Existe una corriente invisible de repetición de cánones y roles, de la que muchas personas han hablado a lo largo del tiempo, exponiendo sus análisis sobre la cultura de consumo y la repercusión en asuntos como la sexualidad, la salud, lo políticamente correcto, etc. Nadie se sorprende a estas alturas si escucha hablar de sexismo en las películas, defensa de valores “tradicionales”, racismo normalizado.. hay cientos de estudios y tesis de cómo ha ido cambiando la relevancia de los negros o las mujeres en el cine o la literatura, desde una perspectiva actual; desde una especie de pódium colectivo en que nos hemos instalado como si fuera un problema del pasado del que sólo quedan algunas reminiscencias.

Lo que se da como seguro es que ya tenemos las herramientas de control social necesarias para que las reclamaciones de grupos sociales oprimidos tengan una proyección en los productos culturales que consumimos, así que ese control hace que los escritores, pintores, directores, guionistas... la industria misma se adapte a la posible aceptación o no del público en una idea cada vez más global sobre lo que es politicamente correcto o no ofensivo. Y con esto no estaría criticando a los mecanismos que hacen que desaparezcan estereotipos perjudiciales sobre ciertos sectores de la sociedad, sino haciendo un primer inciso sobre la limitación de estos mecanismos.

Si hay, por ejemplo, una tendencia a ver el tabaco como algo cada vez más estigmatizado, habrá una consecuencia en la relación que la industria de la cultura tiene con ese producto. Así encontramos que el cine cada vez tiene menos protagonistas que fumen y cada vez menos cantantes aparecen fumando en sus sesiones fotográficas, y es normal, si se piensa que la globalización también ha creado herrramientas de presión social colectiva sobre la industria que nos ofrece los productos que decidimos consumir, y hay una expectativa sobre la complacencia que pocos están dispuestos a poner a prueba.

Y es positivo, realmente lo creo. Si nos centramos en el cine, podemos ver que en la última década se han incrementado notablemente las películas con protagonistas femeninas, y no sólo eso, sino dejando claro una separación del estereotipo tradicional, una evidencia clara de la presión social viendo resultados en cómo se vende la cultura. Igualmente podríamos hablar de los actores negros en Hollywood, que si bien hace no muchos años se celebraba que por fin habían recibido la estuilla el primer actor y actriz negros de la historia, éste mismo año hay un boikot de éstos para no asistir a la gala por no haber suficientes nominados en esta edición.

Y sin contar ningún spoiler, ya que hay mucho sensible con este tema aún meses después, quisiera hablar sobre la protagonista femenina de la nueva película de Star Wars. Sin entrar en el argumento, sólo decir que hay varias situaciones a lo largo de la película en que ella deja evidente con sus actitudes y sus frases que no es una chica indefensa más del cine, que no es ninguna princesa Disney, aunque sea de Disney la película. Y me gustó ese detalle evidenciado que habían expuesto, pero aunque la película se alejaba del estereotipo tradicional, Disney siempre es Disney, y cuando sacaron el merchandising de la película, con los muñecos de los personajes, las espadas de cada uno... La protagonista no tenía muñeco, no tenía merchandising, aún cuando personajes muy secundarios sí que lo tenían; Disney no creía posible que una mujer tuviera el suficiente reclamo comercial como para merecer el mismo trato que los personajes masculinos. ¿Qué pasó? Desde las redes sociales empezaron las quejas de los fans reclamando respuestas a por qué ese trato al personaje femenino principal de la película, y fue tanta la presión colectiva que Disney acabó sacando la gama de muñecos y la espada de la chica también.

Para mi, no sólo había sido una manera de machismo, sino parte de una tendencia alterna que olvida la importancia de estos mismos mecanismos de control de los que hablaba antes, pero cuando se trata de productos para niños. Aunque el merchandising de Star Wars es mucho para personas de mediana edad, son muñecos y el público principal al que intenta llegar son los niños. Y al ser para niños, se cambia la manera de pensar; al intentar agradar a un niño, también se le da lo que se cree que el niño quiere, pero tomando presupuestos estereotipados de nuevo. Se tiende a perder la percepción de la influencia que unos contenidos u otros pueden tener en la mente de un niño, como si fueran menos influenciables por no haber llegado a la madurez intelectual y no poder entenderlo todo, pero en realidad es peligroso por eso mismo.

Y no hablo de juguetes para niños versus juguetes para niñas, esa es otra historia. Hablo por ejemplo del anuncio publicitario para la nueva gama de muñequitos de los eternos pitufos. Ésta vez los venden bajo el pretexto de que de esa manera los niños aprenden los oficios, y claro, entonces aparece el pitufo pintor, el pitufo alcalde, el pitufo bombero... y la pitufa. La única pifuto que es mujer en toda la aldea conocida de pitufos, y aparece en el anuncio sin desempeñar ninguna actividad; en la gama de pitufos que pretenden enseñar los oficios, la única mujer pitufo aparece en falda corta, como bailando despreocupada. Porque en la aldea de los pitufos , que llega a millones de hogares en forma de dibujos animados, juguetes o películas de cine -que llevan dos- lo normal es que la chica se decique a “ser chica”, a cumplir su rol ancestral y marcado a fuego por el patriarcado mundial, a ser un mero instrumento de entretenimiento y distracción para los hombres, que aparecen siempre como los baluartes del avance de la humanidad en cualquier sentido.

Y si volviéramos a hablar de Disney, ésta vez de su Canal de televisión para menores, entonces nunca acabaríamos: series sobre colegios donde las alumnas van maquilladas como modelos y sólo quieren gustar al chico Alfa de turno, dibujos animados donde las heroinas celebran sus triunfos yendo de compras al centro comercial como las Brazz, y un sinfín de propuestas sexistas y sexualizadoras destinadas principalmente a preadolescentes y adolescentes hasta cierta edad.

Si siguiéramos con el sexo la lista sería enorme, pero no hablo sólo de eso. Bob Esponja sin ir más lejos, que no tendría en principio nada de sexista, tiene una falta tan absoluta de lógica resolutiva que podría ser más que perjudicial. Se hizo un estudio tomando como muestra a niños de entre cinco y ocho años que habían sido cuidadosamente seleccionados teniendo en cuenta los dibujos animados que veían a diario en la televisión. Sorprendentemente se pudo ver en el análisis de los resultados que los niños que más tiempo pasaban viendo dibujos animados de Bob Esponja tenían problemas para resolver problemas que conllevaran una lógica secuencial. Lógico. ¿Habéis visto alguna vez aunque sea casualmente un capítulo? No tiene sentido, se basa en un humor formado a través de la resolución de situaciones sin coherencia, con personajes sin habilidades que se puedan considerar saludables para que un niño desarrolle empatía hacia él. Se ve inofensivo lo que no somos capaces de ver, porque ciertas conductas se pretenden obvias, pero hay otras que requieren de un análisis que requiere interés, tiempo, dinero.... Pero es que son los dibujos que mantienen al niño más tiempo callado y tranquilo... Me refiero a que un padre normalmente no se sienta a ver los dibujos animados con sus hijos, todo el tiempo, todos los años; sólo permite ver ciertos dibujos animados o no en valoración a un primer análisis superficial, o sin tanta palabrería; se podría decir que un padre o una madre deja al niño ver una serie o no mirando los dibujos durante no más de medio minuto antes de volver a sus cosas y dejar al niño solo. Así que los adultos, que son precisamente los que pueden formar un grupo de presión sobre contenidos, apenas hacen nada más allá si no es por una provocación muy evidente, porque tampoco tienen un conocimiento global sobre todos los contenidos que consume el niño de una manera más crítica y profunda.

No sería injusto decir que a veces los mecanismos de control social que ejercen presión sobre los creadores de contenidos culturales destinados o previstos para adultos no ejercen esa misma presión cuando se trata de contenidos para menores de edad. Y aún cuando se exhiben banderas de victoria en ámbitos mucho tiempo reivindicados, aún hay virus, ofensivos virus que se ven inofensivos por su disfraz de simpatía y sus características entrañables.

No sé, quizás somos nuestro propio virus... la misma sociedad que crea mecanismos de control sobre ciertas conductas después relaja esos mecanismos cuando se trata de los más vulnerables e influenciables, y al final, como tantas otras veces, el ser humano entra en un bucle como si subiera por una escalera mecánica que va en dirección opuesta, y el paso que andamos hacia arriba quedara neutralizado. Eso sí, hemos mejorado mucho en el aspecto propagandístico sobre nuestra propia percepción como especie dentro de una sociedad moderna. Eso es indudable. “Lo ofensivo es inofensivo si no es agresivo”. Transforma cualquier estupidez bajo un eslogan como éste, y muchas personas creerán que es sabiduría; cuando no es más que publicidad engañosa, una mentira, otra agresión narrada con las maneras de la poesía, con las maneras del entretenimiento por el entrenimiento. Así el disfraz puede quedar terminado, listo para ser vendido y emitido entre aplausos.