El común denominador de la población peruana jamás se imaginó usando mascarillas para poder salir de sus casas. Tal situación se percibía muy lejana e improbable, propia de países como China, Japón, Corea del Sur u otras naciones asiáticas consideradas extremadamente distantes de la realidad peruana. Eso se pensó hasta marzo del presente año, a partir de cuando todo cambió en el país sudamericano.

Actualmente América es el epicentro de la pandemia por el coronavirus tipo 2 del síndrome respiratorio agudo grave o simplemente SARS-CoV-2. Para darnos una idea es preciso mencionar que de los siete países con más casos reportados de esta enfermedad, cinco pertenecen a nuestro continente, entre los que se encuentran Estados Unidos, Brasil, México, Perú y Chile.

A pesar que en el Perú el Gobierno tomó las medidas posibles para frenar la propagación de esta infección, los contagios han avanzado como un incendio forestal. Cabe anotar que el Perú es el segundo país con más casos de esta enfermedad en la región de América Latina después de Brasil, y el tercero con más muertes por esta misma causa, superado por el gigante sudamericano y México.

Pero, ¿qué fue lo que sucedió en el Perú?, ¿por qué a pesar de la inmovilización social obligatoria dictada por el Ejecutivo, la paralización de las actividades comerciales no esenciales, el impulso de campañas para la prevención, el cierre de fronteras terrestres y aéreas, los bonos económicos entregados a la población, entre otras medidas, Perú es uno de los países más afectados en esta pandemia?

Desde el inicio de la cuarentena, exactamente el 16 de marzo de 2020, muchos peruanos minimizaron sus salidas de casa, acataron órdenes y el Gobierno puso en marcha medidas para que las empresas puedan ajustar sus regulaciones con el fin de evitar los despidos masivos de los trabajadores. De esta manera, la idea por parte del Estado fue que junto a la población y a los entes públicos y privados se pudiera sobrellevar esta situación que, si bien es cierto, traería consigo una gran merma en la economía, pero por encima de todo se preservaría la salud y la vida de las personas.

La gente aplaudía estas y otras iniciativas anunciadas por el Gobierno del presidente Martín Vizcarra, que al parecer reestablecerían la situación en cuestión de unas cuantas semanas. Asimismo, importantes medios de comunicación internacionales saludaban las estrictas acciones tomadas en este país, elogiaban al presidente y a sus ministros y ponían a la nación incaica como el ejemplo a seguir en la región. Incluso, tras un par de semanas de confinamiento y en medio de esta coyuntura tan optimista la gente comenzó a salir para continuar su vida con normalidad y confiando en que 14 días habían sido suficientes para librarse de este virus. ¡Craso error!

Con el paso de los días la situación comenzó a ser preocupante, teniendo en cuenta que muchos peruanos fueron despedidos de sus empleos por no estar en planilla, otros no tenían la facilidad de cumplir su trabajo desde casa, además que alrededor del 70 por ciento de la población económicamente activa del Perú es informal o se desempeña en empleos en los que obtienen sus ingresos día a día, donde si no se trabaja hoy no hay dinero para comer al día siguiente. Aparte de los bonos económicos entregados por el Estado a las personas más necesitadas, ¿quién se supone que ayudaría a los demás ciudadanos de a pie para evitar que salieran de casa a ganarse el pan de cada día? Es inviable mantener a la gente en sus casas de brazos cruzados después que han perdido sus puestos de trabajo o de ver quebrar sus propios emprendimientos.

En cuanto al sistema de salud la circunstancia fue y sigue siendo aún peor. Al iniciar esta crisis sanitaria había en todo el Perú un total de 852 camas UCI (unidad de cuidados intensivos), de las cuales solamente 276 tenían los equipos y el personal adecuado para atender los casos graves de SARS-CoV-2. Todo esto en un país que cuenta con 32 millones de habitantes, es decir, aproximadamente una cama por cada 116 mil personas graves por dicha enfermedad. En contraste, solo en la región italiana de Lombardía contaban con un total de 720 camas UCI previamente a la crisis, y aun así los centros de salud no se daban abasto.

Pero esto no queda ahí. Lo más vergonzoso es que mientras los centros de salud públicos colapsan, muchas camas siguen vacías en los centros de salud privados, donde a pesar de esta crisis sanitaria solo se siguen atendiendo las personas con mayor poder adquisitivo. Además, algunos de estos entes privados siguen lucrando con la salud y la vida de la gente –tal como se acostumbra en Perú– cobrando cifras exorbitantes por medicamentos, pruebas de diagnóstico y demás servicios hospitalarios. No solo los centros de salud privados, sino también algunas farmacias y supermercados empezaron a abusar de la necesidad de las personas.

Bien lo describió el Dr. Alfredo Celis del Colegio Médico del Perú en un prestigioso medio internacional: “Esta situación no es solo una emergencia sanitaria, sino una catástrofe sanitaria definida como aquella situación en que la epidemia ha sobrepasado la capacidad de respuesta del sector salud”.

No dejemos de lado el tema del transporte público que lamentablemente no se puede ordenar de la noche a la mañana. Antes que la pandemia llegue al Perú era normal ver que en los micros, combis y colectivos la gente viajara casi aplastada. Ante esta problemática y con el propósito de que se respete por lo menos el metro de distancia, el Ejecutivo tomó cartas en el asunto decidiendo que se reduciría la cantidad de pasajeros por unidad. Pero, la respuesta de los transportistas públicos no se hizo esperar… convocaron a un paro y se manifestaron para que esta norma no se aplicara, pues con la mitad de pasajeros a bordo tenían que trabajar doble jornada para poder ganar lo mismo. Al Gobierno no le quedó otra cosa que prescindir de dicha medida y exigir a los pasajeros usar un protector facial (aparte de la mascarilla), aunque ya no se respetara el metro de distancia.

En lo que respecta al sistema educativo, que de por sí deja mucho que desear, prácticamente es un año perdido sobre todo para los centros escolares. No es lo mismo una clase de natación en la piscina o un proyecto de química en el laboratorio de la escuela que a través de un ordenador en línea dentro de las cuatro paredes de tu casa. Pero, no es lo más preocupante. Si bien es cierto, algo se puede aprovechar de las clases en línea, ¿cómo hacemos con la educación de los niños que no tienen acceso a internet?, ¿y con los que no tienen al menos un ordenador, computadora portátil o algún dispositivo que se pueda conectar a la red? Según el Organismo Supervisor de Inversión Privada en Telecomunicaciones (Osiptel), el 73 por ciento de los hogares peruanos tienen acceso a internet ya sea fijo o móvil.

De manera oportuna el Gobierno creó programas para radio y televisión para que los niños que no tengan acceso a internet continúen aprovechando –en la medida de lo posible– las transmisiones educativas con las materias escolares más importantes. Sin embargo, todavía queda pendiente un cinco por ciento de los hogares peruanos que son los que no cuentan con energía eléctrica.

Ya sea la educación presencial o remota, en la escuela o en la casa y que venga de profesores o padres de familia, todavía en el Perú falta más cultura de prevención y responsabilidad social.

Es importante recalcar que por lo menos en esta situación nadie debe lucrar con la salud de la gente ni abusar de la necesidad de las personas, el Gobierno no debería permitir la reapertura de los centros comerciales pensando que la idiosincrasia de los peruanos está preparada para respetar todos los protocolos, el Ejecutivo no debe dar espacio a contenidos que no educan, no informan ni entretienen sanamente en los medios de comunicación. Asimismo, se nos olvida constantemente que no debemos reunirnos fuera de nuestras casas y menos con gente extraña tan solo para tener un momento de libertinaje en plena catástrofe sanitaria, tampoco debemos subir como ganado al transporte público empujando a todos para poder sentarnos primero, no podemos levantarnos la mascarilla pensando solo en nosotros y no respetando la salud de los demás, de ninguna manera hay que dejar de cumplir el distanciamiento social, menos aún debemos burlarnos de quienes sí cumplen las reglas ni sentirnos tontos por cumplirlas, en definitiva no debemos vivir eternamente sacándole la vuelta a la ley.

Lamentablemente, lo que se denuncia líneas arriba ya se ha hecho tradición en este país, es como un círculo vicioso al que la mayoría de peruanos están acostumbrados y ven con normalidad. Toda esta triste realidad no es solo responsabilidad del actual Gobierno, el sistema está podrido desde hace décadas, en gran parte gracias a la corrupción que viene reinando desde anteriores regímenes. Entonces, no podemos pedirle al actual presidente –que lleva menos de dos años y medio al mando de esta nación y dejará su cargo en julio de 2021– que en cuestión de días solucione todos los problemas del país.

El SARS-CoV-2 ha expuesto sobremanera las gigantes brechas sociales y la desigualdad en el Perú, también ha descubierto vergonzosamente un sistema sanitario precario y una sociedad que es producto de todas estas falencias. En conclusión, para salir de esta crisis no solo son necesarias estrictas medidas y normativas sanitarias, además es fundamental una buena cultura de prevención y responsabilidad social por parte de la población en general. Finalmente cabe subrayar que siempre y cuando sepamos respetar la salud y la vida de los demás, quedarnos encerrados no tiene caso.