En días pasados vino a Texas el buen amigo Gilson Rivas, con quien, además de escribir algunas notas de corte científico y a quien conozco desde que él era un muchacho que colaboraba en la edición de las Memorias de la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, he estado «cambalachando» libros estos últimos años. Además de un lote de contenidos estomacales de diversas lagartijas, parte de una investigación sobre estos reptiles, me traía el libro escrito por Franz Rísquez Irribarren, Donde nace el Orinoco. Con esta obra aumentó mi colección de libros sobre el Orinoco, completando la serie de escritos acerca de la conocida Expedición Franco-Venezolana al Alto Orinoco, realizada en 1951, que exitosamente logró llegar a las fuentes del magno rio venezolano.

Cristóbal Colón (1451-1506) descubrió la existencia del Orinoco, a cuya desembocadura llegó el 2 de agosto de 1498 luego de pasar frente a la isla de Trinidad, en su tercer viaje al nuevo mundo. Viaje en el que, curiosamente, tocaría tierra firme continental por primera y única vez, en la población que hoy conocemos como Macuro, en Venezuela. Al notar las aguas del rio que se mezclaban con las del mar, escribiría:

«… allí se hace una boca grande de dos leguas de Poniente a Levante, la isla de la Trinidad con la tierra de Gracia, y que, para haber de entrar dentro para pasar al Septentrión, había unos hileros de corrientes que atravesaban aquella boca y traían un rugir muy grande. … fuera de la dicha boca, … hallé que venía el agua del Oriente hasta el Poniente con tanta furia como hace el Guadalquivir en tiempo de avenida, y esto de continuo noche y día, que creía que no podría volver atrás por la corriente, ni ir adelante por los bajos.
(...)
Y el otro día siguiente envié las barcas a sondear y hallé en el más bajo de la boca que había seis o siete brazas de fondo, … y atravesé por esa boca adentro y luego hallé tranquilidad, y por acertamiento se sacó del agua de la mar, y la hallé dulce».

Una vez conocida la existencia de tan grande río, varios europeos comenzaron a aventurarse a explorarlo. El primero fue Diego de Ordaz (1480-1532) quien en 1532 penetró y exploró buena parte de su curso. Sin embargo, la primera expedición que se propuso llegar hasta las fuentes del río Orinoco, fue la de Apolinar Díez de la Fuente, quien formó parte de la Expedición de Limites (1758), cuya finalidad era establecer las fronteras entre Brasil, entonces colonia portuguesa, y la provincia de Guayana, colonia española.

Díez de la Fuente salió el 3 de diciembre de 1759 de San Fernando de Atabapo con la intención de encontrar las cabeceras del Orinoco y explorar el enlace entre el Orinoco y el río Negro, así como levantar fortificaciones a lo largo de su ruta. No pudo llegar al verdadero punto de origen pues hasta allí no había navegación posible.

«El poco caudal de agua que en este paraje tiene, nos impidió la navegación, no siendo posible continuar a pesar de las diligencias que hicimos para verificarlo; este sitio está al pie de una gran cordillera llamada Paruma, de donde sale un despecho de agua, que es el que da principio al famoso Orinoco. Viendo la imposibilidad de poder seguir más adelante, convoqué a mi gente para que discurriesen el modo de trepar por aquellas montañas; pero ninguno lo pudo verificar...».

Durante 1800, Alexander von Humboldt (1769-1859) y Aimé Bonpland (1773-1858) exploran buena parte de la cuenca del río con la intención de remontar el brazo Casiquiare. Curiosa anomalía que conecta al Río Negro con el Orinoco, uniendo así a las cuencas de este último con la del Amazonas. Cincuenta años después Alfred Russel Wallace (1823-1913), subiendo por el río Negro, remontaría al Casiquiare y tocaría al Orinoco.

Posteriormente, otros exploradores, como Agustín Codazzi (1753-1859), Francisco Michelena y Rojas (1801-1876) y Robert Schomburg (1804-1865) explorarían la cuenca y el rio sin llegar hasta sus fuentes.

A mediados del siglo XIX era motivo de discusión si el río Guaviare, proveniente de Colombia, era el propio Orinoco o apenas un afluente de este. La novela de Jules Verne (1828-1905), Le Superbe Orénoque, comienza justamente con esta disputa. La duda seria eventualmente zanjada, al percatarse los geógrafos que, en el punto de confluencia de ambos ríos, el Orinoco es mucho más caudaloso que el Guaviare.

Estando en boga tal inquietud, el francés Jean Chaffanjon (1854-1913), decidiría remontar el Orinoco en busca de sus fuentes. Lo hizo en dos ocasiones, la primera entre 1884-1885 y la segunda en 1886. Luego de esta última afirmó haber hallado las fuentes del río, lo cual le valió el título de «descubridor de las fuentes del Orinoco», otorgado por la Société de Géographie francesa en 1887. Chaffanjon relataría sus experiencias exploratorias en Voyage aux Sources de l’Orénoque, que serviría de base a Verne para su novela. Curiosamente una hija del explorador se casaría con un nieto del novelista.

Auguste Morisot (1857-1951), explorador y pintor francés, quien acompañó a Chaffanjon en su segundo viaje, escribió en su diario que una vez en el raudal Guaharibo, el líder de la expedición se adelantó con algunos guías en Curiara regresando luego de tres días, indicando que no había necesidad de continuar ya que había llegado a las fuentes del rio. Sin embargo, solo llegó hasta el raudal Waika, también conocido como Peñascal, bajo cuyas piedras mana el Orinoco, lejos aún de la meta deseada.

Muchos años después, en 1943, el venezolano Hilario Itriago, junto al brasileño Rubens Nelson Alves, llegaron hasta el Rio Ugueto. Bajaron por éste y se encontraron con el Orinoco, siguiendo su curso rio abajo. Eludían así el encuentro con las fuentes.

Otros siguieron intentándolo, pero aún a mediados del siglo XX, las fuentes continuaban eludiendo a los exploradores.

Pues bien, en diciembre de 1950, Joseph Grelier, Secretario General del grupo Louis Liotard de la Sociedad de Exploradores Franceses se reunía con las autoridades venezolanas. Había venido contactando a las autoridades venezolanas desde mediados de año en busca de apoyo para realizar la llamada Expedition Orenoque-Amazone cuya idea central era bajar por el Orinoco, pasar al brazo Casiquiare, de allí al rio Negro y finalmente navegar hasta el Amazonas.

Sin embargo, el asesinato de Carlos Delgado Chalbaud (1909-1950) trastocó el asunto y casi fracasa hasta que los oficiales de la Embajada de Francia contactan a la nueva Junta de Gobierno. El ministro de la Defensa consintió en apoyar a los franceses y designo al Mayor Franz Rísquez Irribarren (1915-1969) para coordinar y dirigir la expedición, además de proteger a los franceses.

Recién llegado de cursar estudios en el extranjero y sin ninguna experiencia de campo, se reunió con su hermano Rafael Rísquez, quien le presento al médico y entomólogo Pablo Anduze (1902-1989). Juntos visitaron al director del Museo de Ciencias Naturales arqueólogo José María Cruxent (1911-2005). Entre ellos, y luego de múltiples conversaciones fueron incorporando a diversos profesionales pertenecientes a varios Ministerios «armando» entonces la renombrada Expedición Franco-Venezolana del Alto Orinoco, coordinada por el Ministerio de Educación. Una vez recaudados los fondos necesarios comenzó la expedición, esta tendría como objeto llegar hasta las fuentes del Orinoco.

La llamada «plana mayor» quedaría conformada por Rísquez Irribarren, comandante del grupo. El teniente Alfredo Alas Chávez, seria su ayudante. El ingeniero Joseph Grelier era el jefe de la comisión francesa, integrada, además, por Pierre Ivanof, encargado de la proveeduría, Frantz Laforest, etnólogo y arqueólogo, Raymond Pelegry, radio-técnico, y Pierre Couret, farmaceuta y botánico. Entre el grupo de venezolanos estarían Anduze y Cruxent. Además, los acompañarían Luis Carbonell, medico, Félix Cardona-Puig Cartógrafo, Félix Cardona-Johnson, ayudante de cartografía, Carlos Carmona, geólogo, Marc de Civrieux, geólogo, René Lichy, entomólogo, León Croizat, botánico y fitogeógrafo. Manuel Butrón, conocedor de la región amazónica e Ildefonso Villegas se encargarían del personal de apoyo, integrado por treinta y ocho marineros y cargadores, la mayoría pertenecientes a la etnia Ye’Kuana, todos reclutados en el entonces Territorio Federal Amazonas.

La primera fase de la expedición, construcción de la pista de aterrizaje y el campamento base 1 de La Esmeralda, comenzó a principios de abril de 1951. La comisión de avanzada integrada por Alas Chávez, Laforest, Couret, Ivanoff, Pélegri, cinco guardias nacionales, Butrón y diez marineros, salió de San Fernando de Atabapo. El primer avión con el resto de los integrantes, materiales y suministros, llegaría el 29 de abril a La Esmeralda.

La expedición estuvo llena de descubrimientos, sorpresas, peleas internas, diversos conflictos. El investigador Alejandro Reig, luego de entrevistar a 15 de los marineros que aún sobrevivían a principios de los 2000 y revisar al detalle los reportes publicados por cuatro de los miembros de la expedición y el radio-contacto a cargo de mantener informados a las diversas instituciones promotoras de la aventura, comentaría sobre la naturaleza conflictiva de tal empresa:

«The expedition was traversed by different lines of tension and conflict from its offset, that confronted alternatively: the scientists with the military discipline imposed by Risquez; a leading elite of four expedition members with the rest; the French against the Venezuelans; the geographer of the team with the military chief and with some of the scientists; Cruxent against De Civrieux and Lichy - … a fight between anthropologists and many others in a layout of alliances shifting and morphing throughout the months of the journey, that gave rise to successive evacuations of expedition members before reaching the headwaters. One major source of tension was what Anduze calls 'psicosis guajariba', the fear of the Guajaribo, a name then given to the Yanomami, at a moment in which the deepest part of their territory was being penetrated for the first time. Against the background of the latent fear of an attack by the Indians still held as the symbol of the undomesticated savage, the hardships of the journey, various illnesses, temporary lack of salt and other basic foodstuffs, and the confrontation of the personalities of the different expedition members created a myriad of minor incidents which rarefied the human climate of the journey».

La múltiples peripecias y aventuras serian comunicadas vía radio con Caracas. Esto le serviría al mayor Alberto Contramaestre para escribir una serie de notas publicadas en serie durante y luego de la expedición, pero que aderezadas con algo de tiempo se convertirían en el libro La expedición Franco-Venezolana al Alto Orinoco pubicada en 1954. Ese mismo año, Joseph Grelier publicaria Aux Sources de l’Orenoque, luego traducida a ingles e italiano. En 1960, Pablo Anduze sacaba a la luz su libro Shailili-Ko, Descubrimiento de la Fuentes del Orinoco y un par de años más tarde, Rísquez, basado en el diario personal que llevó durante la expedición, publicaría Donde nace el Orinoco. Lichy publicaría Yaku, Las Fuentes del Orinoco, donde narra su experiencia. Completaría sus notas con la descripción de los lepidópteros colectados al publicarlos en 1984 bajo el título «Mariposas» en el Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales.

«Este es su último trabajo publicado en vida y entraría a imprenta meses antes de la muerte del entomólogo. Su manuscrito debe haber sufrido unas cuantas peripecias para ser publicado. Aunque está fechado en 1980, este número del Boletín sale realmente en 1984 (...). Lichy lo presenta como “el complemento lógico” del libro “Ya Ku”. El artículo es una relación comentada de las mariposas diurnas que fueron colectadas por Rene Lichy, principalmente, y Pablo Anduze durante la Expedición al Alto Orinoco en 1951».

El misterio de las Fuentes aparecería en 2012, y aunque escrito por Julieta Salas de Carbonell, está basado en

«... muchas horas de sobremesa durante las cuales todos en la familia quedábamos atónitos y embrujados por el relato de … [el] medico [Luis Carbonell, quien] … a los veintiséis años de edad desafió el peligro para participar en una expedición que, … recorrió selvas ignotas y descubrió las elusivas fuentes del rio Orinoco».

Luego de haber leído todos estos libros, debo confesarles que los de Anduze y Lichy son mis favoritos, no solo por su narrativa, sino por sus adiciones entomológicas, zoológicas, etnológicas, que los convierten, a mi modo de ver, en obras mucho más completas. Curiosamente, de todos los expedicionarios, son los únicos a quienes conocí personalmente. De hecho, mi copia de Shailili-Ko... está firmado por Pablo.

Una vez en Caracas, los expedicionarios se dedicaron a estudiar y compartir sus investigaciones. Las muestras recolectadas, etnográficas, arqueológicas, minerales, botánicas, zoológicas, parasitológicas, fueron enviadas a especialistas venezolanos y extranjeros. El Amazonas venezolano se abrió a nuevos estudios e investigaciones. Cartografía nacional de Venezuela realizó el levantamiento realizo el levantamiento topográfico de buena parte del territorio. La expedición le abrió las puertas a futuros estudios e investigaciones.

A fines de la década de los ochenta, realizábamos una expedición multidisciplinaria varios miembros de la Fundación Terramar. Nuestro interés central era la región de Parima B. Dirigía la expedición el buen amigo Armando Michelangeli, quien logró que los militares apostados en esa región fronteriza con Brasil, nos invitaran a ver los estragos de la minería ilegal que ya comenzaba a notarse y a ser preocupación y conversación frecuente para la época. Estuvimos en las fuentes del Orinoco, lugar amenazado por la avaricia de algunos. Una vez allí, necesariamente teníamos que recordar lo observado en este sitio por Pablo Anduze, al llegar junto a sus compañeros de travesía, Luis Carbonell y José María Cruxent,

«...llegamos al manantial, en un paraje relativamente claro, en una concavidad ancha de la falda del cerro. El sitio era gredoso, de una greda pegajosa, … El piso de la selva circundante estaba revestido de hojarasca, musgos, helechos y en el lecho naciente había heliconias en profusión. Allí brotaba, de un manantialito, límpido como un cristal, reflejando colores con debilidad y dulzura, lento y perezoso, el gigante que más adelante se convertiría en el quinto río de America».

El día que estuvimos en las fuentes, los militares que custodiaban la zona habían atrapado a tres garimpeiros cargando unas piedras de Coltán. Pobres hombres que habían dejado familia para arriesgar su vida en estas zonas para trabajar en un tipo de minería que afecta negativamente al ambiente y beneficia solo a ciertos grupos de poder en las grandes ciudades de Venezuela, Brasil, Colombia, Bolivia, Perú o algún otro país ... Esos mismos que hoy en día, desde alguna cómoda oficina, continúan promoviendo el desastre ecológico que enferma a la Amazonía …

Volviendo a mi historia, debo comentarles que la visita de mi amigo Gilson fue más que oportuna. Además de ayudarme a incrementar mi colección de libros sobre el Orinoco, no pude menos que percatarme que ya era noviembre, mes en que siempre hemos de conmemorar la llegada de aquellos expedicionarios a las fuentes del mayor río de Venezuela:

«Nosotros, los abajo firmantes (...). Hemos remontado el Rio Orinoco ... hasta su Nacimiento (...). Con la llegada a dicho Nacimiento y por primera vez tuvo lugar a los veintisiete días del mes de Noviembre de mil novecientos cincuenta y uno».