Cuesta mucho escribir el principio de este texto. He borrado y empezado este articulo como cuatro veces. Pero me gusta. Me gusta porque eso significa que le doy importancia. Y si le doy importancia sé que va a llegar justo al corazón.

El 7 de abril de este año tuve la suerte de entrevistar por segunda vez a Iñaki Gabilondo en la sede de la Cadena Ser. Estuve esperando en la sala de espera no más de 10 minutos. Escuchaba gente pasar: voces, tacones, hojas de folios, teclas, puertas... y luego el silencio de la sala de espera. Hasta que escuché una voz que me era familiar. La misma voz que escuchaba mi madre cuando ponía TVE o cuando sintonizaba Hoy por Hoy en la Cadena Ser. La misma voz que yo oía cuando elegía los informativos de Cuatro. Y la misma voz que escuchaba en algunas conferencias de mi facultad.

Nervios. Respiración corta. Cómo cuando estás a punto de saltar al vació. Pero no voy a mentir, no he seguido, quizás por mi edad, toda la trayectoria de Gabilondo. La admiración que tengo hacía él no ha sido por sus premios, reputación o todos los comentarios que he escuchado de él a lo largo de mi unión al periodismo. Fue el saber que en su momento dio alas a Ana, amiga de siempre, para querer ser periodista. O que ella me contara lo importante que fue que Gabilondo estuviera delante de las cámaras de TVE contando qué estaba pasando aquel 23 de febrero de 1981. Este detalle y otros más pequeños lo convirtieron, creo yo, en la gran persona que es. Porque tener el don de que una joven como Ana elija y sueñe con ser periodista por ver que su trabajo es algo enorme y único.

Cuando María Soledad, secretaria de lujo, me aviso desde el pasillo que Gabilondo ya estaba disponible para comenzar la entrevista en su despacho, no necesite las piernas para levantarme. Algo se movió en mi estomago y me hizo dar un salto. Cómo si Ana estuviera ahí conmigo. Al ver al señor Gabilondo con su ropa casi informal de verde oscuro, su altura, su hombros erguidos, su mirada distante y sus manos cercanas, a mi solo me salió un silencio. No quería hablar. Y hasta que no llegamos a su despacho no dije nada. Solo un: “Ostias, te vas a Bostón. Que pasada”. En un minisegundo me miró para asistirme y volvió a hablar con María para afirmarle que estaría antes de las doce preparado para la siguiente cita.

“Acomódate y ahora comenzamos la entrevista” Él volvió a su mesa de estudio mientras María cerraba la puerta. Gabilondo no lo sabe pero, antes de que él se sentará para dar inicio a la charla, a mi me temblaban las manos. Hablamos cinco minutos de su libro El fin de un época. Luego me centré en la situación que todos los jóvenes están pasando para encontrar un trabajo digno en la profesión de periodismo. Mostré mi pesimismo. Y mi enfado. “Tú estás viendo solo una realidad. Tienes un mundo tan reducido que no te das cuenta de la variedad de oportunidades que ofrece esta época. ¿Por qué haces de tu mente solo un cuadro? Tú eres una realidad. Cómo también el chico o la chica que crea su medio porque prefiere no esperar que suene su teléfono. Es una realidad que en mi tiempo no había. Nosotros teníamos solo una solo opción. Una. Si no entrabas en esa, no había más a lo que aspirar. A mi me costó muchísimo empezar a trabajar”.

Me contó que empezó a escribir a los 24 años y a los 25 a trabajar como periodista. Pero tuvo que demostrar que iba en serio. Que valía para la profesión que él había elegido. Y fue viendo como compañeros se quedaban atrás. Y no porque fueran buenos o malos, sino porque carecían de las diversas oportunidades que tenemos ahora.

Le interesaba que saliera de la charla con la fuerte idea de que todo es posible, porque ahora somos dueños de este cambio. Consideraba que era clásica. Cuando la mayoría de mi generación, casi el 99%, conocía la situación de transición del periodismo, yo sin embargo me había quedado en un modelo que no renta. Pero claro que es complicado. Todas las épocas son complicadas. Todas tienen su obstáculo. Todas.

“No sabes cuanto puedes dar ahí fuera si dejarás de centrarte en lo inútil. Confío en vuestra generación. Como también en ejemplos que hicieron visible todos los argumentos que te estoy diciendo. Fíjate en Ignacio Escolar. Nacho se reunió con dos o tres amigos y han creado un imperio, por decirlo así. Y, ahora mismo, muchos jóvenes lo están haciendo posible. Hay cantidades de medios. El periodismo ha roto una frontera y se ha instalado con fuerza en otra. Aún sabiendo que está la cara mala, ¿por qué no aprendes de ella y luchas con lo positivo de esta nueva etapa? No te desanimes. No os desaniméis”.

Y como cualquier cuento, llega el final. A la hora punta de Gabilondo, ya cada uno tenía que dividirse y seguir con su vida. Él con sus citas y tareas y yo, que no es poco, con la tarea de seguir buscándome la vida. Pero no considero que cualquier vida, sino la vida que quiero. Salí con muchísimas ganas de no tirar la toalla. Y contenta. Contenta por todo lo malo y bueno que venía por delante. Gracias, Iñaki. Gracias por abrir mi mundo, recordándome a todos mis compañeros de facultad y de profesión que siguen luchando para tener todas sus metas. Y gracias de corazón a María Soledad por tanto cariño y enseñanzas en esa mañana.

Pero, sobre todo, gracias a Ana. La amiga de toda la vida que me presentó a Iñaki Gabilondo cuando yo apenas conocía los riesgos de vivir. La que me presentó a la voz de la radio. La que me inspiró a elegir una profesión que trataba de servir para ayudar. La que me enseñó la importancia de informar y ser informado, porque es la manera más bella de crear una nueva sociedad. A tus alas y a tu pasión, gracias por transmitirme tu sueño y a tu ídolo. Como dice Iñaki en su libro: “Yo reconozco un verdadero periodista por el fuego que se refleja en sus ojos”. Y yo siempre vi ese fuego en tus pupilas.

A mis compañeros y compañeras de facultad, que la vida es nuestra. Y que os admiro por cada noticia que me llega de todos vuestros avances. A mis compañeros de profesión, por aguantar a pesar de los fracasos. Por construir en donde no había nada. Y ahora hay mucha vida. Por el futuro, compañeros. Nos pertenece.