desde Minnesota a Texas. Esta autopista virtual ha sido plantada de una especie de Asclepiadaceae, hospedera de las mariposas monarca, con la esperanza de aumentar el número para 2020.

Ciertamente, hay suficientes motivos para preocuparse si no paramos el declive de muchos insectos. Numerosas especies de aves, peces, reptiles, pequeños mamíferos, dependen de insectos y necesariamente perecerán, haciendo que complejos ecosistemas colapsen. Sin embargo, algunos podrían decir que hay esperanza. Curiosamente, hoy también se reporta que, así como algunos insectos declinan en número, otros, como moscas y cucarachas, están aumentando.

En muchos ambientes urbanos, muchos gastan más de seis veces la cantidad de productos químicos para eliminar insectos que podrían ser eliminadas con un simple «zapatazo». Tal exceso de uso de plaguicidas, está convirtiendo a muchas de estas plagas, en organismos resistentes a múltiples productos químicos. El plaguicida chlordano se utilizó por vez primera en 1948. Era tan tóxico que muchos pensaron que ya no habría más insectos afectando los hogares. En 1951, se reportó que las chiripas (Blatella germanica) de Corpus Christy, en Texas, ya eran resistentes a ese producto químico. Poco tiempo después, se descubrió que también eran resistentes al DDT. Ya en 1946, las moscas de Suecia fueron los primeros insectos en ser reportados resistentes al DDT. Rachel Carson, en su libro Primavera Silenciosa le advirtió al mundo que el DDT llegaría a ser el causante de la eliminación de incontables aves. Nacería así el movimiento ambientalista. Fuerte hoy, con excelentes éxitos en protección de la biodiversidad, sin duda, pero que ha podido abarcar mucho menos de lo que ellos habrán querido.

Hoy, más de 130 años han pasado desde las últimas visitas de aquellas enormes nubes de langostas a los cultivos de las Grandes Praderas. Igualmente, una buena parte de los pastizales naturales que cubrían esas planicies, también han desaparecido para dejar apenas uno o dos por ciento de regiones en las cuales en algún momento llegaron a pastar 60 millones de bisontes (Bison bison). Nadie sabe a ciencia cierta por qué razón desapareció la temida langosta de las rocallosas, pero muchos coinciden en la influencia de las actividades de desarrollo agrícola y urbanístico en las regiones en las que se reproducía. Esas actividades terminarían destruyendo los sitios donde preferentemente depositaban sus huevos. Los colonos invasores se quedaron, poco a poco las concentraciones humanas han ido creciendo en lo que queda de aquellas Grandes Praderas.

Cada día pareciera hacerse más evidente que, a diferencia de las extinciones masivas del pasado, resultado del impacto de asteroides, erupciones volcánicas o cambios climáticos naturales, la posible extinción que amenaza hoy día a un alto porcentaje de organismos vivientes, está siendo causada por nosotros, los humanos.