El mundo se divide irremediablemente en dos partes: los que saben y los que no saben leer. No hay una división más contundente y terrible. Saber leer y escribir significa interpretar los signos que le dan forma y significado a las ideas; es contar con las claves necesarias para ir desentrañando los misteriosos símbolos de la escritura. El que no tiene dominio de la lecto-escritura padece una especie de discapacidad por la que es seriamente marginado. La buena noticia es que, a diferencia de otras, esta discapacidad es reversible y tiene remedio. Se puede aprender a leer y escribir.

Según datos de la UNESCO, hay más de setecientos noventa y tres millones de personas en el mundo que no saben leer y escribir. El problema es grave pero fácil de resolver. La solución es económica y relativamente sencilla de implementar. También es muy antigua, data de la época colonial, en la que los españoles llegaron a las américas a asentarse: se trata del método de silabarios.

Los silabarios son métodos de enseñanza de lectura del español muy populares. Son pasquines con textos destinados a la enseñanza inicial de la lectura. Se basan en la presentación de palabras sencillas descompuestas en sonidos articulados que constituyen un sólo núcleo fónico, es decir, sílabas. Así, a base de repeticiones melódicas, el conocimiento de las letras y el relacionamiento de ellas con un fonema en particular se posibilita.

La técnica de los viejos silabarios proviene de los esfuerzos de la Iglesia Católica por enseñar a leer a los alumnos de sus escuelas. También se les conoció con el nombre de cartillas. En sus ejemplos se vinculaba el aprendizaje del lenguaje escrito y la enseñanza cristiana. La memorización del alfabeto y las series de repeticiones fonéticas, seguidas de largas sesiones de lectura en voz alta, logrban el objetivo de enseñar y aprender a leer. El sistema, aunque arcaico, probó ser efectivo.

La publicación de los silabarios era objeto de mucha vigilancia y supervisión. El tema era serio y no cualquiera podía imprimir estas cartillas, ya que contenían mensajes religiosos que se debían cuidar en forma pulcra. La responsabilidad de publicar los silabarios era de las congregaciones religiosas y tampoco cualquiera estaba autorizado para hacerlo, que debían contar con la cédula de aprobación del obispado correspondiente y los cabildos eclesiásticos podían ceder o vender el privilegio a imprentas particulares. En los primeros años de la Colonia, los silabarios eran impresos en España, específicamente en Valladolid, que era el único lugar validado para imprimirlos, y se mandaban desde la península a sus territorios conquistados.

Sin embargo, el privilegio de exclusividad de Valladolid fue violado por diversas cartillas alternativas o plagiarias, que se multiplicaron. Es el caso de las cartillas de Sevilla y las de Orihuela. El primer silabario hispanoamericano fue publicado por una serie de editores que lo imprimieron entre los siglos XVI y XVIII. Antes circuló legalmente otro impreso que contravenía el privilegio vallisoletano: la Cartilla o Silabario para uso de las Reales Escuelas del sitio de San Ildefonso, de la comitiva de Santa María. y de San Isidro Labrador. Uno de los más célebres fue el Silabario de San Miguel.

Los maestros enseñaban a los alumnos a que identificaran los signos y símbolos del silabario. Por ejemplo, Jesús y Cruz y la que sigue es… o Por-la-se-ñal-de-la-San-ta-Cruz… En general, las portadas se adornaban con representaciones de Jesús niño, o de la Virgen María en cualquiera de sus advocaciones. El más famoso, sin lugar a dudas, y que aún se usa en varios países latinoamericanos, es el Silabario de San Miguel, un cuadernillo que presenta motivos religiosos y las sílabas para enseñar a leer. Los ejercicios de escritura se inician después de comenzado el aprendizaje de la lectura, pues se considera poco pertinente que sean simultáneos.

El Silabario de San Miguel es un pequeño folleto de ocho hojas, impreso en rústico papel revolución. Es un folletín muy barato que se puede encontrar en las papelerías más sencillas y que ha conservado un formato similar desde su primera edición. En la caratula aparece la figura del Arcángel San Miguel luchando contra satanás, azotándolo y confinándolo a las llamas del infierno. Ahí, donde debe confinarse al demonio del analfabetismo.

En la época del vértigo tecnológico, de la transmedialidad y de la ubicuidad, en la que contamos con más información de la que el propio cerebro puede procesar en tiempo real, un método viejo se constituye como una solución viable para aliviar un dolor que aqueja a la humanidad. Todos deberíamos saber leer y escribir. Entender los significados que hay detrás de cada letra y la hermosura que puede reflejar la oración bien escrita. Los silabarios son métodos que tienen las mejores ventajas: son buenos y baratos. La solución ante el analfabetismo está al alcance de la mano y es tan sencilla que podemos estarla pasando por alto.