Como todos los años, esta primavera visité la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión del paseo de Recoletos de Madrid con nervios e ilusión a partes iguales. Acudo siempre con la misma idea: encontrar un libro, pero no un libro cualquiera, sino un libro muy concreto. Y no me vale cualquier ejemplar de una determinada edición. No. Tiene que ser uno en especial.

Seguro que piensas que soy rara o tal vez algo friki, como se dice ahora. Pues no. Busco un libro que perdí hace más de veinte años: el primer libro realmente mío, de mi propiedad. Se trata de una recopilación de cuentos clásicos españoles que me regaló mi profesor cuando yo tenía 8 o 9 años. Creo que ya me vas entendiendo, ¿verdad?

Tuve la gran suerte de crecer en una casa llena de libros, libros de todo tipo y género, porque mis padres eran grandes lectores. Pero este libro era solo mío.

El libro era una edición bastante sencilla de cuentos de Calderón, Lope de Vega, Cervantes, Ruiz de Alarcón, Tirso de Molina, etc., que leí y releí hasta recitarlos casi de memoria. Lo que realmente le daba valor era la dedicatoria: mi profesor, don Miguel, profetizó con apenas una docena de palabras, lo que sería mi pasión y profesión: mis queridos libros.

En fin, volvamos a la feria. Me gusta visitarla por la mañana, cuando acaban de abrir los puestos y todavía se puede disfrutar de un agradable frescor matutino. Este año iba sola, sin prisa, nadie me esperaba, de modo que dejé que fueran mis ojos atalantados y mis manos atrevidas las que marcaran el ritmo de la visita.

De entre los cientos de ejemplares expuestos, uno llamó mi atención: un viejo librito de poesía, con las páginas del color de la vainilla y el lomo maltrecho. Lo tomé entre mis manos e instintivamente lo acerqué a mi cara: aquel ejemplar desprendía un olor extraño, un aroma que me causó cierta desazón… olía a tristeza y desamor.

Abrí el libro con la misma curiosidad del que abre una caja de recuerdos familiares que acaba de encontrar en un desván, y trazada con una exquisita letra inglesa se leía esta dedicatoria:

Vivirás eternamente en mis sueños.

Siempre tuyo,

Francisco

Sentí que no podía dejar a aquel libro abandonado a su suerte en los estantes de alguna librería de viejo y que debía llevarlo conmigo, de modo que lo compré. Fue el único libro que me llevé a casa, ya que no encontré el ejemplar del libro que mi querido maestro, don Miguel, me regaló con cariño. No importa, esperaré con ilusión al año que viene, porque tal vez me espere paciente en alguna estantería.

Para terminar, te contaré un secreto: creo que la magia existe, y que son los libros los que nos eligen a nosotros. Creo también que por algún motivo ese librito de poesía ha llegado a mi vida. Tal vez lo descubra mañana… o quizá esta misma noche.