El joven, que apenas salía de la adolescencia, venía acompañado de su padre, un marcial general del ejército de servicio en la India. Subieron parsimoniosamente las gradas que daban acceso a la puerta principal del viejo y reputado hospital de San Bartolomé, sede de la escuela de medicina del mismo nombre en Londres. Su padre le daba ánimo, mientras le decía que cuando se graduara, tendría un futuro asegurado, ya fuese en la capital británica, o en el servicio médico colonial en la joya del imperio, la India, en donde precisamente había nacido el primogénito del militar. Llegaron hasta el despacho de la dirección del nosocomio y allí se despidieron, sin ninguna emotividad. Un simple adiós y la promesa de hablar luego cuando se reencontraran en la casa.

De inmediato, el alumno fue enterado de sus obligaciones y programas de estudio. Sintió cierto fastidio y hasta algún rechazo por las tareas que tenía que cumplir. No era por su cuenta que deseaba estudiar medicina. Su padre lo obligaba a ello y sus deseos eran órdenes que debían cumplirse. Máxime que era un militar de carrera, acostumbrado a mandar y a no ser desobedecido. No le importó que su hijo le explicara que deseaba ser escritor, poeta, o dramaturgo, e incluso que gustaba de la música y tenía aptitud para ella. En el colegio, se había distinguido en todos esos campos, pero el padre se mostró inflexible. Consentir lo que para él eran «debilidades» de carácter era imposible y más bien serían dañosos para el futuro de su hijo. Tenía que ser médico, ya que tampoco deseaba seguir la carrera de las armas. Con pesar y resignación, el joven aceptó su destino. No hacerlo representaba ser echado a la calle y tener que ganarse la vida por su cuenta. De esa manera, el joven inició sus estudios de medicina.

En el transcurso de la carrera, no fue de manera alguna, un alumno sobresaliente. Pasaba las asignaturas sin dejar huella alguna. Por esa época, se dedicó más «a conocer la vida social y cultural que a estudiar». Así, llegó al final de la misma y tuvo que presentar exámenes finales para lograr el título de médico. Como él mismo lo sospechaba, fue reprobado. Ya no podía recurrir a su padre para que lo sostuviera económicamente. Fue cuando supo de un curso breve que había para médicos, con o sin diploma, que los preparaba para trabajar en barcos transatlánticos. Lo hizo y consiguió trabajo de inmediato. Se trataba de un buque de pasajeros que llevaba inmigrantes a Norteamérica. Por dos años se mantuvo en el mar, tiempo que aprovechó para estudiar y prepararse para, de nuevo, intentar obtener el título que le permitiera ejercer en la Gran Bretaña. Cuando abandonó su trabajo de médico a bordo, volvió para presentar los rigurosos exámenes. Esta vez, tuvo éxito, y logró su objetivo.

El Dr. Ronald Ross ahora era médico con todas las de ley y podía ejercer donde quisiera. Escogió la India, en donde había nacido y había transcurrido los primeros ocho años de su existencia, ya que después había sido enviado por sus padres a estudiar en Inglaterra, como hacían muchos funcionarios ingleses radicados con sus familias en la inmensa colonia inglesa. Así iniciaba una nueva vida un joven que, al cabo de los años, conquistaría fama en una profesión que no le apasionaba y que había seguido por los caprichos de su padre, el Brigadier General Sir Campbell Clay Grant Ross, quien ahora, con todos sus nombres de inocultable raíz escocesa, podía satisfecho ver cumplidos sus propósitos.

Los primeros años

Ronald fue el hijo mayor de un matrimonio que tuvo diez niños en la India, siendo su madre Matilda Charlotte Elderton. Su padre pertenecía a una familia británica que, por cerca de un siglo, tuvo conexiones con ese gran país, en ese momento perteneciente al gran Imperio Británico (Stanton Cope). Nació ese niño el 13 de mayo de 1857 en Almora, un pequeño pueblo que se encuentra en la cresta de una montaña al pie de la cordillera del Himalaya, a una altura de 1,642 metros. Allí vivió hasta los ocho años de edad, ya que en ese momento fue enviado a Inglaterra, para proseguir estudios formales, alojándose en la casa de una tía paterna. Durante los siguientes nueve años cursó primaria y colegio, distinguiéndose en matemáticas, ciencias naturales, dibujo y música. A los 17 años, una vez finalizada esta etapa de formación educativa, se vio enfrentado al dilema de obedecer a su padre o de enfrentar la vida por sí mismo. Optó por lo primero, como ha sido escrito anteriormente.

Con su diploma en brazos, en el año 1881 se embarcó a su tierra natal, en donde de inmediato se incorporó a los Servicios Médicos de la India, tocándole servir en varios sitios de la India y Burma, en donde el ejército británico tenía guarniciones. Se trataba de un trabajo aburrido por lo regular, pero al menos, le daba ocasión para jugar al tenis o el golf, así como para escribir dramas, estudiar filosofía o bien sus amadas matemáticas. Ninguna de esas obras que escribió, trascendió y para que fuesen publicadas algunas de ellas tuvo que pagar de su propio bolsillo. Intentó dedicarse por un tiempo a las matemáticas, pero igualmente fracasó. Se trató de un periodo oscuro, que lo llevó a una crisis depresiva. Consiguió del ejército un licenciamiento transitorio para poder regresar a Inglaterra. Corría el año de 1888. Allí se dirigió y al poco tiempo de estar en el país, conoció a una joven de nombre Rose Bloxam, iniciándose un romance que en un lapso de pocos meses terminaría en boda. La depresión cesó y juntos volvieron a la India. Antes de hacerlo, tuvo ocasión de tomar un diplomado de salud pública en Londres y también un curso de dos meses en una disciplina que estaba naciendo: la bacteriología.

De nuevo, aunque ahora mejor preparado, se encontró con una patología predominantemente infecciosa y parasitaria. La gente moría por cólera, tuberculosis, peste y sobre todo por paludismo. La pobreza servía de caldo de cultivo excelente para todo tipo de enfermedad tropical. Aunque no tenía preparación idónea para emprender la tarea, comenzó a examinar en el microscopio la sangre de pacientes palúdicos. Ya para ese entonces, desde 1880, se conocía que Laveran, también un médico militar, en este caso francés, había descubierto el parásito que causaba dicha enfermedad, pero todavía existían investigadores que dudaban de tal acontecimiento. Ronald Ross después de numerosos intentos no encontraba el parásito y eso lo animó a escribir cuatro artículos, proclamando que Laveran estaba equivocado y más bien, la malaria (como se conoce también al paludismo) era causada por trastornos intestinales (Paul De Kruif). A los treinta y seis años, Ross había fracasado en todo lo que había intentado hacer. Decidió entonces pedir otra licencia y volver a Inglaterra. No sabía que esa decisión le daría un viraje total a su existencia.

Los años de triunfo

Al volver a la madre patria, en 1894, pasó por su mente abandonar la medicina. Se sentía fracasado en su trabajo médico y, en la India, no habían reconocido sus esfuerzos. Fue entonces cuando tuvo numerosas conversaciones con el Dr. Patrick Manson, de origen escocés como él, ocurriendo la primera de ellas el 10 de abril. Manson, para ese entonces, era un personaje famoso, considerado el padre de la medicina tropical. Ya había demostrado que la filaria, el parásito que ocasiona la elefantiasis se trasmitía por medio de un mosquito y gozaba de amplio prestigio en toda Inglaterra. Fue el principio de una larga amistad y asociación científica que le traería mucho bien a la humanidad. Manson convenció a Ross de que el descubrimiento de Laveran era indudablemente cierto. Además, le hizo creer, que el paludismo igualmente se transmitía por un vector, en este caso el mosquito, idea que ya había sido planteada por otros investigadores, pero que todavía no había sido probada. Luego, a través de una larga correspondencia que se prolongó por tres años, apoyó el difícil reto que tuvo Ross con sus experimentos en la India, que en más de una oportunidad estuvieron a punto de fracasar por completo. Es indudable que, sin este enorme apoyo de Manson, aquel no hubiese triunfado en su titánica lucha y obtenido la gloria que merecía. Lamentablemente esta gran amistad se agrió con los años, al estimar Ross que no había recibido de su amigo, suficiente apoyo en la fuerte polémica que sostuvo con el científico italiano Battista Grassi, sobre la paternidad de la transmisión del paludismo y sobre su ciclo vital. Evidentemente el carácter y la personalidad de Ross no eran nada fáciles.

De regreso a la India Ross fue nombrado oficial médico de un regimiento en Secunderabad, en donde abundaba el paludismo y, por supuesto, los mosquitos. A pesar de las terribles condiciones climáticas, se dispuso a trabajar sin descanso. Había muchas cosas que hacer. Primero que todo, descartar la teoría del propio Manson y en la que él mismo creyó anteriormente: la trasmisión del paludismo por agua contaminada con el parásito del paludismo. Experimentó con voluntarios que bebieron agua que contenía mosquitos adultos infectados con larvas y el parásito de la malaria, y no contrajeron la enfermedad. Demostró así que esa hipótesis era incorrecta. Luego vino el descubrimiento de una de las fases del parásito en las paredes del estómago del mosquito con sus características manchas de pigmento. Ross estaba encantando y veía muy cercano el triunfo cercano. En eso, sobrevino algo totalmente inesperado. Sus superiores, indiferentes o desconociendo la importancia de sus investigaciones, decidieron trasladarlo a otra población bastante lejana. Para empeorar las cosas, un sitio donde no había paludismo. Sin embargo, en conocimiento de que el paludismo podía ser trasmitido por el mosquito a ciertas aves, ya que había leído que el investigador norteamericano Mac Callum había descubierto la malaria en los cuervos, logró demostrar la trasmisión por mosquitos del género Culex, del Plamodium en las aves. Pudo aclarar también el ciclo de vida completo de la malaria, al encontrar que la fase de desarrollo de los parásitos se localizaba en los mosquitos. De inmediato, lleno de euforia telegrafió a Manson anunciándole el éxito obtenido.

Fue en 1897 cuando Ross descubrió en el estómago de un mosquito del género Anopheles los gránulos de pigmento negro, característicos de la malaria y un 20 de agosto cuando halló el protozoario en el estómago de una hembra de mosquito. Por tal razón, esa fecha sirve de celebración en el mundo como «el día del mosquito». Posteriormente pudo seguirle la pista dentro del mosquito y localizarlos en las glándulas salivales, siendo únicamente las hembras las que, al picar a una persona, inoculan el agente causal de la malaria.

En 1899, Ronald Ross se retiró de los Servicios Médicos de la India. Prácticamente daba termino también a su labor experimental. Se sentía cansado y además añoraba a su familia, ya que se esposa con sus hijas se había marchado a Inglaterra para que éstas cursaran estudios allí. Ya para ese entonces, se le reconocían en su país y en el resto del mundo sus aportes para conocer más sobre la enfermedad palúdica. En el año 1901, fue elegido miembro del Colegio Real de Cirujanos, así como de la Real Sociedad. En 1902 se le concedió el premio Nobel de medicina, siendo así el primer británico en lograrlo y también el primer nacido en la India en obtenerlo. Fue nombrado Caballero de la Orden de Bath por el rey de Inglaterra y luego promovido a Caballero Comandante. Se le nombró profesor en la cátedra de medicina tropical de la Universidad de Liverpool y luego director de enfermedades tropicales del King's College de Londres. Durante la Primera Guerra Mundial se le nombró consultor de malaria en la Oficina de Guerra.

A la conclusión del conflicto, Ross contribuyó a la toma de medidas preventivas en contra de la malaria en varios países. Estuvo en el oeste de África, en Grecia, Mauritania, Chipre y en el canal de Suez. En 1926, se creó en su honor, el Instituto Ross y el Hospital de Medicina Tropical e Higiene localizado en Putney, del cual fue su director hasta su muerte (José L. Presquet).

En su matrimonio con Rosa Bettie Bloxam, tuvo dos hijos: Ronald y Charles y dos hijas, Dorothy y Sylvia. En los comienzos de la Primera Guerra Mundial, su hijo Ronald, que recién había terminado sus estudios militares, falleció en uno los primeros combates que hubo en Francia. Ross escribió un sentido poema lamentado la muerte de su primogénito.

Ronald Ross no solamente debería ser recordado por sus importantes trabajos sobre malaria. También fue un reputado matemático, epidemiólogo, sanitarista, editor, novelista, dramaturgo, poeta, músico amateur, compositor y artista (Shobhona Sharma).

Falleció el 16 de septiembre de 1932.

Notas

Cope, S. E. The untold story of Sir Ronald Ross.
de Kruif, P. (2006). Cazadores de microbios. México: Editores Mexicanos Unidos.
Fresquet, J. L. Ronald Ross (1857-1932).
Sharma, S. (2006). Sir Ronald Ross and the malarian parasite. Resonance. Julio.