A mediados del año 1792 la plaza de La Concordia está llena de agitados parisinos, la mayoría viste ropas desgastadas. La pobreza de todos es lo usual de esos días. Para la ironía de un sitio con nombre de acuerdo y reencuentro, más que la miseria del momento, el odio es el sentimiento que prevalece en la escena. Al centro del lugar se encuentra el instrumento de la revancha popular llamada guillotina. El aparato es bautizado con el apellido del médico diputado de la Asamblea Nacional, Joseph Ignace Guillotin, quien recomienda este método de decapitación mecánica para ajusticiar a los enemigos del proceso francés.

Arriba, en el tope del instrumento, la afilada hoja triangular; abajo un miembro de la nobleza con los brazos atados hacia atrás. El desgraciado ha sido condenado por el tribunal revolucionario culpable por la escasez de alimentos. Lo acuestan boca abajo del fenetré. Al borde del cadalso, un altanero sujeto algo mejor vestido, pero con el pantalón roído en la rodilla izquierda arenga a todos apuntando al condenado, en su chaqueta esta bordada una gran cucarda francesa en tela brillante, a su orden se libera la cuchilla. La cabeza del aristócrata es separada del cuello y cae en un saco lleno de paja, parte de la sangre salpica al agitador que grita junto a la muchedumbre.

Luego de que Francisco de Miranda venza en la Batalla de Valmy en septiembre de ese año y evite junto al general Charles Dumouriez que las tropas austriacas entren en París, el venezolano tiene un revés en Maastricht y Neerwinden. A su retorno a la capital francesa, se minimiza su primera victoria, se le inculpa por la derrota en los Países Bajos, su criado Malissard denuncia que el general simpatiza con los girondinos y, más grave aún, se sugiere que es espía de los ingleses. Este tipo de acusaciones se acrecientan en ese ambiente histórico de rumores, envidias y venganzas, conocido como reino del terror, cuando unas 40.000 personas morirán bajo la guillotina.

Al caraqueño se le confiscan sus bienes y es arrestado en abril de 1793 en la cárcel de La Forcé. Esa prisión era la antesala a la pena capital Entre sus acusadores se encuentra los grandes instigadores del terror: Maximilien Robespierre y Jean Paul Marat. La orden de encarcelamiento es ejecutada por “el exterminador” Antoine Fouquier como Fiscal de la Revolución, hombre de pocos argumentos para condenar.

En el tribunal revolucionario, el abogado de Miranda sería Claude Chauvau Lagarde, el futuro defensor de la reina destronada. En el juicio de Miranda se usaron los mejores argumentos de estrategia militar en cuanto a las perdidas en los Países Bajos adosándoselas al fugado Dumouriez quien ahora servía al enemigo austriaco. Igualmente se disiparon las acusaciones de espionaje. Marat (“el amigo del pueblo” como le llamaban) fue su mayor denunciante, sin embargo, el venezolano se mostró afín a la causa francesa y revolucionario a pesar de que en sus palabras expone que el Comité de Seguridad Pública estaba incurriendo en formas de tiranía. La decisión en la corte francesa era difícil ante la asertividad tanto de los acusadores como de los defensores. Pero Miranda es liberado casi de inmediato.

El 13 de julio muere asesinado Marat y casualmente unos días después Miranda es encarcelado de nuevo. Esta vez su fiscal es “el incorruptible” Robespierre. La marcha del terror continua, siendo la más polémica la de María Antonieta, quien es decapitada en octubre de 1793. En mayo de 1794, el padre de la química moderna, Antoine Lavoisier, pierde su cabeza por el hecho de haber sido recaudador de impuestos durante un breve tiempo de su vida. El caraqueño pasa todo un año en La Forcé, enterándose de todas estas ejecuciones. Según el libro de Edgardo Mondolfi, Miranda mantenía oculta una buena dosis de opio en caso de enfrentar la mortal hoja. También el preso de la “República de la virtud” se entera -quizás con alivio- de la muerte de su segundo denunciante en la guillotina el 28 de julio de 1794. Pendiendo su suerte a la decisión del tribunal y los vaivenes de la política francesa de esos terribles meses, es liberado en enero de 1795, ya que la locura de ajusticiamientos disminuye con el final de su acusador principal.

De esta manera Miranda se convence definitivamente de la futilidad de la Revolución francesa y el camino errado que ha tomado. Así comienza a hacer contactos con sectores monárquicos moderados cuando el Directorio lo descubre. De esta forma es arrestado por tercera vez, pero no para llevarlo a la guillotina si no se le indica que abandone el país. Escapa de su prisión en Las Madelonettes y se esconde durante varios meses en las afueras de Paris. Mientras anda fugitivo, aunque con su habitual comodidad, conoce a Napoleón Bonaparte cuando era un simple brigadier de 25 años.

En septiembre de 1797 la policía francesa lo encuentra aunque logra escapar finalmente en un barco danés hacia Inglaterra en enero del año siguiente.