En el barco de pasajeros, sobre cubierta, varios hombres discutían acaloradamente. Se trataba de un tema religioso y en esa época, décadas finales del siglo XVII, la gente y los países entraban en guerra y morían por asuntos relativos a las creencias religiosas. Nada nuevo por supuesto, ya que eso mismo ocurría desde la más remota historia. Ni tampoco pararía allí, ya que seguiría siendo motivo de trifulcas, levantamientos y asesinatos entre pueblos enteros.

El tema polémico en esta ocasión era algunas afirmaciones hechas por Baruch Spinoza, el célebre filósofo nacido en Ámsterdam, Países Bajos, de padres portugueses judíos, que estaban conmocionando Europa, entre ellas la de que «Dios está en todas las cosas». Uno de los participantes en la discusión sobresalía especialmente por su agresividad y vehemencia, condenando la «herejía» de Spinoza, en forma tan feroz, que prácticamente inhibía a otros de los presentes a participar. Sin embargo, en el grupo sobresalía un joven muy alto, de anchas espaldas, de rostro agradable, que había escuchado en silencio todos los argumentos, en especial los del pugnaz denostador de Spinoza, hasta que, levantándose de la silla, se encaró con este y le preguntó si realmente había leído las obras del filósofo judío para sostener sus criterios. ¿Qué tiene que ver esta pregunta con lo que estamos discutiendo, fue la respuesta del acalorado individuo?

Mucho en verdad, replicó el joven con total seguridad. ¿Quiere que discutamos sobre Spinoza, agregó colocándose a cercana distancia del agresivo cuestionador? o no solo he leído las obras del filósofo que usted llama ateo, sino que las he analizado en profundidad. Estudio teología porque deseo dedicarme al servicio de Dios y pienso ingresar a una universidad para prepararme mejor para el servicio. Esperó el joven la respuesta, pero no hubo necesidad de hacerlo, ya que el iracundo sujeto, sin decir palabra alguna, se había dado vuelta y aligerando el paso se dirigía a otro sitio del barco.

El viaje llegó a su fin, y se encaminó a la ciudad de Leiden. Después de un justo descanso, a los pocos días se dirigió a la universidad para presentar sus papeles de inscripción. Su sorpresa fue mayúscula cuando el teólogo encargado de recibir a los aspirantes, le rechazó, informándole que no podían aceptar alumnos que profesaban abierta y declarada admiración por Spinoza. Pese a su justa protesta, las autoridades universitarias se mostraban inflexibles. Supo entonces que el agresivo polemista del barco tenía amistad cercana con varios profesores y les había enterado de la discusión surgida durante el viaje, haciéndoles ver que el joven era un declarado admirador y seguidor de Spinoza.

El joven no insistió y, como también deseaba —quizás con más fuerza— dedicarse a la medicina, se inscribió en una escuela de medicina universitaria. El destino quiso así que, con el tiempo, se convirtiera en el más famoso médico nacido en Holanda. Su nombre Hermann Boerhaave, también denominado el «Hipócrates holandés», y por muchos otros, «El profesor de Europa». Su hermano menor, James, que deseaba ser médico, en cambio estudió teología y llegó a ser un competente ministro protestante (D. Guthrie).

Los primeros años

Nació el último día del año 1668, en un pequeño pueblo cercano a Leiden, hijo del ministro protestante (calvinista) de dicho poblado de nombre James Boerhaave, «un pastor que era pobre en dinero, pero puro en espíritu» y de Hagar Daelde, hija de un comerciante de Ámsterdam, siendo el primogénito de una familia que tendría en total 9 hijos. Tuvo la desdicha de perder a su madre cuando apenas tenía 10 años, pero la fortuna de que la mujer con que volvió a casarse su padre, Eva Du Bois, resultó ser una buena madre para él y sus hermanos (A. Lama, D. van Wijngaarden).

Desde pequeño causó admiración por la facilidad con que adquiría conocimientos profundos de las lenguas clásicas y modernas, así como de las matemáticas. Se dice que incluso asistió como oyente a cursos de anatomía, interesándose así por vez primera con la medicina. Se distinguió también en la gramática y en los fundamentos del lenguaje. De esa manera, desde niño su padre, así como vecinos que le conocían, pensaban que estaba destinado a convertirse en un docto pastor y profesor de teología. Pero también gustaba de las labores del campo, acompañando a su padre en labores agrícolas, desarrollando así, aparte de un amor por el medio rural, una fuerte constitución física que, cuando adulto, llamaría la atención, lo mismo que su gran estatura.

El conocimiento adquirido y sus naturales aptitudes para el estudio le hicieron distinguirse cuando entró a la escuela pública de Leiden, siendo declarado el mejor alumno de su clase. A los 17 años, estaba apto para ingresar a cualquier universidad. Y por supuesto, inició estudios superiores en teología y filosofía, logrando captar la atención y la admiración de sus profesores. Por esa época tuvo la desdicha de perder a su padre y estuvo a punto de tener que dejar los estudios, pero sus preceptores vinieron en su ayuda y pudo así culminar la carrera, despertando la admiración de sus profesores. Tuvo ocasión por esa época de tomar un curso de matemáticas, convencido de la necesidad de tal conocimiento para sus estudios filosóficos. Como seguía interesado en la medicina, estudió en profundidad las obras de Hipócrates, Vesalio, Falopio, Bartholin y en particular, del inglés Thomas Sydenham, llamado «el Hipócrates inglés». Se conoce que también gustaba de asistir a las disecciones públicas que practicaba Anton Nuck.

Sin ninguna dificultad, en 1690 aprobó los exámenes finales y obtuvo su título de filósofo con premiación incluida, por su docta presentación. Estaba totalmente capacitado para polemizar con los filósofos más reputados. Sin embargo, en ese momento ocurrió el gran viraje de su vida, que describimos anteriormente. La medicina lo apasionaba, razón por la cual decidió graduarse de médico. Lo logró en la escuela de medicina de Hardewick, situada a 80 kilómetros de Leiden, en el año de 1693. Tenía veinticinco años de edad. Su tesis de grado versó «sobre la utilidad de explorar los excrementos en los enfermos, como signo de enfermedad».

Pero no solamente le interesó la medicina. También estudió botánica y química. En la primera, se convirtió en todo un experto y también profundizó en la química. Pero no había olvidado del todo sus estudios religiosos y quiso continuarlos, quizás con la secreta intención de convertirse en un verdadero médico de cuerpos y almas. Pero los viejos recuerdos de los chismes que corrieron sobre su coqueteo con las ideas de Spinoza, todavía persistían y le cerraron el paso a ser pastor.

Sus éxitos profesionales

Con el título obtenido, comenzó a ejercer la medicina en la ciudad de Leiden, con gran éxito desde un principio. Muy pocos años después, en 1701, le fue ofrecido el puesto de profesor en la universidad de esa misma ciudad para impartir las «Institutiones Medicae», que incluía nociones de lo que ahora conocemos como fisiología, patología y terapéutica. Tenía un salario de 400 florines, que complementaba con clases privadas de medicina y de química.

Pronto su fama creció como la espuma y sus clases estaban abarrotadas de alumnos, que aplaudían entusiasmados al final de las mismas. No fue raro entonces que recibiera ofertas de otras universidades para recibirlo como docente, una de ellas muy atrayente proveniente de la universidad de Gotingen, en la misma Holanda, que le ofrecían el cargo de profesor que estaba vacante y un aumento de sueldo a 600 florines. Sin embargo, Boerhaave la rechazó, como lo hizo en el futuro con otras ofertas muy generosas, como cuando se negó al pedido que le hizo la zarina de Rusia de ser su médico de la corte.

Alarmadas las autoridades de la universidad de Leiden de perder a tan magnífico docente, le ofrecieron la primera cátedra que quedara vacante y así tuvo que esperar seis años hasta ocurrir la muerte del profesor Petrus Hotton, para hacerse cargo de la asignatura de botánica, que implicaba también dirigir la remodelación del jardín botánico, desarrollando en este último aspecto, una gran labor, ya que lo convirtió en uno de los más admirados de Europa.

Había esperado pacientemente nueve años con un bajo sueldo, contando su ingreso a la universidad como docente, para que al fin lo nombraran profesor de Medicina y Botánica, con un atractivo salario de 1,300 florines. Resuelta su situación económica, pensó que era tiempo de contraer matrimonio y así lo hizo en 1710, desposándose con Mary Drolenveaux, hija única de un afortunado comerciante de la misma ciudad de Leiden. Con ella tuvo cuatro hijos, tres de los cuales, varones, murieron tempranamente y solo la hija llegó a la edad adulta (A. Lama, D. van Wijngaarden).

El pináculo de la fama

Durante toda su estadía como profesor en Leiden, prácticamente Boerhaave dictó clases de todas las materias que eran importantes para la medicina, pero sin duda, en donde sobresaldría magistralmente fue en el campo de la enseñanza clínica. A partir de 1714, organiza en un pequeño hospital local, que disponía de doce camas, seis para varones y seis para mujeres, la enseñanza junto al enfermo. Dos veces por semana, Boerhaave, reúne a sus alumnos ante los pacientes, haciéndoles conocer la sintomatología que tienen, el curso de sus enfermedades, hasta llegar al diagnóstico y el tratamiento. Inicia también la práctica de la sesión anatomo-clínica, como medio de conocer las causas de las enfermedades mediante el estudio postmortem. Ambas metodologías pronto son seguidas en otras escuelas de medicina, favorecidas por el hecho de que muchos de sus profesores vienen de ser alumnos de Boerhaave. En la Crónica de la Medicina se nos informa que, durante sus 37 años como profesor, unos 2,000 estudiantes fueron sus alumnos, de los cuales una tercera parte provenían de países angloparlantes y otra tercera, de naciones cuya lengua era de origen germano. Al poco tiempo, de hecho, no había ninguna universidad médica importante que no tuviera algún discípulo del maestro holandés. Su influencia fue más notoria en Alemania (Gotinga), Escocia (Edimburgo) y los Estados Unidos (Filadelfia). Todas las casas reinantes de Europa tenían al menos un médico graduado en Leiden. El nombre de Boerhaave era conocido y venerado en todas partes. Existe la anécdota que un mandarín chino le envió una carta con esta única dirección: «Al señor Boerhaave, médico de Europa» y la misiva llegó a su destino. Leiden debe agradecer a Hermann Boerhaave, su promoción hasta la cumbre médica del mundo (Kurt Pollack).

Boerhaave fue un ecléctico y no se adhirió a ningún método en especial, salvo quizás el de Hipócrates, al que estudió muy detenidamente. Como el famoso griego, el paciente ocupaba la posición principal y creía que la observación debía ser el método a seguir. Es de admirar la utilización de solamente doce camas que se le concedieron para enseñar medicina y los inmensos logros que con ellas obtuvo.

El hombre

Pese a su enorme sabiduría y la fama que gozaba universalmente, Hermann Boerhaave fue un hombre sencillo, bondadoso, benevolente incluso ante sus más acerbos enemigos. Su eminente discípulo Albrecht von Haller llegó a decir de él, «que nunca se le oyó despreciar a nadie». Era una persona digna, de amables modales. De acuerdo con su principal biógrafo, el célebre autor inglés Samuel Johnson, nunca se dejó abatir por la calumnia y las habladurías de la gente, ya que decía, «son solo chispas, las cuales si no las soplas, se apagan solas». Poseía una memoria fabulosa, siendo admirado también por los vastos y diversos conocimientos que tenía. A lo largo de su existencia desarrolló una inmensa actividad de trabajo y una energía muy singular, todo ello ayudado por su fuerte constitución física y su buena salud, hasta que comenzó a afectarlo la gota, que fue su tormento y lo llegó a incapacitar por algunas temporadas.

Sus principales obras fueron las Institutiones Medicae, que trata de la enseñanza en fisiología, patología, sintomatología y terapéutica; los Aforismos, que se aboca a los conceptos de diagnóstico y tratamiento. Estos libros tuvieron muchas ediciones, siendo traducidos a varios idiomas, incluido el árabe, convirtiéndose en libros de texto de numerosas escuelas de medicina europeas. Con el IndexPlantarum constituyó un catálogo de los jardines botánicos de Leiden que él clasificó y llegó a ampliar.

Como en el año 1718 llegó a aceptar también la cátedra de química, siendo esta ciencia una de sus mayores áreas de interés de investigación, entre sus publicaciones figura el texto Elementa Chemiae, el cual llegó a convertirse en un clásico. El máximo honor que le concedió la universidad de Leiden fue nombrarlo en 1714 Rector Magnificus. Además, recibió el honor de ser nombrado miembro de la Academia de Ciencias de París, y lo mismo obtuvo de la Real Sociedad Médica de Inglaterra. La muerte le sobrevino a este hombre sabio y virtuoso, el 23 de septiembre de 1738.

Notas

Guthrie, D. (1953). Historia de la medicina. Barcelona, España: Salvat Editores.
Hull, G. (1997). The influence of Hermann Boerhaave. Journal of the Royal Society of Medicine. Vol. 90. Septiembre.
Lama, A. (2002). Wijngaarden van. Boerhaave: una mente brillante, un carácter virtuoso. Rev Med. Chile; 130:1067-1072.
Pollack, K. (1970). Los discípulos de Hipócrates. Una historia de la medicina. Barcelona, España: Círculo de lectores. Plaza Janés.
S/a. (1995) Crónica de la medicina. Barcelona, España: Plaza Janés Editores, S.A.