La crisis económica ha afectado a numerosos sectores productivos y de consumo, entre ellos, quiero destacar los efectos negativos registrados en el mercado del papel y de la lectura. Actualmente, es imposible indagar en los problemas y las necesidades que poseen los medios de comunicación, sin atender a la crisis que agita el capitalismo y el mundo. Los medios tradicionales, a los que estamos acostumbrados y que durante décadas han sido los creadores de opinión pública y cultura en nuestra sociedad, son ahora los que se rechazan, ya sea por su coste de producción, por su coste de adquisición o por la revolución impuesta por las nuevas tecnologías que sustituyen libros y periódicos por pantallas.

La caída en picado del consumo tanto de la prensa escrita como de los propios libros ha provocado que las editoras deprecien el valor de sus productos. En el ámbito periodístico, el papel cede su lugar a unos nuevos productos digitales, donde el soporte desaparece, aumenta la cantidad y la calidad de información y el acceso a la misma o la compra de esta pasa a ser gratuita. El modelo de negocio de la empresa informativa está en estos momentos en continuo cambio dado que no se ha hallado aún, ningún sistema en el que empresa y usuarios estén completamente complacidos.

El problema paralelo que afecta a la producción y consumo de libros, viene a indicarnos que realmente nos encontramos en lo que quiero llamar «crisis de la lectura». Esta crisis consiste sencillamente en que una sociedad teóricamente alfabeta que ya no lee. Nos encontramos en una época muy inestable en la que ni los propios e-book han conseguido llamar la atención de los jóvenes. Las editoriales se encuentran la mayoría en crisis y no se atreven a publicar libros con un futuro incierto. Está claro que al igual que la crisis del periodismo no se puede entender sin el concepto de crisis económica global, lo mismo ocurre con la crisis del libro, pero no con la problemática del propio lector, entendido como destinatario final.

El verdadero problema es que tanto los periódicos como los libros se han convertido en objetos totalmente extraños para las nuevas generaciones. No es una afirmación incierta que esta generación rechaza abiertamente la lectura, no tanto por el contenido en sí mismo, sino por la necesidad de concentración absoluta que supone dicha actividad. Muchos autores acuñan la idea de que un joven puede pasarse horas y horas delante de su ordenador soñando, imaginando e interactuando de manera virtual pero no son capaces de contemplar la lectura como un «mundo virtual» hecho de palabras sobre papel. Lamentablemente el lector también se ha digitalizado, sin más. ¿Se imaginan el escenario futuro de nuestra vida sociocultural parecido al retratado por la famosa novela Fahrenheit 451?

La obligada digitalización de nuestra sociedad comporta como reto arriesgado y deseable conseguir un enriquecimiento de todo tipo de información gráfica que huya de cualquier simplismo permitiendo a su vez, la conservación como «objetos de culto» de los soportes tradicionales de noticia y cultura.