Nuestra evidente incapacidad para desconectarnos de Internet y de todo el social media en general, puede dejarnos sentimientos de vacío tan profundos, que frecuentemente nos hacen olvidar lo que verdaderamente somos como especie humana y lo realmente importante que hay en nuestras vidas más allá de los bits.

Internet ha revolucionado muchos ámbitos y especialmente el de las comunicaciones de una manera tan radical hasta el punto de llegar a convertirse en un medio extremadamente invasivo en nuestras vidas. Lo utilizamos para todo, desde compartir un momento con un amigo enviando una foto a través de mensajería instantánea, hasta pedir una pizza o comprar cualquier cosa que se nos antoje (y que muchas veces no necesitamos).

El movimiento de mirar cada cinco minutos si ha llegado una notificación, es uno de los actos reflejos actuales más difíciles de evitar. Seguro que no puedes dejar de comprobar cada cierto tiempo si ha llegado algún correo de trabajo, qué pasa por las redes sociales o meterte a navegar en Internet para ver las últimas noticias.

Si más de una vez has repetido alguno de estos comportamientos, es que sin lugar a dudas eres un adicto. Pero... ¿qué quiere decir ese vocablo en estos lares digitales? Muy sencillo, sirve para definir el síndrome que presentan aquellas personas que son incapaces de vivir sin su teléfono móvil durante más de un día, y necesitan controlar su entorno a través de la repetida comprobación de las redes sociales, aplicaciones y demás herramientas tecnológicas.

Pero este término aún va más allá, ya que también hace referencia a la utilización sin medida de dispositivos tecnológicos, como los tablets, incluso cuando no son necesarios, porque se siente apego hacia ellos y se es incapaz de vivir sin utilizarlos al estar demasiado implantados en el modo de vida. Echa un vistazo a tu maleta y revisa si has metido más aparatos tecnológicos de los que necesitas: ordenador portátil, iPad, Kindle, Apple watch... ¿Es así?

A menudo se dice que internet es una herramienta neutra y que depende de cómo la utilicemos nos afecta o nos beneficia porque nosotros tenemos el «control». Esto es una simplificación burda pues supone no entender que detrás de Internet hay una ideología concreta y una historia. En el último capítulo de esta historia, que se remonta al año 2000 aproximadamente, emergió un modelo de negocio cuyas ganancias dependen del tiempo que pasemos los usuarios ensimismados en internet. En otras palabras, nosotros somos la moneda de cambio.

Las plataformas y aplicaciones que han surgido desde ese momento se han configurado bajo esa premisa, lo que les aleja de esa falsa idea de neutralidad. Cualquier acto de desconexión, ya sea total o parcial, debería entenderse como una medida de resistencia que desea compensar una situación que se encuentra descompensada.

Personalmente, y a pesar del tipo de carrera que he estudiado y el trabajo que ejerzo (de manera irónica) me he encargado de que en mi círculo internet se perciba de esa manera. Yo mismo he tratado de recuperar ciertas características muy humanas, que se han perdido con el uso excesivo de la red, como «la verdadera atención»: sólo una lectura a la vez, sólo una conversación a la vez, solo un proyecto a la vez, y también de eliminar por completo ese concepto de los procesadores tan mal aplicado en la vida real: el multitasking, uno de los dogmas sobre los que se sustenta la digitalización, una idea totalmente falsa porque a lo único que nos lleva es a reducir la intensidad de nuestras acciones y nuestras percepciones a costa de poder hacer varias a la vez.

Pero, por mucho que evite las redes sociales e Internet con cada átomo de mi ser, estos siguen y seguirán formando parte de mi vida y mi trabajo, y casi con toda probabilidad también será ese su caso.

Dictadura del real time

Jaron Lanier, un viejo conocido de la era digital, un visionario que a través del concepto de «realidad virtual», fue de los primeros en vislumbrar la revolución digital de nuestros días.

Científico informático, creador de software, músico increíblemente talentoso, y prolífico escritor, en uno de sus escritos cuyo título es Who Owns the Future? (¿Quién posee el futuro?), el autor continúa la crítica comenzada en libros como You're Not a Gadget (No eres un gadget) al modelo de sociedad que el capitalismo y el Internet han creado, con la ayuda de todos nosotros.

«En la altura de su poder», nos dice Lanier, "la compañía fotográfica Kodak empleó más de 140 mil personas y tenía un valor de $28 mil millones de dólares. Incluso inventaron la primera cámara digital. Pero hoy Kodak está en bancarrota y el nuevo rostro de la fotografía digital es Instagram. Cuando Instagram fue vendido a Facebook por mil millones de dólares en 2012, dieron empleo solamente a 13 personas. ¿Cómo desaparecieron todos esos empleos? ¿Y qué pasó con la riqueza que todos esos empleos de clase media crearon?».

La coartada del Internet es que «todos» (según) tienen oportunidad de volverse el próximo hit viral, que asombre al mundo durante algunos minutos. Pero ese «todos» en realidad no puede proveer lo suficiente para la mayoría de la gente, o de lo contrario nuestros 15 minutos de fama serían suficientes para vivir toda la vida, lo cual no suele ser el caso. Como dijera el guionista de comics Alan Moore, la cantidad de información producida en nuestros días está volviéndonos una sociedad de humo, cuyas creaciones se vaporizan para dar paso a lo aún-más-nuevo sin dejar ninguna huella en absoluto.

Actualmente Lanier es consultor para Microsoft y no duda en decir que es una voz calificada para criticar la tecnología digital, pues él mismo sabe cómo están siendo diseñados los algoritmos. Él sostiene que los algoritmos que los gigantes de datos poseen, han creado un nuevo modelo en el que «el comportamiento de los usuarios es el producto», un comportamiento que está constantemente siendo modificado, pues la gran apuesta es justamente esa, usar lo más avanzado informáticamente para aprender a modificar la conducta de la manera más provechosa para los intereses de las corporaciones.

Este tipo de manipulaciones se condensan principalmente en tres formas bastante identificables que además reducen considerablemente nuestra capacidad crítica y nuestra libertad para clasificar la información:

Opiniones previas

Cuando una persona hace uso de un motor de búsqueda se activan todos los parámetros que este ha recopilado sobre ese usuario en particular. De este modo, lo primero que aparece son los sitios que acostumbras a leer o la línea de información que consultas habitualmente. Queda por fuera de tu búsqueda una cantidad importante de material. Algo similar ocurre con las redes sociales. Cuando entras, la red pone en primer plano la información de las personas con las que interactúas frecuentemente y que, por lo general, piensan de manera similar a como lo haces tú. Sin darte cuenta, tu círculo se reduce notoriamente.

El efecto de todo esto es que, imperceptiblemente, te ubicas en un mundo ideológico que solo confirma tus opiniones. No encuentras informaciones, ni opiniones que contrasten con las tuyas. Lo que consigues es reafirmación. Eso hace que te formes una idea limitada del mundo que te rodea. Piensas que así es la realidad, sin darte cuenta de que te están induciendo a ver solo una parte de ella. Por eso Internet disminuye la capacidad crítica.

Estimular el narcisismo

Las redes sociales, en particular, han creado un nuevo tipo de adicción. Se trata de la adicción a los likes. No es que te lo propongas, pero cada vez que haces un post, de una u otra manera, esperas que los demás reaccionen aprobando lo que dijiste. Si no lo hacen puedes sentir frustración o, quizás, dudar de lo que expresaste. La ciencia más básica ha establecido que los likes activan la dopamina. Se asumen cada vez más como un mecanismo de recompensa. Te hacen sentir bien contigo mismo porque suponen una aceptación del grupo.

Esto puede ser problemático si, de algún modo, esa dependencia moldea tus opiniones y palabras sin darte cuenta. Esta es otra de las maneras sobre cómo Internet disminuye la capacidad crítica: convierte nuestro ego en un producto de consumo social, que busca ser aprobado por los demás. Estar en desacuerdo podría significar salir de determinado entorno o enfrentar un rechazo público. Eso hace que condicionemos nuestro pensamiento.

Relaciones irrelevantes

Hay muchos medios para interactuar con otras personas en la red. Están, por supuesto, las redes sociales, pero también hay foros, chats y medios similares. De este modo, en la web se crea la falsa sensación de no estar solos. Y sépanlo bien, están solos aunque sea difícil de asimilar. Se da una conversación interminable, que parece no tener comienzo ni fin. Esa conversación, a su vez, gira en torno a temas que se vuelven «comunes». Finalmente, les guste o no, de eso es de lo que se habla. De forma también imperceptible, cada vez se hace menos necesario el contacto físico con los demás. Las interacciones en la red suponen adoptar una postura física en la que casi siempre estás sentado y mirando una pantalla. Tanto lo uno como lo otro tienen efectos en tu cuerpo y en tu cerebro. El ejercicio incrementa la inteligencia. Y el contacto físico eleva la capacidad de empatía, el intercambio humano y el afecto. Lo otro para nada.

Si embargo, el verdadero problema está en el modo de operación de estos algoritmos, que están siendo ajustados constantemente para capturar la atención de los usuarios y hacer que se comporten de una manera que sea más rentable. Esto genera una enorme negatividad, sensaciones de enojo, egolatría, indignación, etc., pues estas plataformas han aprendido que las emociones negativas duran más en línea: el odio se canaliza mejor en línea; las herramientas de estas plataformas funcionan mejor para las personas que buscan reproducir sentimientos negativos.

Por lo tanto, Isis tiene más éxito en las redes sociales que los activistas de la Primavera Árabe. Los racistas obtuvieron más impacto que Black Lives Matter, fue genialmente redituable ver en el timeline las luchas de Republicanos contra Demócratas antes de la elección de Trump o en mi país la cantidad de dinero que le generan a las plataformas sociales las discusiones con hashtags de chairos vs fifís. En fin, cualquier troll de memes tiene mucho más impacto que el pobre Internauta queriendo poner un tuit inocuo sobre su vida diaria, pues porque genera más dinero.

Neofobias

En los años ochenta surgió un miedo desproporcionado a los ordenadores ya que estos fueron vistos por muchos como una clara amenaza para sus puestos de trabajo, como en su día lo fueron las primeras máquinas, y esto desató la ciberfobia. Pero superado ese miedo, hoy en día hemos adquirido nuevas. Si suena a algo irreal es porque nos negamos a aceptarlo, pero además de la adicción genérica que provoca el Internet, estos son los nombres de algunas de las principales fobias de todos los tecnoadictos en la actualidad:

  • Nomofobia. Es el miedo a no poder consultar el smartphone cada vez que se quiere.
  • Mofobia. Miedo a saber que algo está pasando en Internet y nos lo estamos perdiendo.
  • Whatsappitis. Hiperdependencia a comprobar si alguien ha escrito.
  • Selfitis. Consiste en el deseo constante de fotografiarse a sí mismo y compartir esas imágenes.
  • Phubbing. Se refiere al comportamiento que lleva a prestar sólo atención al teléfono.
  • Editiovultafobia. Miedo a comparar la vida propia con la que reflejan los demás en las redes sociales.
  • Vibranxiety. Define la sensación de haber sentido vibrar o haber creído escuchar el teléfono.
  • Retterofobia. Miedo a escribir mal un SMS o un mensaje de WhatsApp.
  • Cibercondría. El comportamiento repetido de utilizar el teléfono móvil como un médico para consultas en lugar de ir a uno real.

Para finalizar este texto les dejo los 10 argumentos que según Lanier son suficientes para dejar de una vez por todas las redes sociales, (si desean una explicación más a detalle sobre estos argumentos en su libro lo puntualiza):

  1. Estás perdiendo tu libre albedrío.
  2. Renunciar a las redes sociales es la manera más precisa de resistir a la locura de nuestros tiempos.
  3. Las redes sociales te están volviendo un idiota.
  4. Las redes sociales están minando la verdad.
  5. Las redes sociales están haciendo que lo que dices no importe.
  6. Las redes sociales están destruyendo tu capacidad de empatía.
  7. Las redes sociales te están haciendo infeliz.
  8. Las redes sociales no quieren que tengas dignidad económica.
  9. Las redes sociales están haciendo que la política sea imposible.
  10. Las redes sociales odian tu alma.