Hay un límite invisible entre el sentido y el sinsentido y ambos se complementan, ya que sin uno no existe el otro. Pero el mundo del sinsentido es más amplio, enigmático y representa una frontera que hay que superar. Si uno lee un poema y, en este, todo es fácilmente reconocible, no nos vemos forzados a pensar y descubrir nuevas perspectivas en el lenguaje y en su cara oscura, la realidad.

En la poesía hay siempre una provocación, que nos empuja a romper las reglas y a pensar en modo no convencional:

“Su desnudez me encegueció como un sol y solo la pude ver a ella y nada más. Tendida en un mar de blancas olas, deseosa de todo y de nada, navegando sin velas, hinchada por un viento de suspiros, desde su mar sereno hacia mi tormenta despiadada de cucharas rojas y dedos sin bondad. Y la bebí, gota a gota, como una sopa salada de noches sin luna y la marqué a fuego para no volverla a dejar. Su horizonte fue un testamento de sueños mojados, con que definía el perfil de mis sombras, separando a gritos sus carnes de lo que fue mi soledad. La locura estaba a un paso de todo y me lamia la frente, los ojos y la boca cada vez que la veía tendida desnuda en la calma profunda de su mar, que no era mi mar".

Por eso, los escritores y poetas cultivan el sinsentido como estilo y además una dimensión importante de la vida y de la cosas y, al hacerlo, se apartar y vuelven como olas sin patria a buscar una playa para poder recomenzar. En la escritura hay infinitos géneros y posibilidades para conjugar el sentido con el hilo del sinsentido o el sinsentido con todo el sentido del mundo, en un equilibrio imperfecto y arrastrando las palabras de una costa a otra de sus posibles significados hasta romper desde dentro todo lo que sea formal y habitual.

Algunos están hechos para seguir viejos senderos, otros cabalgan el mundo de la novedad. Otros prefieren el juego doble de ambas orillas y unos pocos enloquecen, buscando el horizonte perdido de una nueva realidad y todos usando el mismo lenguaje, siendo parte del mismo universo y sintiendo el peso absoluto de la diversidad total en el sentir y pensar.

Desgraciadamente, la educación nos encamina por un camino consumido y ya trazado por la insensibilidad, que a cada sensación le roba toda autenticidad y por estos motivos vuelvo a menudo a los años de mi infancia, donde el relato no tenía límites y se abría hacia el paisaje interminable de las pampas, por donde corrían animales jamás vistos y sin nombre, que nos miraban hasta corroernos los huesos y sabían de nosotros todo lo que nosotros queríamos ignorar.

Y allí crecí, al lado del Pacífico, que inundaba la ciudad de marineros sin destino, que hablaban otras lenguas y llegaban desde lejos, sedientos de sueños que no podían alcanzar. Y fue allí y en ese entonces que descubrí el cuento, la narración y la palabra como un arma invencible para acechar fantasmas, para despertar a los muertos y sanar de golpe a todos los que no querían aceptar la imposición atroz de una gris y estrecha realidad y en ese extremo olvidado del mundo, al lado opuesto de todo, el sinsentido fue el único sentido para nutrirse de un mendrugo de realidad imaginada, virgen de abusos, nueva y total.

La paradoja de la creación es que para dar nueva forma y aguzar los sentidos hay que huir de la formalidad y el lenguaje tradicional muchas veces es una cárcel que no nos deja volar. Y para liberarse, en vez de repetir lo ya repetido, hay que hundirse en las hondas aguas del sinsentido para volver a encontrar un trozo nuevo de realidad. El lenguaje permite una descripción directa de los fenómenos y acontecimientos y otra, fundada en sensaciones, donde lo inverosímil y lo absurdo sirven para describir mejor la realidad. Gabriel García Márquez era y es un ejemplo de esta forma de escritura, pero la técnica es usada por muchos para transmitir lo indescriptible y mostrarnos los lados oscuros de la vida y las cosas.