El médico, extremadamente pequeño y delgado, de nariz perfilada, se tocó la barbilla con su mano derecha y frunció el ceño, pensando que otra vez le tocaba la engorrosa tarea de acercar su oreja al pecho desnudo de una joven paciente, para tratar de descifrar los sonidos cardíacos, de un órgano que evidentemente desfallecía. Para empeorar la situación, se trataba de una mujer rolliza y las capas de grasa que se extendían generosamente debajo de la piel, sabía perfectamente que iban a entorpecer la audición de los ruidos cardíacos. Sus enormes senos, seguramente empeorarían la situación. Además, por naturaleza era tímido y se sentía incómodo al tener contacto cercano de su cara al tórax desnudo de una mujer. Pero era su trabajo y tenía que hacerlo. Se trataba de la auscultación inmediata o directa, que todo médico hacía, para tratar de conocer los secretos de las enfermedades que realizaban su trabajo detrás del tórax. El mismo la había practicado en ocasiones cuando lo creyó necesario y suponía podía ser de utilidad para ayudar a un buen diagnóstico. Estaba al tanto de las muchas limitaciones del método, comenzando por la falta de una descripción de los criterios necesarios para una interpretación homogénea de lo encontrado. Eso, sin tomar en cuenta los problemas del desaseo de algunos pacientes, que originaban malos olores y en ocasiones, hasta la presencia de piojos, pulgas y otros parásitos, lo que ocasionaba molestias para el médico examinador. De hecho, la técnica había sido realizada por médicos desde la más remota antigüedad. Lo hizo Hipócrates y sus discípulos y se menciona que incluso, mucho antes, era una práctica común entre los médicos de Egipto y la India (José Díaz N, Bárbara Gallego M).

No era la primera vez que el médico había pensado en cómo resolver este enojoso problema. Lo había hecho anteriormente sin encontrar una solución adecuada. Sin embargo, en ese momento, recordó algo que había visto apenas unas semanas atrás, en ese mismo año de 1816. Caminando por los patios del palacio de Louvre observó a dos niños que se enviaban señales a través de un tubo de madera. Uno de ellos raspaba con un clavo una de las aperturas y el otro recibía por el otro extremo, ampliado el sonido que producía el rasgado de la madera. Nuestro personaje ante su paciente, dio una vuelta alrededor de la sala y de pronto, sacó de su maletín unas hojas de papel alargadas, le dio vueltas hasta enrollarlo como un cilindro y decidido, lo acercó al pecho de su paciente. Sorprendido, escuchó claramente los sonidos del corazón, como antes nunca había sucedido y luego aplicadas las hojas de papel a la espalda, igualmente oyó los sonidos de los pulmones. De inmediato captó la enorme importancia de su descubrimiento y su aplicación en la práctica clínica, ya que ahora era posible escuchar mejor y diferenciar los ruidos que se producían en la cavidad del pecho. Había nacido la auscultación mediata, que desplazaría para siempre a la auscultación inmediata.

Ese médico, que en ese entonces tenía 35 años, de aspecto enjuto y enfermizo, llevaba por nombre René Theophile Hyacinthe Laennec (también escrito Laënnec). Acababa de descubrir el estetoscopio (del griego sthetos= pecho, corazón, y skopeu = observar), que iba a mejorar notablemente el examen clínico de los pacientes. Durante los tres años siguientes, se dedicó a buscar nuevos materiales y formas que darles, para mejorar el instrumento que había descubierto. Pero no solo sería recordado por ese acontecimiento maravilloso. Además, escalaría la fama por otros grandes descubrimientos en el campo de la patología y la clínica.

Sus primeros años

En el sur de la Bretaña francesa, en la ciudad de Quimper, en donde se unen los ríos Odet y Steir, un 17 de febrero de 1781 nació el hijo de Teophile Marie Laennec, abogado y juez de una localidad bretona, y de Michelle Guesdon, nacida de una buena familia de aquella ciudad. Aparte de René, nombre que se le puso por ser el de su padrino y abuelo, se le nombró además Hyacinthe por su madrina y por último, Theophile en honor a su padre. Parece ser que el apellido Laennec deriva del bretón Lennek que significa profesor o maestro (Alex Sakula).

René fue el mayor de los tres hijos de la pareja. Le seguía su hermano Michaud y por último, su hermana Marie-Anne, quién nació en 1785. Apenas tenía cinco años cuando René quedó huérfano de madre, a consecuencia de tuberculosis, enfermedad qué, en esa época, era la causa de una de cada cuatro defunciones que ocurría. La tisis o consunción, como se le conocía, sería el padecimiento que acompañaría como sombra, directa o indirecta, el resto de la vida de René Laennec.

El viudo, solo con tres hijos y un trabajo que atender, no tuvo más remedio que entregarlos a su hermano Michel Jean Laennec, un abate, con quien los niños permanecieron por un año. Luego, los dos mayores fueron enviados a la ciudad de Nantes, con otro tío de nombre Guillaume Francois Laennec, quien era el director de la escuela de medicina. Esta eventualidad fue decisiva en la formación del joven primogénito huérfano, ya que al admirarlo y verlo ejercer su profesión, supo que su futuro estaba en la medicina. Mientras tanto, demostró ser un excelente estudiante, especialmente en idiomas, ya que llegó a dominar el griego y el latín, además del inglés. Por otra parte, gustaba de escribir poesía, bailar, así como tocar la flauta. Sin duda era un niño versado y polifacético.

Esos años de niñez y adolescencia fueron épocas históricas y de mucha violencia en Francia. El terror desatado por Robespierre estaba en su apogeo y desde la ventana de su apartamento, René observó varias veces la enorme navaja de la guillotina caer sobre los cuellos de muchos desventurados. Poco a poco la cordura se impuso sobre los revolucionarios, mientras un militar de bajo grado, pero de altísimas ambiciones y genio oculto, esperaba su turno para actuar.

Laennec, mientras tanto, no perdía tiempo. A los 14 años ya estaba en el hospital local ayudando a atender pacientes y especialmente a los heridos, que acudían abundantemente a solicitar ayuda. Esta labor le permitió adquirir una magnífica experiencia, tanto que, en 1799, a los 18 años, fue nombrado cirujano de tercera clase en el hospital militar de Nantes. Pero René no perdía de vista su verdadero objetivo. Ser médico formado en la mejor institución de su país. De esa manera, y aunque con muy pocos recursos, encaminó sus pasos hacia París, para iniciar estudios en la École Pratique, en donde recibiría clases de grandes figuras europeas de la medicina, como Guillaume Dupuytren, en cuyo laboratorio de cirugía patológica fue en donde aprendió a correlacionar la clínica con los hallazgos anatómico-patológicos.

También aprendió cómo aplicar vendajes para la inmovilización de fracturas. Igualmente recibió lecciones de otros facultativos famosos como Gaspar Laurent Bayle, Marie Francois Xavier Bichat y posteriormente del gran médico de Napoleón, Jean-Nicolas Corvisart (Ariel Roguin). Este último profesional, muy distinguido, había hecho despertar el método inventado por Leopold Auenbrugger de la percusión, que ayudaba a identificar consolidaciones pulmonares y pleurales, descrito originalmente en latín con el nombre de Inventum Novum. Corvisart había enseñado tal método a Laennec.

Terminados sus estudios, se graduó de médico en 1804. Tenía 23 años de edad. Previamente, como estudiante, ya había publicado algunos trabajos, que llamaron la atención de sus profesores y médicos en ejercicio, en tópicos como peritonitis, amenorrea, y enfermedades hepáticas. Se refiere que fue el primero en dar conferencias sobre el melanoma, en demostrar que daba metástasis e incluso en acuñar el nombre. Su tesis de grado versó sobre la doctrina de Hipócrates relativa a la práctica médicas. Sus conocimientos del griego le permitieron leer al padre de la medicina en su propio idioma.

Para ese entonces, atravesó por momentos difíciles, tanto económicos como familiares (la muerte por tuberculosis de su tío), personales, ya que en ese momento tuvo un rompimiento de la amistad con Dupuytren y su propia salud, que se vio bastante resentida, tanto que le obligó a un retiro temporal en su amada región de Bretaña.

Pronto, al sentirse mejor, volvió a París para reiniciar su agitada labor de médico, escritor de artículos científicos, investigador y organizador de asociaciones académicas. Ya su nombre comenzaba a ser famoso y fue nombrado médico personal por el cardenal Joseph Fesh, que era tío de Napoleón I, por vía materna. Lo anterior, sin embargo, no le favoreció mucho, ya que sobrevino la restauración y el cardenal tuvo que marchar al exilio. Pero en ese momento, Laennec es nombrado director de uno de los pabellones de la Salpetrie para atender heridos y poco tiempo después es nombrado médico del Hospital Necker de París. (Ariel Roguin). Tenía 35 años de edad y al fin, lograba ser nombrado facultativo de un hospital famoso de París. Es allí donde realiza la mayor parte de su obra más conocida.

En 1819 aparece la primera edición de su libro De la auscultación mediata, en donde describe el estetoscopio como «un cilindro de madera, cedro o ébano, de cuatro centímetros de diámetro y treinta de largo, perforado por un agujero de seis milímetros de anchura y ahuevado en forma de embudo en uno de sus extremos» (C.Awad Garcia, Francisco González). En esa obra, Laennec describe los diferentes sonidos que escuchó en sus pacientes con su instrumento, dejando a la posteridad médica términos como crepitantes, estertores, pectoriloquia, egofonía. Fueron años previos de exhaustiva labor de detección de signos físicos, para luego correlacionarlos con estudios clínico- patológicos. Pudo hacer de esa manera, la descripción de muchas enfermedades pulmonares como la neumonía lobar, bronquiectasias, enfisema, infartos pulmonares, pleuresías, neumotórax y sobre todo, la tuberculosis pulmonar, así como formas extrapulmonares de ésta, como la meningitis. Describió el tubérculo y su cavidad llena de pus como la lesión característica de la enfermedad en donde quiera que estuviera asentada. En este sentido, Laennec puede considerarse con razón, el padre de la neumología. En forma mucha más modesta, también describe algunos ruidos cardíacos asociados con ciertas patologías del corazón.

La gloria

El mundo de la medicina de ese entonces, especialmente el parisino, reconoce el genio de ese sencillo, cortés, diminuto y enfermizo facultativo de origen bretón. En 1822 reemplaza a Corvisart en el famoso Colegio de Francia, ocupando la silla de profesor de medicina. Un año después, en 1823, accede como miembro principal a la Academia Francesa de Medicina, y es nombrado profesor de clínica médica en el hospital Charité. Ya es considerado un eminente y distinguido académico, a quien visitan médicos de toda Europa. En 1824, se le nombra «Caballero de la Legión de Honor». Su práctica privada crece como la espuma y se convierte en el médico de moda de la nobleza y de la gente rica.

La primera edición de su obra clásica De la auscultación mediata se publicó en 1819 y fue aceptada casi de inmediato por sus colegas parisinos. A partir de ese año, Laennec siguió corrigiendo y aumentando su contenido, a pesar del deterioro de su siempre precario estado de salud. En 1826 apareció la segunda edición y ya para ese entonces, la auscultación era aceptada y convertida en una práctica común en todo el mundo científico. Posteriores refinamientos de la ascultación cardíaca fueron hechos por Joseph Skoda en Viena y Austin Flint. En esa segunda edición, también se describió la cirrosis atrófica del hígado, que, a partir de entonces, sería conocida como cirrosis de Laennec.

Los años finales

Durante toda su vida, Laennec fue un devoto católico, y continuó siendo una persona sencilla, atenta y buena gente. Dos años antes de su muerte, se casó con Madame Argou (cuyo nombre de soltera era Jaquette Guichard), una viuda dos años mayor que él, a quien conocía y apreciaba desde varios años atrás, ya que era su ama de llaves. Ella quedó embarazada pero tuvo un aborto espontáneo que les causó a ambos, un inmenso dolor.

Corría el año de 1826 y de nuevo, al sentirse muy enfermo, con su esposa regresó a su amada propiedad de Kerlouarnec, en Bretaña. Pero la tuberculosis que padecía desde hacía varios años, esa misma enfermedad que se había llevado a su madre, a su hermano, a su tío y a varios de sus grandes amigos como Bayle y Bichat, estaba en sus estadios finales. El 13 de agosto de ese año, expiró en brazos de su esposa.