En una gota de agua está la historia de todo el universo y de toda la humanidad y su memoria es infinita, como la suma de todas las voces y de todos los sonidos de este mundo y de todos los mundos, incluyendo los recuerdos, las alegrías y las penas.

El universo queda grabado en el agua, su historia se adensa y se hace liquida, como cuaja el sufrimiento, el dolor en una lágrima. Pero este, el sufrimiento, encierra toda la humanidad y todos los ecos, que resuenan eternamente en esa gota de agua salada y, por eso, cuando pensamos en el Pacífico con toda su inmensidad, pensamos en esas olas sin fin, que mueven y conmueven, y pensando en ellas, vemos y escuchamos a los hombres del agua, a los Onas, a los Alacalufes y a los Yaganes, que vivían entre el mar y la tierra, usando sus canoas como casa en una armónica simbiosis, donde el respeto por la vida era ley, ley escrita en el agua por la misma naturaleza.

Pero los cazadores de hombres, los colonizadores del sur, los invasores de varias proveniencias, los exterminaron para apropiarse de sus tierras y ahora, ese mar, que ayer los vio como domadores de olas, de mareas y tormentas, hoy conserva fiel sus secretos y sus almas, sus cantos y cada palabra pronunciada en cada una de sus lenguas, están allí presentes, bajo ese manto azul y blanco de espuma, que es la cuna de la tierra, de la vida y del planeta.

En las mismas aguas resuenan también otros llantos, otros gritos, otras tragedias. Los cientos de desaparecidos de una dictadura sanguinaria, que terminaron amarrados a pesados rieles en paquetes humanos para que los devorara el mar y nadie supiera más de ellos. Pero el mar liberó los cadáveres y nos contó la perversa historia de esta inconcebible desventura.

Sus siniestros autores buscaban el olvido, pero el mar todo recuerda. Y es así que nuestro país, que es más mar que tierra, no puede huir de su pasado, porque las cadenas del recuerdo son eternas. Por eso, cuando escuchéis las mareas, sentiréis la historia sin fin de todo lo que el mar, el siempre atento mar, ha presenciado y recuerda, tragedia tras tragedia, muerte tras muerte, condena tras condena, y yo que crecí allí, en los fiordos del sur, en las ensenadas y bahías, entre islas incontaminadas, donde el viento dobla los árboles y la lluvia muerde, estoy atado de por siempre a estas penas y oigo los gritos, las súplicas y los llantos de los muertos, que en esas frías aguas fueron enterrados para que el mar conservase cada silbido, cada crujido de huesos y de dientes, cada mirada con párpados vacíos para que su historia imposible dejara en nosotros, los sobrevivientes, en nuestros hijos y todos los hijos, una imborrable huella. El mar todo lo recuerda, cada gota es un mundo y cada mundo es una inolvidable tragedia.

Enlace a la pelicula El Botón de Nácar de Patricio Guzman.