“Ése es el problema con la bebida, pensé, mientras me servía un trago. Si ocurre algo malo, bebes para olvidarlo; si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo; y si no pasa nada, bebes para que pase algo”.

Con esta frase definía su relación con el alcohol Charles Bukowski, uno de los escritores que más íntimamente ha estado ligado a la adicción literaria por excelencia. Considerado integrante de la Generación Beat, o al menos muy cercano a ella, Bukowski no es el único autor de este grupo con reconocida afición por la bebida, y los años 50 no han sido la única época en que los literatos han sentido atracción –y muchas veces manifiesta adicción- por el etileno.

Si bien es cierto que la Generación Beat es, junto a la bohemia parisina de finales del siglo XIX y principios del XX, el mayor exponente de la relación que existe entre la literatura y el alcohol, ya en la época de Cristo contamos con Publio Ovidio Nasón y Cayo Valerio Catulo, poetas romanos que escribieron sobre la bebida con conocimiento de causa, hecho que demuestra la íntima relación entre ésta y las letras desde prácticamente sus inicios.

Autores del Siglo de Oro español, como Lope de Vega o Francisco de Quevedo, y William Shakespeare allende las fronteras, han sido también relacionados con el elixir de los dioses. De hecho, Arturo Pérez-Reverte retrató en Alatriste a Lope de Vega como un beodo ducho con la espada y las mujeres; y diferentes estudiosos del dramaturgo inglés por excelencia atribuyen sus versos de menor calidad a las jaquecas que sufría debido a la resaca.

Sin embargo, hay que adentrarse en el siglo XIX para esclarecer un nítido vínculo entre el alcohol –y muchas veces otros vicios, como el opio- y las letras. Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Antón Chéjov, Fiódor Dostoievski, Alejandro Dumas, Ernest Hemingway, Victor Hugo, Arthur Rimbaud, Mark Twain, Paul Verlaine y Oscar Wilde, entre otros, son destacados literatos cuya vida y obras han estado íntimamente ligadas a la bebida, llegando a apologizar con fervor su uso y abuso. Hemingway dijo aquello de que “el vino es la cosa más civilizada del mundo” y que “un hombre no existe hasta que se emborracha”, Alejandro Dumas estableció que “la comida es la parte material de la alimentación, pero el vino es la parte espiritual de nuestro alimento”, y Chéjov llegó a considerar que “un hombre que no bebe no es completamente un hombre”.

Desligándonos de Chéjov y llegando más allá de las cuestiones de género, cabe destacar que el binomio alcohol-literatura no está circunscrito exclusivamente a los escritores varones. Ya en el siglo XX encontramos ejemplos de autoras que han sido relacionadas con la bebida, como Marguerite Duras, Patricia Highsmith, Dorothy Parker y Anne Sexton. Aunque el alcoholismo pueda parecer cosa de hombres, Duras es el claro ejemplo que desmiente esa tesis: “He vivido sola con el alcohol durante veranos enteros, en Neauphle. La gente venía los fines de semana. Durante la semana estaba sola en la gran casa, y allí el alcohol adquirió todo su sentido. El alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que se lo prefiera antes que cualquier otra cosa. Beber no es obligatoriamente querer morir, no. Pero uno no puede beber sin pensar que se mata. Vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano. Lo que impide que uno se mate cuando está loco de la embriaguez alcohólica es la idea de que, una vez muerto, no beberá más”. Duras, de hecho, no sólo defendió su relación personal con la bebida, sino que hizo de esa concomitancia una suerte de crítica feminista, vindicando con ironía la idea imperante respecto a la mujer beoda: “Cuando una mujer bebe es como si un animal o un niño estuvieran bebiendo. El alcoholismo es escandaloso en una mujer, y una mujer alcohólica es rara, es un asunto serio. Es un insulto a lo divino en nuestra naturaleza”.

En continuidad cronológica, dentro del siglo XX, nos encontramos con abundantes autores vinculados al etileno, muchos de ellos de una forma compulsiva, como el citado Bukowski, Truman Capote, Raymond Chandler, Scott Fitzgerald, Omar Jayam, Jack Kerouac, Malcolm Lowry, Joseph Roth, Dylan Thomas y Hunter Stockton Thompson. Lejos de tomarlo como un elemento negativo de su propia existencia, muchos de estos literatos tomaban su adicción al alcohol como un elemento clarividente de su propia grandilocuencia (Capote llegó a afirmar “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”.) o como la vía de escape ante una realidad lacerante (Bukowski: “Cuando bebes el mundo aún está ahí afuera, pero en ese momento no te tiene cogido del cuello”).

Es indudable que el alcohol puede suponer, según su uso y abuso, una peligrosa amenaza para la salud. Pero es indudable, también, que en casos específicos ha conseguido convertirse en una auténtica musa para las letras. Decía Raymond Carver, para contradecir este artículo, que nunca escribió una frase que valiese la pena mientras estaba bajo la influencia del alcohol, pero lejos de hacer apología de la bebida hay que reconocer que ésta ha sido una fiel amante de las letras, y que bebida y letras han conseguido concebir juntas muchas de las grandes obras literarias de la Humanidad.