«De forma que mientras que entre los humanos, las relaciones sexuales son muy frecuentes y reiteradas, característica que compartimos con otra especie animal: los bonobos».

(Helen Fisher, antropóloga)

No hay observación posible sin sesgo. Fisher y otros que trabajan con los monos creen que los seres humanos somos, igual que los bonobos, más sociales y sexuales. También quieren demostrar que no todas las sociedades animales son patriarcales: las hembras bonobos son las que mandan. Otras leen de los bonobos, con el fin de hacernos creer que la guerra y la agresión no son parte generalizada de la Naturaleza, que estos monos son amigables y poco agresivos. Los bonobos, aparentemente, se la pasan haciendo el amor y tocándose los genitales. Las hembras suelen rozarse y tocarse los órganos y los machos también juegan con montar a sus compañeros y llegar hasta la penetración anal.

Estos monos, según Fisher, casi nunca pelean ya que prefieren más el sexo que la guerra. Takayoshi Kano, antropóloga japonesa, fue la primera que notó que la manada suele ser liderada por las hembras y que estas tienen relaciones sexuales entre ellas, en grupo con otros machos y hasta con los infantes. La relación lésbica con el roce genital en el clítoris, de buen ritmo y rapidez, suele durar unos 20 segundos, pero hay casos de hasta un minuto (en est se asemejan a los millennials) Para los antropólogos de la diversidad sexual, los bonobos no son lo que nosotros fuimos en el pasado sino lo que debemos aspirar para el futuro. Ninguno de ellos, eso sí, nos recomiendan lo más obvio de sus observaciones: si fuéramos como los bonobos, en vez de agredirnos y hacer guerras, primero podríamos rozarnos los genitales.

Hacernos ver a los bonobos como primos más cercanos lleva a Frans de Wall en Scientific American, en 1995, a considerar a los bonobos «más atractivos (que los chimpancés) por sus largas piernas, cabeza pequeña, estrechos hombros y una figura más estilizada». Para agregar a su «atractivo», están sus labios rojos, su peinado partido en el medio y sus orejas pequeñas. Según Wall, su corte de pelo se asemeja «a una mala peluca». No solo estos antropólogos encuentran sexy a los bonobos sino los usan como ejemplo de que entre más actividad sexual, menos motivación para la guerra. Zanna Clay de la Universidad de Birmingham opina después de años de observación que «existe la tendencia a verlos como ninfómanos».

Estos antropólogos buscan en la Naturaleza evidencia de pacifismo y de la igualdad de género. Sin embargo, la realidad es más cruda. El objetivo principal de los bonobos es la comida. El roce genital no es del todo sexual sino que es una forma de disminuir las tensiones en el grupo. Por ejemplo, si una nueva manada llega a tomar frutas del árbol, existe tensión sobre quién se llevará las mejores. «Entonces, las hembras buscan tener juegos sexuales para que la lucha por la fruta no termine en una guerra». Pero si esto no resulta, se suscita la pelea: se observan machos sin dedos y hasta con los penes mordidos.

Si es un mito que los bonobos son pacíficos también lo es que los humanos seamos tan sexuales. Cuando tenemos años de cierta abundancia, la gente puede practicar el género y la sexualidad. Pero cuando hay escasez, el sexo y el género se reducen a lo mínimo. La sexualidad a toda hora es producto del desarrollo. La pobreza medieval limitaba la sexualidad a los pocos momentos en que había suficiente pan. No solo las cosechas dependían del factor tiempo, que hacía frecuentes las hambrunas, sino que la distribución de la tierra y la riqueza era tan distorsionada, que la mayoría de la gente estaba siempre hambrienta y desnutrida y muy pocos gozaron de una alimentación balanceada. Una hambruna en la Europa de la Edad Media implicaba la mortandad masiva por inanición. Para la mayor parte de la población, lo habitual era que no hubiera suficiente comida, y la esperanza de vida era relativamente corta. Por esta razón, la sexualidad era una actividad que se podía hacer únicamente cuando se tenía, como si tuviéramos celo, con el estómago lleno. Y si una manada venía a quitarles la comida, los humanos, con el fin de evitarlo, ni siquiera tenían la opción de rozarse los genitales. La pérdida de nutrientes hacía que las mujeres y los hombres perdieran sus diferencias corporales, que ambos se miraran sin género, y que el interés sexual se esfumara. Las mujeres dejaban de menstruar y sus senos, desaparecían. Los hombres perdían sus músculos y hasta la gravedad de sus voces.

Los bonobos se nos parecerán pero solo cuando inventamos el capitalismo que nos permite pensar en sexo a toda hora y porque, con este, creamos también las malas pelucas.