«Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad»

(Declaración de Independencia de Estados Unidos)

Derechos humanos, vida, libertad, felicidad. Palabras llenas de sentido y al mismo tiempo, a veces, vacías, cuando en su nombre los humanos somos capaces de invocarlas para reclamar lo que creemos es nuestro, acudiendo para ello a la más radical de las soluciones. Se trazan en el límite de la contradicción, separadas apenas por un fino lienzo de otras como violencia, brutalidad e injusticia. ¡Cuánta sangre se ha derramado en su nombre! ¡Cuántos héroes dejaron su vida en la defensa de sus valores!

Thomas Jefferson supo reivindicar como nadie esos derechos humanos al redactar la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776, pero fue Abraham Lincoln quien hizo de sus palabras la bandera de la justicia usándola en, cómo no, otro enfrentamiento bélico, la batalla de Gettysburg en 1863.

Incluso para conseguir aquel logro de la Independencia muchos hubieron de entregar cuanto tenían y sentir que para reivindicar el derecho a la vida primero hay que entregar cientos de ellas, que para alcanzar la felicidad a veces hay que sembrar el sendero de infelicidad, que para lograr la libertad, muchos deben perderla derramando su propia sangre.

Boston, 1773

Acuciados por los impuestos británicos y por la expoliación a que estaban siendo sometidos por Gran Bretaña, y tras años de conflictos y pequeños enfrentamientos, John Hancock y Samuel Adams decidieron organizar un boicot a los productos ingleses y en especial al té, que, proveniente de China, era vendido por la Compañía de las Indias Orientales. La Ley del Té permitía a esta compañía vender este producto sin pagar ningún arancel en Gran Bretaña con el consiguiente perjuicio económico que suponía para los colonos mercantes.

Samuel Adams exhortó a la multitud a luchar contra los abusos ingleses y el 16 de diciembre de 1773, vestidos como indios mohawks, asaltaron el muelle de Griffin en el puerto de Boston arrojando todo el cargamento de té inglés a las frías aguas oceánicas. No fue el primer acto de rebeldía, pero sí el más significativo, y para muchos, el origen de la posterior guerra de independencia norteamericana.

John Adams, George Washington, Benjamin Franklin o Thomas Jefferson tienen grabados sus nombres en oro en la historia estadounidense, pero Samuel Adams fue uno de los grandes héroes locales, quienes, sin ser tan conocidos en el exterior, tuvieron una importante contribución en el desarrollo de la historia de su país.

Hoy, los memoriales los recuerdan como los grandes héroes que fueron, como los estandartes de la rebelión que los forjaron como país unido, quizás lejos de una realidad económica que explota sus pasos por aquellos lugares históricos. Turismo versus Historia. ¿Qué pensarían quienes forjaron aquel Camino hacia la Libertad si vieran sus casas convertidas en lugares de interés turístico? ¿Qué hubieran dicho los familiares cercanos de quienes entregaron sus vidas en Bunker Hill si hoy día vieran los miles de flashes de cámaras fotográficas inmortalizando la instantánea del sitio solo por el mero hecho de pensar que han estado allí? ¿Es lícito aprovechar el lugar y explotar momentos tan difíciles en la historia de un país, sea cual sea?

Hoy en día, aquel Camino de la Libertad se ha convertido en una ruta turística que se puede visitar en Boston con la que se pueden seguir los pasos de los grandes patriotas locales, Samuel Adams o Paul Revere entre ellos, y que llevan desde el puerto donde se desarrollaron los hechos de aquel motín, hasta el Massachussets State House, memorial donde se puede rendir homenaje a las víctimas que dejaron su vida en Boston en aquella sangrienta época.

Stirling, 1297

Tras la pérdida de la independencia escocesa, William Wallace unió a sus seguidores con las tropas de Andrew Murray. Superados en número por los ingleses pero con un valor fuera lo común y una gran capacidad estratégica, Wallace decidió que el mejor sitio para luchar contra ellos sería en los campos que rodean la ciudad de Stirling.

Apostados frente al puente exterior las tropas escocesas esperaron el ataque inglés. Cuando éste se produjo la estrechez del puente solo permitió que las tropas hubieran de pasar poco a poco momento que Wallace aprovechó para masacrar a los ingleses y derrotarlos.

Aquella victoria, la del Puente de Stirling, se recuerda como uno de los momentos de mayor orgullo nacional, y aunque Wallace siguió después con su lucha de guerrilla y sus victorias, en el año 1305 fue capturado, juzgado y condenado a muerte por traición. Más de 700 años después, Escocia aún lucha por su independencia, aunque ahora intente hacerlo desde las urnas.

Aquel gran héroe nacional solo adquirió fama internacional con la película Braveheart. Vista por millones de personas, y aun con bastantes errores históricos, sin embargo sirvió para dar a conocer al mundo la ciudad de Stirling, una tranquila población con un castillo imponente donde se puede visitar el monumento a William Wallace, ubicado en la cima del monte Abbey, una torre donde se guarda la supuesta espada del rebelde escocés.

Para el recuerdo queda la versión romántica de la película y su heroica frase final: «Puede que nos quiten la vida, pero jamás nos quitarán la libertad».

Nápoles, 1860

Al frente de la Expedición de los Mil, Giuseppe Garibaldi partió de Génova rumbo a Sicilia. Apenas un año antes Víctor Manuel había comenzado la Segunda Guerra de la Independencia italiana para echar al Imperio Austríaco de la península italiana.

Garibaldi había tomado buena parte de las ciudades más importantes de Lombardía, Como, Bérgamo o Brescia, y tras este nuevo enfrentamiento se hizo con el poderoso reino de Nápoles y Sicilia, llegando a combatir, no mucho después, por conquistar Roma y convertirla en la capital de la nueva Italia unida y democrática.

Hombre incorruptible, a quien su célebre frase representó fielmente («ninguna suma podrá comprar mi fe en la libertad de los pueblos») los homenajes a su figura se extienden por toda Italia e incluso Francia y Sudamérica, subcontinente donde también luchó por la independencia y la libertad.

Su monumento más conocido se puede ver en Roma, en la parte más alta del Gianicolo, una estatua ecuestre realizada en bronce por Emilo Gallori en 1895 sobre un gran pedestal de mármol. Por cada lado se pueden ver las diferentes alegorías tanto al continente europeo como al sudamericano, así como a la defensa de Roma y al grupo de la libertad que él mismo encabezó.

Tres héroes. Tres frases. Tres lugares. Libertad, cuánta sangre derramada por ti.