En estas fechas, nos detenemos a pensar en lo que haremos en navidad, en el frío y en algún menú; mientras que otros se concentran en las vacaciones; para algunos más es tan solo una noche cualquiera —sin mayor diferencia, ya sea por su ideología religiosa, cultural o personal—. Al menos, esta época, en algunas personas funciona como un pretexto para reunirse en familia (incluso hay quienes se desplazan kilómetros por tal motivo).

Durante esa época, bastante conocida ya por todos, en el cine y en la publicidad vemos mesas grandes, repletas de comidas bien presentadas al lado de la chimenea, y el ambiente en general está lleno de motivos rojos, blancos y verdes. Se acostumbra también a ver un pino natural y grande, con luces y repleto de decoración del festejo. ¡Y qué decir de los regalos!, los cuales se suelen ocultar debajo de las faldas del pino. Son regalos para toda la familia, pero sobre todo para los niños. Tal vez no nos deberíamos de detener del todo en los motivos navideños de la decoración, aunque esto me recuerda a la película Christmas in Connecticut (1945) de Peter Godfrey, sobre todo a su protagonista Elizabeth Lane, quien se hace pasar por una madre ama de casa y que publica notas sobre su casa en el campo de Connecticut, sus animales y sus recetas hogareñas, cuando en realidad vive en Manhattan, en un departamento de soltera y todos los días compra la comida hecha en el restaurante de abajo. Una comedia de enredos que refleja muy bien la vida actual que nos hemos construido, sobre todo cuando nos empeñamos en que nuestro entorno tenga la armonía (o el parecido) a lo que podemos entender por perfección —aunque cada vez más este parecer esta controlado por las redes sociales— pues solemos idealizar las realidades virtuales.

Volviendo al plano real, el dinero que gran parte de la población gasta por estos días se destina, en esta época del año, a todo lo que gire en contribuir con el espíritu navideño. Algunos estudios demuestran que en lo que más se gasta en España es en los alimentos, los regalos, la ropa, la lotería, los desplazamientos y las cenas (como un pretexto para reencontrarte con las personas cercanas, sentimentalmente).

En diciembre se compra de todo, pero lo que más llama la atención es quién compra, qué compra y para quién lo compra. Hablando de esto, recuerdo una entrevista que le hice a un librero quien cuestionaba la oferta y la demanda en los libros infantiles. El comentario giraba en torno a enfatizar quién decidía lo que el niño iba a consumir (leer en este caso). Eran los mismos quienes fabricaban el producto, es decir, adultos quienes ofertan y demandan. Hay que recordar que el 50% de presupuesto familiar navideño se destina en el área de juguetes. Los adultos crean el producto para los niños y los papás son quienes deciden lo que entra en casa: un mundo con muy pocas posibilidades para los pequeños, aunque es contradictorio con el gasto que se hace en el sector.

Según El economista, los mayores de edad tenemos los siguientes deseos: "el principal propósito es ahorrar dinero (para un 27,6%) y encontrar trabajo o cambiar de empleo (22%). Les sigue un clásico, perder peso (17,4%), y hacer un gran viaje (17,2%), tener un hijo (7,8%), comprar una casa (4,4%) y encontrar pareja (3,6%)". Todos los propósitos tienen buenas intenciones, lo malo es llegar al siguiente año y ver que no se cumplieron, seguir en el mismo lugar que hace años no es muy halagador. Creo que sería igual para los niños al abrir su sorpresa y ver que no es exactamente lo deseado.

Finalizar un año, mirar para atrás y darse cuenta que todo sigue igual no cambia nada, es decir el mundo entero sigue en crisis —lo cual ya es en sí un estado habitual para todos—. Así que mucho antes de que el año termine nos deberíamos plantear poner un mantel en la mesa, preparar varios platos, vestir el árbol de navidad, hacer regalos (aunque deberíamos de ser más conscientes con este tema y con el presupuesto), reunirnos con la familia o amigos. Y todo esto no es por promocionar la frivolidad y las compras, sino más bien deberíamos de plantearlo como un acto político para "olvidar" momentáneamente los problemas, como la desmemoria en el cine de Almodóvar con respecto al Franquismo: lo mismo pero aplicado a la vida real.