La Navidad, esa época del año en que se nos acaba el dinero antes que los amigos

(Larry Wilde)

Han llegado las Navidades y con ellas la programación de fiestas, llena de adaptaciones de “un cuento de Navidad”, locas aventuras de padres sobre-estresados que aprenden que la familia es más importante que sus carreras y Papás Noel que parecen a punto de fracasar en su cometido de traer felicidad (regalos) a todos los niños del mundo y, por lo tanto, ponen en peligro la llegada de la Navidad.

En su mayoría son historias relativamente inocuas e inocentes que poner como ruido de fondo mientras preparas el banquete navideño o para entretener a los más pequeños de la casa durante un par de horas. De esta manera se enseñan importantes valores como la compasión y el compartir o el consumismo.

A todas estas películas se une una larga retahíla de historias infantiles – y no tan infantiles - con el mismo objetivo de enseñar lo que es el auténtico espíritu navideño.

La más conocida es el ya nombrado Un cuento de Navidad, escrito por Charles Dickens en 1843, en el que un avaro es visitado por tres espíritus (pasado, presente y futuro) y aprende una valiosa lección sobre lo importante que es compartir.

Mi historia de navidad predilecta ha sido siempre La pequeña cerillera, del escritor danés Hans Christian Andersen, publicada en diciembre de 1845. Cuenta la historia de una niña que vende cerillas durante la noche de fin de año. Temerosa de volver a casa sin haber vendido todas sus cerillas, la pequeña se acurruca en un portal. Para mantenerse caliente enciende las cerillas que le quedan. Cada una de ellas le muestra una visión de aquello que le gustaría tener: un buen hogar, un gran festín y, por último, a su abuela quien siempre la trató con cariño.

Andersen escribió esta historia con la intención de enseñar a los niños sobre la compasión, pero no sólo eso: sino también la realidad de las clases sociales sumidas en la miseria, el hambre y el dolor.

La historia deja un sabor agridulce, el final positivo – la niña celebra el año nuevo en el cielo, con su abuela – viene rodeado por la realidad – la pequeña cerillera se ha muerto congelada. No es como Un Cuento de Navidad en el que el avaro aprende su lección y se redime. La realidad es que el sufrimiento social está ahí y continuará estando ahí si no hacemos algo para cambiarlo.

Han pasado casi 200 años desde que se publicó esta historia y aunque nuestra sociedad haya evolucionado, este cuento continúa siendo dolorosamente actual. El invierno parece una fecha perfecta para recordar que hay gente muriéndose de frío. La época fiestas navideñas – y similares – es un buen momento para aprender sobre la importancia de la familia, compartir y demás. Pero ¿no resulta un poco triste que solo lo recordemos ahora? ¿Que solo se repitan estas valiosas lecciones cuando la promesa de recompensa está a la vuelta de la esquina?

Los regalos y los dulces son fantásticos, pero si los usamos como excusa para compensar aquello que somos incapaces de dar – ya sea cariño, compañía o compasión – durante el resto del año, ¿qué sentido tiene?