Me han preguntado algunas veces: ¿de dónde vienen los poemas, en el sentido de cómo surgen, en qué condiciones nacen? Y mi respuesta personal más sincera a esta pregunta es que realmente no lo sé con precisión. Después de tantos versos, después de tantos años, de tantas horas pasadas escribiendo, puedo decir solamente que cada mañana y cada noche, todos los días, me retiro es un lugar tranquilo, donde estoy solo con el teclado, con algunos libros y revistas abiertas esparcidas sobre la mesa, pensando en tantas cosas, hasta que sin saberlo y casi por impulso surge una primera frase y después una segunda y algo toma forma y lentamente se convierte en verso.

A veces, leyendo mis notas personales, que son sobretodo imagines y juegos de palabras, de estas, espontáneamente, surge algo elaborable. Me recuerdo que una vez, hablando con un amigo, este me dijo: "No me preguntes qué hago cuando escribo, que la única respuesta que puedo darte es que escribo". En esta misma huella, la única y pobre indicación que puedo dar es que el verso surge de una primera frase de apertura, que no es solamente la apertura al verso escrito, sino que precedentemente, la apertura que además permite escribirlo. Sucede que a veces me levanto con una idea en la cabeza. Con una apertura y una sensación de música y de la continuación y, en esos pocos casos, escribo algo que ya estaba casi presente en un lugar que llamo memoria. En muchas otras situaciones, el verso es una elaboración que inicia en el momento mismo de la escritura y que siempre escarba retrospectivamente en la memoria y en los sentimientos, buscando algo modelable, plasmable, que pueda florecer.

Pensando en esto y en muchas otras cosas, estoy convencido que escribir en gran parte es una actividad inconsciente, que se hace consciente en la medida que el material se externaliza y la greda informe del vago recuerdo se hace texto en la misma medida en que esta toma forma, pero en ese momento está ya presente en el sentido que es ya un producto modificable, pero siempre un producto, una realidad y el verso en si ha nacido como un primer intento de verso.

Las personas que escriben, suelen hacerlo continuamente y para esto tienen hábitos, rituales que siguen cotidianamente, horarios fijos y estas personas son además reflexivas por carácter y naturaleza. Las ideas les quedan dando vueltas en la cabeza y el mundo es vivido en dos tiempos. Una vez, como vivencia directa e inmediata y otra, como recuerdo y evocación. Como un volver atrás a la situación o al sentimiento vivido para analizarlo, decodificarlo y volver a codificarlo con forma, substancia e imagines. Es decir una pos-vivencia o una experiencia revivida mentalmente y en palabras. Es la riqueza de esta evocación la que da profundidad a lo escrito y su resonancia está determinada por cuanto reconocible y sentida sea el contenido, junto a la sutilidad evocativa de la forma, porque la poesía es una síntesis de lo vivido, sentido y pensado para evocar vivencias, sentimientos y pensamientos como el rebotar eterno de un eco, porque estos últimos, a veces, se vuelven versos.

Otro elemento que he reencontrado en los poetas es que su modo de relacionarse con el mundo y las cosas es más lento, más pausado, como si el tiempo necesario para vivir una situación fuera más extenso del común. Este fenómeno quizás está relacionado con dos cosas: la reflexión como actitud y predisposición y una tendencia a volver constantemente al pasado, a lo ya vivido, una y otras vez, para revivirlo nuevamente. En este sentido, los poetas son rumiantes nostálgicos, de un tiempo que ya no existe, caracterizados por una difícil y lenta digestión.

Me hubiera gustado haber tenido una receta y poder decir: para escribir una poesía, hay que comenzar con la rima, escribir dos imagines y tentar un primer verso, para pasar al otro. Desgraciadamente no es así. Lo que puedo decir es que hay que meditar continuamente sobre todo lo vivido y todos los sentimientos que esto despierta en nosotros para hacerlo canción. Y, fuera de ello, leer, volver a leer y releer otra vez más, ya que sin una lectura constante y un esfuerzo cotidiano en la escritura no existe el lenguaje para una creación.

Por otro lado, existe una parte más consciente en la escritura de un poema y esta concierne sobretodo la reelaboración y revisión final. En estos casos nos dejamos guiar por criterios adquiridos y por la intuición. Los primeros tienen su origen en el estilo que queremos usar y los sentimientos que queremos provocar en el lector y ambos son fácilmente comunicables. La intuición, por otro lado, es una guía ciega, que nos hace releer lo escrito, hasta que logramos la sensación de algo acabado y presentable.

Recuerdo una vez que una docente universitaria en los Estados Unidos invitaba a sus amigos poetas a describir ante sus alumnos el proceso de escritura y una de las cosas que perentoriamente les pedía era que ilustraran los cambios que habían efectuado sobre el poema mismo durante la corrección. Y esto lo hacían, mostrando y discutiendo los texto en una primera, segunda y tercera versión, dejando en evidencia los cambios para poder reflexionar sobre el porqué. Interesante petición la de la docente. Y, pensando en ella, creo que esta representa una de las pocas llaves disponibles para poder describir explícitamente algunos aspectos de la escritura como actividad creativa. Por otro lado, comentaba la misma docente, pedirles a los autores comentarios de poemas ya escritos, en muchos casos resultaba en historias y anécdotas banales, que ella consideraba como autoglorificación del texto escrito, que era mejor evitar. Escribir es un viaje retrospectivo en el tiempo vivido y soñando y también en el texto.