Quizá un aviso claro de la inminencia del exterminio de la especie humana esté siendo hoy una realidad como la respuesta del planeta a los perjuicios causados a este especialmente durante los dos últimos siglos. Parece que el «progreso» nos ha rebasado y por fin el «karma» se presenta inexorable a pasar una gigantesca guadaña para cobrar la factura a la humanidad por su negligencia y abuso. En seguida, una breve e incompleta síntesis de los «pecados» que, si no trajeron la desgracia en forma de pandemia, al menos califican para tal efecto.

Los meses en que la gente debió «quedarse en casa» significaron un descanso al medio ambiente; los lagos se recuperaron en parte gracias al cese del tráfico motor, las selvas y bosques se repoblaron con la fauna que había sido desplazada, el agujero en la capa de ozono sobre el polo Norte se cerró, y el calentamiento global tuvo una entente debido a la inactividad industrial y económica en general.

Tal vez no sea casualidad que la pandemia, que sigue diezmando a la población humana, sea benévola con los animales pues son ellos los que merecen un break. A ellos parece no afectarles la COVID-19, como si la Tierra «pensara» y buscara equilibrar las fuerzas, por un lado, ante la abulia e ilimitado poder que lleva a la destrucción del hábitat terrestre por los seres humanos, y por el otro la inocencia e indefensión de las faunas del mundo siendo esclavizadas sin conmiseración.

Tal vez esta pandemia es el precio que nos cobra la Tierra ante tanta destrucción y vejación, pues no parece estar muy contenta con los mares llenos de plástico que asfixian a las especies marinas, ni con los desechos tóxicos arrojados a los ríos, el aire envenenado, y la misma tierra ensuciada donde sembramos lo que comemos (tal vez aquí se aplique el dicho de «somos lo que comemos»).

Pero el peor crimen del que todos somos culpables es creer que los humanos «deben» comer a otros animales para poder sobrevivir como especie. Sobre todo, de la falta de conciencia o reflexión que lleve a detener o modificar esa postura: la desensibilización ante lo terribles que son las estadísticas que claramente indican una sobreexplotación de los mares, del ganado vacuno, de los cerdos y demás aves «de corral».

Incluso para un agnóstico, la terrible explotación de animales dentro de la industria alimentaria sugiere una catástrofe de proporciones apocalípticas, tan o más ominosa que la fisión atómica para el futuro de la humanidad en los próximos 100 años y más allá.

La industria productora de alimentos ha ido perfeccionando una maquinaria infalible que produce y reproduce animales para el consumo humano que excede por su crueldad cualquier cuento fantástico de ogros opresores de los seres más inocentes y vulnerables (si no lo creen, gasten un par de jornadas completas en un rastro como yo lo hice; les garantizo que dejarán de comer carne).

La demanda de carne de res (solamente Estados Unidos consume 9,000 millones de toneladas anuales), y cerdo, pollo, carneros y cabras, además de pescado y mariscos, ha ofrecido un «menú» extravagante y fomentado la codicia de los productores. Al punto de volverlos indiferentes al sufrimiento y la crueldad de sus operadores en contra de incontables seres cuyas miserables y tristes vidas transcurren dentro de jaulas, en completa inmovilidad, y sin llegar a ver jamás la luz del sol. Pero no se habla ello, pues nadie quiere echar a perder su cena a base de «cortes», además de que «ojos que no ven, corazón que no siente».

Es tan apresurado el esfuerzo para satisfacer toda esa demanda, que los procedimientos para lograr la entrega pronta del producto se traducen en un forzado desarrollo de los animales. A base de hormonas, antibióticos, comida artificial, áreas iluminadas las 24 horas, hacinamiento e inmovilización además de grandes cantidades de crueldad, dolor, miseria e indiferencia; la meta es producir la mayor cantidad de carne en el menor tiempo y al menor costo posibles.

Es por ello que, y esto es debatible, tal vez la humanidad deba pagar un precio muy alto como resultado del abuso de los recursos naturales y la deshumanización que viene de la esclavización, tortura y matanza indiscriminada de animales. Nadie puede ser tan irresponsable, omiso o impune. Parece que ha llegado la hora de pagar, como si fuera una cuenta pendiente.

Y aunque es crucial dar a conocer esta monstruosidad, no me propongo revisar aquí toda esta cruel maquinaria abusiva de especies para iniciar una cruzada a favor de modificar los hábitos alimenticios de la humanidad (que, por cierto, no sería mala idea, aunque sumamente difícil de lograr). Lo que sí intento hacer, es iniciar una reflexión y un esfuerzo por leer a la madre Tierra. Que tal vez esta pandemia que se agrava cada día sea un aviso a ser tomado en serio para obligar a descender de su pedestal de arrogancia e «inteligencia superior» a una especie empeñada en destruir su propia casa…y la de sus anfitriones: los verdaderos nativos, los animales.