En alemán, «sueño» se dice Traum, y su origen se relaciona con el verbo trügen, que significa «engañar»; lo cual es en sí muy interesante, sin mencionar el gran parecido que Traum tiene con nuestra palabra «trauma». Por otra parte, el vocablo latino que designa a la personificación del sueño, Somnus, es el equivalente griego de Hypnos, quien se encuentra en la raíz de «hipnotismo». Entonces, podemos darnos cuenta de que, para varias culturas (quizá para todas, si investigamos lo suficiente), los sueños siempre han representado un profundo enigma y de que esto ha quedado reflejado en su nombre de alguna u otra manera.

Nadie puede negar que, más de una vez, un sueño le haya dejado una sensación de inquietud a lo largo del día. De hecho, hay a quienes los ha marcado permanentemente, incluso a pesar de que los detalles de este se vuelvan cada vez más difusos y no lo puedan recordar con precisión. Sea cual sea nuestra propia experiencia al respecto, a todos nos ha invadido, al menos por un momento, el misterio sobre si lo que vemos cuando estamos dormidos son situaciones completamente azarosas, o si esconden un mensaje con un profundo significado por descifrar. De modo que aquí nos sumergiremos en el tema y, a través de la perspectiva del psicoanálisis y de las anécdotas personales que tocan el umbral de lo fantástico, pretenderemos encontrar algunas respuestas o, en cualquier caso, reorientar nuestras preguntas.

Los sueños desde el punto de vista freudiano

De acuerdo con el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (Freiberg in Mähren, 6 de mayo de 1856-Londres, 23 de septiembre de 1939), el aparato psíquico se divide en tres niveles: consciente, preconsciente e inconsciente. El consciente es donde toda la información está más accesible, pues se forma con lo que pasa dentro de nosotros, así como con las cosas que experimentamos, en el aquí y el ahora. Por otra parte, el preconsciente es donde se alberga lo que «no cabe» en el consciente, pero que, si necesitamos, puede hacerse presente por medio del recuerdo. Por último, en el inconsciente está aquel contenido que fue ocultado de la consciencia, debido a que es demasiado doloroso como para ser tolerado.

Este contexto es importante porque el acto de encerrar deseos, emociones y vivencias en el inconsciente sucede de manera involuntaria; de ahí que se conozca como uno de los mecanismos de defensa de la mente: la represión. Ahora, al igual como sucede con una olla que está sellada, si la energía contenida no se libera, tarde o temprano el sistema terminará explotando; ¿cómo puede entonces esa parte independiente de la mente soltar algo de esos pensamientos tan dañinos sin que el consciente colapse? Freud respondió que principalmente lo hace a través de los sueños.

El nivel inconsciente busca resolver los conflictos que ha aprisionado, o satisfacer las necesidades ignoradas, y aprovecha cuando la mente está dormida, porque es justo cuando el preconsciente se halla más vulnerable. Esto es, dado que el preconsciente se encuentra en medio de la parte más clara y de la más oscura del aparato psíquico, tiende a bloquear las ideas que pudieran escaparse del inconsciente, para que nunca lleguen a la consciencia; sin embargo, durante el reposo, su nivel de reacción no es el mismo, y el inconsciente encuentra el modo de burlarlo, haciendo uso de recursos como la deformación onírica. Por esto es por lo que no se debe tomar lo que se ve en los sueños de manera literal, ya que el inconsciente altera las situaciones mostradas para poder pasar los filtros de la custodia.

Como se decía al principio, es un engaño; una trampa que se lleva a cabo desplazando ideas (un sueño donde discutimos con nuestra madre, cuando en la vida real hemos discutido con nuestro jefe) o condensándolas (un sueño donde se mezclan circunstancias relacionadas a distintas personas, sentimientos o épocas).

Tomando en cuenta todo esto, se debe descartar la creencia de que soñar con ciertos elementos tiene un significado consistente entre los individuos; por ejemplo, el hecho de que soñar con víboras representa forzosamente que se tiene un problema, o que soñar con hacer exámenes en la escuela denota ansiedad. Si bien estos temas pudieran simbolizar lo mismo para varias personas, el motivo verdadero por el cual aparecen en los sueños depende enteramente de las experiencias, anhelos y emociones encerradas en cada sujeto.

De cualquier forma, gracias a los estudios de Sigmund Freud, podemos llegar a la conclusión de que ningún sueño es producto de la casualidad y de que todos ellos son interpretables, a partir de los componentes y las sensaciones que ahí «se viven», siempre y cuando se cuente con las técnicas y los recursos adecuados. No obstante, prevalece la duda: ¿realmente es prudente buscar el significado de algo de lo cual una parte oscura de nuestra mente nos ha estado resguardando?, o ¿deberíamos simplemente dejar que ella busque desahogarnos y arreglar las cosas a su manera?

Los sueños lúcidos

Este tipo de sueños se caracteriza porque, en cierto punto, nos damos cuenta de que estamos soñando, y de que todo el entorno ahí responde a nuestras ideas, permitiéndonos tomar el control de las situaciones y experimentar lo que sea que deseemos. Todo se vuelve posible adentro del sueño, y sí, es tan increíble como suena; una sensación de poder infinito.

Personalmente, me encontré en este estado la primera vez por producto de la casualidad; sin embargo, luego de estudiar el tema con detalle, utilicé diversas técnicas para inducirlo y, tras lograrlo en repetidas ocasiones, me percaté de algo: al inconsciente no le agrada.

Aunque todo se desenvuelve de manera «normal» mientras se está soñando, cuando se adopta una consciencia adentro del sueño, comienza una batalla en la que una oscuridad rodeándolo todo te persigue para sacarte de ahí; en otras palabras, para despertarte. Puedo decir, entonces, que esa penumbra no es otra cosa sino el inconsciente que, frustrado porque el sueño ha sido invadido por una parte lúcida del aparato psíquico, busca cancelar la ejecución de toda fantasía onírica, pues la liberación de pensamientos y deseos reprimidos se interrumpe. De ahí que lo más complicado no sea conseguir la lucidez mientras se sueña, sino conservarla.

Los sueños lúcidos generan una serie de experiencias que introducen en la mente factores que pueden ser muy placenteros, pero que, al mismo tiempo, extraen otros hacia el mundo tangible, invadiéndonos de sensaciones muy inquietantes. En resumen, esto deja muy claro que hay cierto orden que no debe ser alterado.

Los sueños metafísicos

El siguiente par de breves relatos sobre mis experiencias personales, busca mostrar cómo a veces el significado de un sueño se vuelve aún más trascendental, al estar conectado con el sueño de otra persona, o inclusive con su realidad. De antemano sé que es difícil creer lo que estoy por contar (yo mismo dudaría), pero vale la pena considerar, con profunda seriedad, la moraleja al final de ambas historias.

Cuando estudiaba en la secundaria, tuve un sueño en el que, tras meterme en un elevador que se encontraba prácticamente en el último piso de un edificio muy alto, toda la construcción comenzó a colapsarse súbitamente. No estoy seguro de cuál fue la causa, pero también empezaron a oírse bastantes explosiones por todos lados y a sentirse un fuerte temblor. Esto provocó que las puertas del ascensor quedaran abiertas en cada uno de los pisos y que los cables que sostenían la cabina donde yo estaba se rompieran, de modo que en el acto inició para mí una caída libre a toda velocidad. Naturalmente, yo estaba petrificado, sin poder hacer nada más que observar cómo, de manera acelerada, iban quedando arriba de mí los escenarios de las plantas. Fue entonces cuando, en una de ellas, distinguí el espantado rostro de una compañera de la escuela quien, parada en un corredor frente al área del elevador, me vio pasar durante mi desafortunado descenso. Nuestras miradas se conectaron tan sólo un instante y, repentinamente, el sueño terminó, antes de que la cabina impactara con el suelo y yo muriera.

A pesar de que había sido un sueño estresante, por la mañana ya ni siquiera lo recordaba; sin embargo, en la escuela, durante el receso, cuando un compañero y yo avanzábamos hacia la plaza cívica, nos topamos con aquella muchacha con la que yo había soñado y con una de sus amigas. Al ver su cara, tuve una extraña inquietud. Ya empezaban a venir a mí las imágenes de aquel sueño y la sensación de estar desplomándome. En todo caso, ella se adelantó a cualquier cosa que yo pudiera haber comentado y me dijo: «Soñé contigo». En ese instante, un gran impulso me obligó a interrumpirla y contestarle: «¿Y que estaba cayendo en un elevador?» Lo siguiente fue su gesto de asombro absoluto, que se contagió a nuestros amigos cuando ella replicó: «¡¿Cómo sabías?!»

Para nosotros dos no hubo duda de que el otro decía la verdad y, por la exactitud de la situación, no pudimos sencillamente asumir que aquello había sido una coincidencia. Lo teníamos muy claro: nuestras mentes se habían conectado; y había sido tan breve y preciso, que no quedaba mucho por investigar. Cada uno desde nuestra perspectiva nos vimos pasar en el universo de los sueños. ¿Por qué?, ¿para qué? o ¿qué significa? Hasta la fecha no lo sé.

La segunda anécdota que quiero compartir es todavía más impactante, pues como mencioné antes, tiene que ver con una conexión entre el plano onírico y el real.

En mi sueño, recibí la llamada una compañera de trabajo, la cual, bastante angustiada, me dijo a secas: «Necesito una toalla». Entiendo que esto pueda parecer gracioso, o inclusive burlesco, pero en el momento, escuchando su tono tan afligido, me tomé la solicitud con mucha seriedad y le pedí que me indicara si se refería a una toalla sanitaria o a una toalla de baño. Como fuera, ella no respondió, sino que sólo siguió respirando hondamente al otro lado de la línea. De modo que, concluyendo que lo mejor sería ir preparado para cualquier circunstancia, me hice de ambos tipos de toallas y salí en mi auto hacía su casa, pues, aunque no me lo aclaró, asumí que ella me hablaba desde ahí.

Tal y como sucede con muchos sueños, luego de que se analizan de forma retrospectiva, uno se da cuenta de que hay infinidad de cosas que no tienen sentido. ¿Por qué hablarme a mí?, ¿por qué no darme más detalles sobre lo que necesitaba, o al menos decirme dónde estaba? Y, por mi parte, ¿por qué asumir que debía dirigirme a su casa, si con alta seguridad ahí ella tendría la toalla que necesitaba? De cualquier manera, no importó, pues lo siguiente fue una serie de eventos completamente aleatorios, que terminaron desviándome de mi camino; así que lamentablemente no pude concretar la entrega.

Al día siguiente, ya en la oficina, al ver que estaba ahí mi compañera y un par de colegas de confianza, me animé a platicarle mi sueño. Pensé que sería una buena oportunidad para reírnos todos unos momentos, debido a la rareza de la situación. No obstante, lo que vino después, nos dejó a todos con el gesto congelado, empezando por la chica, quien, mientras yo contaba la pequeña historia, no podía dejar de mirarme muy fijamente y en total silencio. Ella comentó que la madrugada anterior había ido a cenar con unos clientes y que, de repente, sintió que estaba llegando su periodo. Eso la tomó por sorpresa, pues no tenía presente que se acercaban esos días del mes. Entonces se disculpó con sus acompañantes y se dirigió hacia los baños del bar, donde en uno de los cubículos empezó a hurgar desesperadamente adentro de su bolsa de mano. Como ya se lo temía, no estaba preparada, y fue entonces que dijo en voz alta: «Necesito una toalla».

Mi colega aclaró que jamás hubiera considerado contar lo que le sucedió, pero que no pudo evitarlo debido a lo precisa que había sido su expresión en mi sueño y por la altísima probabilidad de que ambos escenarios hayan estado conectados al mismo tiempo; es decir de que yo haya «escuchado» sus palabras en mi sueño, justo en el momento en el que ella las decía en aquel bar.

Nuevamente, el propósito de este enlace quedó como un gran misterio que nos invadirá por siempre a los dos. ¿Podría haberla ayudado? ¿Qué tal si hubiera despertado y le hubiera llamado para ver si necesitaba algo? Seguramente ella se hubiera atrevido a decirme lo que le pasaba, tal y como lo hizo en la oficina, y yo hubiera podido llevarle aquella toalla al bar.

La mejor conclusión que he podido obtener de estos sucesos, que es en sí la moraleja de la que hablaba antes, es que quizá debamos empezar a compartir algunas de las cosas que soñamos, cuando involucran a otras personas. No tiene que ser absolutamente todo lo que vemos; eso en gran medida nos lo hará saber el cómo nos sentíamos mientras soñábamos. El punto es, ¿qué tal si al hacerlo nos damos cuenta de que hay una conexión?, ¿qué tal si los sueños no sólo son terreno para el inconsciente, sino también para ayudar a alguien, o recibir ayuda? Personalmente, por estas dos experiencias que he contado, ahora comparto mis sueños mucho más a menudo de lo que lo hacía antes e, inclusive, he llegado a hacerlo en cuanto despierto; máxime si fue una pesadilla que me levantó a media noche, ya que nunca se sabe lo que podría ser.

Para contestar a la pregunta con la que se titula este artículo, quien nos habla en sueños podríamos ser nosotros mismos, pero desde una parte tan oscura de nuestro interior, que sería casi como un completo desconocido tratando de «arreglarnos». Sin embargo, también podría ser alguien más o, ¿por qué no?, nadie en lo absoluto. Lo que es indiscutible es que esa voz nos habla a nosotros y que podemos actuar en consecuencia, como quien ha escuchado un valioso secreto.

Si no lo has hecho todavía, te recomiendo leer los estudios de Sigmund Freud sobre este tema, La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung), y que, recordando que nada es casualidad, pongas más atención a lo que posee a tu mente cuando duermes, empezando esta misma noche.