Corría el año 1963 cuando la pequeña Margarita Angélica comenzaba sus primeras manualidades de tejido, maestras eran Herminia Vera Illiogen, y dos religiosas de María Auxiliadora, las hermanas Amelia y Berta.

Muchos años antes, Herminia creció en la Misión Salesiana de Río Grande, en el sector femenino, donde las religiosas la instruyeron en cuestiones de trabajo y escuela. Por aquel entonces su existencia coexistió con indígenas fueguinas como había sido su madre (Matilde) Illiogen, hija de (Cristina) Alkán.

Se estaba terminando con un mundo, se estaba silenciando una cultura, el camino no parecía ser otro, pero la vida dio sorpresas.

Entre las tejedoras de lana, reaparecieron los tejedores de juncos.

“El taiú es una fibra vegetal que crece en los pantanos, ojos de agua, turbales, materia indipensable para tejer las cestas o canastas tan propia de la vida material de los antiguos fueguinos”.

Margarita sabe construirlas y enseña a hacerlo.

“Las tayka (cestas) fueron creadas por la necesidad de recolección de alimentos tales como mariscos, frutas silvestres, hongos y huevos”. Eran de uso totalmente femenino.

Era un equilibrio más que necesario ante la alimentación del cazador fueguino, basada casi estrictamente en la carne del guanaco, el camélido que poblaba bosques y estepas en la Isla Grande de la Tierra del Fuego.

Allá por 1987 comenzaron a darse los encuentros en casa de su hermano Rubén Darío, bajo la tutela de mamá Herminia, mientras se escuchaban grabaciones de los cánticos de Lola Kiepja y platicaban sobre las cosas del ayer casi olvidado, las manos se volvieron diestras y comenzaron a emerger las nuevas cestas, del antiguo pueblo.

El tejido había sido propio desde siempre, y se le estaba dando nueva vida.

Para iniciar estas tareas se trasladaban a los bosques a recolectar el material necesario, luego se lo cocina sobre la llama, o con la ceniza caliente, dejándolo estacionar a la intemperie –tres, cuatro o cinco días-, estando entonces preparado para tejer.

Había que descubrir y conservar la vieja tradición que comienza con un medio punto en forma de espiral. Es la técnica más lenta y antigua que hay en el mundo.

Margarita Maldonado conserva aún su primera tayka, cargada de piedras, un tesoro más que preciado. Un diámetro de quince centímetros y unos diez de alto. Era un trabajo intenso, desarmar y armar, Cuando se secaba había que volver a hidratar la pieza para continuar tejiéndola. Casi una luna le llevó verla terminada.

En 1994 Margarita amplía su condición de enseñante de la técnica. Ya no era tan necesaria la presencia de Rubén, con el cual iban visitando diversas escuelas donde se interesaban por esta artesanía ancestral.

Por el año 2005, una larga tarea entre la comunidad educativa de Río Grande mereció un reconocimiento: ¡Margarita tenía un sueldo! Con todo lo que acompaña ese beneficio, obras social, vacaciones, pero también un calendario de actividades a cumplir.

Sus cestas evolucionaron, se alcanzó la forma tradicional, todo comenzó a hacerse y verse más prolijo, comprometiendo a los aprendices en los rigores de la tarea.

En unos años comenzó a coordinar trabajos entre tejedoras de diversos pueblos originarios, tanto del ámbito argentino e internacional.

Aunque todavía no se da el ingreso al mercado, dado el gran tiempo de trabajo que acompaña su elaboración.

Hermanas, hijas y nietos, hoy saben hacer lo que Margarita aprendió. Pero en el ámbito de las escuelas la multiplicación es ascendente, en un año sumaron tres mil alumnos los que se acercaron a la práctica; estando también participando con mayor dedicación sus alumnos de los Talleres de Cultura de la provincia, y en otras entidades como es CAPO –Centro de Autoayuda de Pacientes Oncológicos-, y CPA, Centro de Pacientes con Adicciones.

Además todo esto floreció en libros: Breve reseña histórica del ser fueguino, Cestería y ornamentación selk`nam, y Entre dos mundos. En youtube se pueden apreciar como experiencias visuales Extracto naa elesken, Raíces ancestrales, Tiempo de renacer y, en el canal Gourmet, programa de Soledad Nardeli, sobre recolección de frutos naturales (calafate y frutilla), hongos, achicoria, perejil silvestre, que termina con la elaboración de un pan vegetariano.

Ella por demás realiza sus conservas de mermeladas de calafate, ruibarbo, rosa mosqueta, chaura, michary, frambuesa, corinto y grosella; y licores de los mismo sabores. Además elabora conserva escabeches de mejillones, cholgas y hongos.

Este emprendimiento alimentario recibió el nombre de Tolukén, que en selk’nam quiere decir “latir del corazón”.

Son sus tantas formas de entretejer la naturaleza fueguina, con la vida.

Acredita tres hijos: Eduardo (41) padre de dos varones, Vanesa (27) madre de tres varones y Marcela (32) mamá de un varón. Y un hijo y un nieto del corazón que son Sebastián y Amado.

Como puede apreciarse las nuevas generaciones que salen de su vida son casi estrictamente masculinas. ¿Quién retomará su arte?

En internet podemos contactarla a través de yataiken@hotmail.com y yataiken56@outlook.com.